Columna

África

Cada día mueren en el mundo 50.000 personas de hambre. ¿Se imaginan? Es como si cada 24 horas fallecieran todos los habitantes de Cuenca. Un exterminio obsceno por lo gratuito, porque existen recursos y mecanismos suficientes para acabar con esta catástrofe constante. Ha habido macroconciertos y manifestaciones por todas partes exigiendo medidas contra esta mortífera pobreza, y parece que los países ricos del G-8, cuya reunión empieza mañana, lo tendrán en cuenta. Ojalá.

El caso más desesperado dentro de este mundo desesperante es África. Un continente entero que agoniza de miseria y vi...

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Cada día mueren en el mundo 50.000 personas de hambre. ¿Se imaginan? Es como si cada 24 horas fallecieran todos los habitantes de Cuenca. Un exterminio obsceno por lo gratuito, porque existen recursos y mecanismos suficientes para acabar con esta catástrofe constante. Ha habido macroconciertos y manifestaciones por todas partes exigiendo medidas contra esta mortífera pobreza, y parece que los países ricos del G-8, cuya reunión empieza mañana, lo tendrán en cuenta. Ojalá.

El caso más desesperado dentro de este mundo desesperante es África. Un continente entero que agoniza de miseria y violencia ante la indiferencia general. De los trece millones de muertos causados por los conflictos bélicos en los últimos diez años, doce millones son africanos. Y aunque es un territorio lleno de riquezas, porque posee dos tercios de los recursos minerales de la Tierra, se da la paradoja criminal de que son los más pobres de entre todos los pobres. A poco que se piense resulta evidente que la contradicción entre esta miseria extrema y la abundancia de materias primas no puede ser casual. El pasado colonial dejó profundas cicatrices, y hay pruebas concluyentes (lo dice la ONU) de que muchas compañías multinacionales provocan y arman los sangrientos conflictos que destrozan África para sacar mayores beneficios. Hemos entregado un continente entero a unos Al Capones de clase alta que luego presiden asociaciones benéficas.

Pero los abusos de los ricos blancos no explican por completo la situación. Los primeros culpables (al menos, pongamos, al 51%) son los oligarcas africanos, en general corruptos y brutales. Lo dicen los líderes más lúcidos de la zona (como Chissano, antiguo presidente de Mozambique): nunca saldremos del agujero si seguimos escudándonos en el colonialismo y no asumimos nuestras responsabilidades. Hay un africano blanco, McCall Smith, autor de unas novelas conmovedoras y deliciosas sobre una negra rolliza que es la primera detective de Botswana, un país ejemplar por su buen hacer y por su esfuerzo dentro del deterioro general. Y ahí se aprecian las posibilidades y la potencia de la hermosa África, de un continente espléndido que ha sido la cuna de todos nosotros.

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