COLUMNISTAS

'Votare, oh, oh'

Me temo que éste es mi inevitable artículo del día en que se celebran elecciones. Quienes tienen la bondad de seguirme ya conocen mis euforias de urna. He votado siempre, hasta impedida, hasta en brazos. Con un tobillo roto: dos municipales me llevaron a pie de papeleta, en volandas. A mí, no al dibujo de Ágreda. Quien, por su parte, hoy es algo así como cuñado de la votación: su hermano preside una mesa.

Debo decir que después de votar me curé pronto. Porque así como hay quien cree en la Señora de Fátima, yo creo en que todo lo que se mete en la urna acaba cundiendo. O pasando factura....

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Me temo que éste es mi inevitable artículo del día en que se celebran elecciones. Quienes tienen la bondad de seguirme ya conocen mis euforias de urna. He votado siempre, hasta impedida, hasta en brazos. Con un tobillo roto: dos municipales me llevaron a pie de papeleta, en volandas. A mí, no al dibujo de Ágreda. Quien, por su parte, hoy es algo así como cuñado de la votación: su hermano preside una mesa.

Debo decir que después de votar me curé pronto. Porque así como hay quien cree en la Señora de Fátima, yo creo en que todo lo que se mete en la urna acaba cundiendo. O pasando factura.

Los jóvenes que trabajan y habitan alrededor han tenido que soportar mis indirectas, en los últimos días, la clase de comentarios que una suelta creyendo no hacerse pesada. Tipo:

-¡Ay, Europa! ¡Más nos vale votar! ¡No hay nada peor que el aislamiento!

O bien:

-Anda, nena, díselo a tu novio. Dile que a la Iglesia y a Acebes les gusta tan poco que votemos sí como eso que hacéis vosotros en vuestro tiempo libre, ya sabes a qué me refiero.

Y esto otro:

-Qué cara se les va a poner a los que mintieron como salga el sí. Porque claro que no es perfecto, pero mejor que Niza, desde luego.

Sutil de cojones, ya me conocen.

Esta vez iré con bastón, creo. Y digo creo porque, como no ignoran, las dos semanas dan para mucho. Tanto para meter la pata (nunca más hablaré de ningún Papa; ni siquiera de Pedro Casaldáliga, a quien han jubilado a pesar de que es mucho más joven que un Pontífice en sus postrimerías de ejercicio del cargo, y muy querido en su parroquia) como para confiar en que la rehabilitación de la pata mía funcione, y hayan sido arrinconadas las muletas (en catalán, crosses; de ahí que a veces camine como si estuviera haciendo un crucigrama en Charing Cross). Si ello ocurre, me dirigiré al colegio electoral usando un simple modelo de báculo damasceno sospechosamente similar al que llevaba Alí el Químico en el juicio. Espero que no me lo confisquen.

-¡Tenéis que aprender a votar a pesar de lo que digan los partidos, con sentido común! -he insistido estos días-. Y sin permitir que la propaganda, por pesada que sea, empañe vuestro ánimo democrático.

Y más:

-Otra Europa será posible, pero mientras llega, escojamos la Europa probable. No podemos darnos aires, como si nos hubiéramos pasado la vida sin la obligatoriedad de exhibir el pasaporte.

Pero carezco de información acerca de los jóvenes que me rodean. No sé qué harán. Y tampoco me atrevo a juzgarlos. Pero dan sorpresas, recuérdenlo. Durante la manifestación del 12-M, la que tuvo lugar en Madrid, hablé con muchos. Chicos y chicas. Discutían, hacían preguntas, intercambiaban ideas, no estaban en absoluto narcotizados por el consumo ni por el confort. Ni por nosotros, los narcotizantes generacionales por excelencia.

La parte buena del tratado europeo es que a lo mejor permiten la libre circulación por mi cuarto de, un suponer, Clive Owens y Bruno Ganz cruzándose frente al tocador. La parte mala son siempre los que circulan para invadir a otros.

La parte mala, el marronazo, es que se nos cuela la OTAN, los tratados y, en cuestión de defensa, una razonable política unitaria que no satisfará en absoluto a los amantes de la paz onda zen total aunque me pises. Se militarizará el asunto, habrá gasto en dicho aspecto, respeto a la Alianza Atlántica y etcétera; se admite, bajo control de la ONU, la guerra preventiva de males peores; claro que habría que discutirla mucho. Y en cuanto al liberalismo económico, qué les voy a contar. No. No es la luna, ni son las estrellas. Es un arreglo de mercaderes civilizados y pasados por la Declaración de Derechos Humanos. A estas alturas, una ya sabe que no vamos a tomar el Palacio de Invierno, y que, además, mejor que no, porque siempre se nos escapa Anastasia y acaba montando unos campos de concentración aquí y allá.

En fin, a ver si me las arreglo para no confundir las enormes coooolas de votantes con las filas de inmigrantes en espera de legalización. Y para no tropezar. Aunque siempre es mejor caer que abstenerse.

Archivado En