COLUMNISTAS

La amenaza fantasma

Informes sanitarios y estadísticas del principio del tercer milenio avanzan que la prolongación de la vida y el sedentarismo progresivos de nuestra población conducen al exceso de obesidad, hipertensión, diabetes, artrosis, atrofia muscular y otras entretenidas variedades de la decadencia física.

Mas ello no es todo. Afrontémoslo. Además de lo anterior, reseñemos que, en un inminente y pavoroso futuro, oleadas de mujeres y de hombres empezarán a llegar a las residencias para la tercera edad reformados, en el peor sentido (de torcido reformatorio), por un entrenamiento diario e intensivo...

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Informes sanitarios y estadísticas del principio del tercer milenio avanzan que la prolongación de la vida y el sedentarismo progresivos de nuestra población conducen al exceso de obesidad, hipertensión, diabetes, artrosis, atrofia muscular y otras entretenidas variedades de la decadencia física.

Mas ello no es todo. Afrontémoslo. Además de lo anterior, reseñemos que, en un inminente y pavoroso futuro, oleadas de mujeres y de hombres empezarán a llegar a las residencias para la tercera edad reformados, en el peor sentido (de torcido reformatorio), por un entrenamiento diario e intensivo en la indiscreción chillona, en la mala educación y la intromisión en lo ajeno. Es decir, serán mujeres y hombres reeducados en esos campos de exterminio neuronal que son El diario de Patricia y sus pares y primos.

Porque ellos también se reeducan. Pero es distinto el efecto que la televisión de ese tipo produce según los sexos. Los hombres salen del tratamiento algo atontados, un poco groguis, ensayando una sonrisa displicente. En bares cercanos a mi casa les veo mirar a los participantes que aparecen en pantalla. Lo hacen con la mandíbula caída, la boca abierta y los ojos turbios, como si les estuvieran poniendo en trance. Comentan poco, como si se avergonzaran de ese ramalazo suyo, como si pretendieran demostrar que, en realidad, la sumisa abyección que llevan dentro y que acaba de asomar gracias a la tele no es suya, sino de su señora, y del género femenino en bloque. Y cuando comentan, se limitan a hacerlo a la manera que convencionalmente consideramos masculina: "Ésta sí que está buena", o "Anda que ésta, con la pinta que tiene, cualquiera le hace un favor". En una vertiente u otra, como pueden apreciar, esos programas educativos sacan de los hombres lo más vulgar que tienen.

En cuanto a las mujeres, yo creo que las emancipa, pero al revés. No sé si me entienden: las independiza de la independencia y las manumite de sus derechos. O sea, las reduce a comadres cotorras. ¿No han notado que van por la calle usando un talante mucho más agresivo? En las colas, en los mercados, en los vestuarios de los gimnasios, las mujeres de mediana edad gritan y se refocilan en el pugilato como si estuvieran entrenando para patriciar en cualquier momento. Y si no gritan, es porque cerca hay un televisor con uno de esos programas en plena emisión. Que los eligen y los miran mientras se cambian, vaya que si los miran. De vez en cuando echan una ojeada a su alrededor, no sea que tengan cerca alguien con quien podrían ensañarse, como el público del plató, o la presentadora y el presentador. Hay una inclinación funesta a creer que todos tenemos algo malo que ocultar (lo cual la mayoría de las veces es cierto) y de que todo el mundo tiene derecho a meter baza y a disfrutar con ello (lo cual no es decente), y además, por si fuera poco, el espectáculo goza de algo así como bula papal, habida cuenta de que las muchedumbres nunca se equivocan, ni siquiera las muchedumbres de moscas que disfrutan comiendo mierda.

De esta forma poco sutil y sin escrúpulos ha ido introduciéndose en nuestras vidas un ingrediente muy antiguo y que yo creí condenado a la desaparición… sin darme cuenta de que va implícito en la naturaleza humana, como la violencia y el racismo, y que sólo a paladas de civilización podemos neutralizarlo. Me refiero a la riña, la bronca, la posesión de los secretos del otro, todo ello escenificado en clave calumniosa, en arpegio chillón.

Hay frases que escucho en televisión o en la calle y que creí pertenecientes a tiempos más ignorantes y oscuros; frases reñidas con el aerobic y el método pilates, no digamos ya con la evolución de la especie. "A ésa, el día que se sepa…", "Anda que si yo hablara…".

Toda la vida huyendo de las mujeres de mi familia, que en tiempos de posguerra montaban cotidianamente su programa televisivo avant la lettre, y en vivo y en directo, en las escaleras del barrio, para terminar así, rodeada y asediada en una mansión para ancianos y ancianas vociferantes.

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