Tribuna:EL COMERCIO ENTRE BRASIL Y ESPAÑA

Relación avivada por la economía

Si tuviera que definir las relaciones comerciales hispano-brasileñas a lo largo de estos años, lo haría con una simple palabra: excepcionales. Así las calificaba también el presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, en una entrevista en un diario nacional en junio de este año, y su opinión coincidía con el que fue su antecesor en el cargo, Fernando Henrique Cardoso.

Si algo he aprendido en mi etapa como embajador de Brasil en España es que las relaciones entre dos Estados deben cimentarse en dos pilares fundamentales e incuestionables para asegurar su permanencia en el tiempo y qu...

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Si tuviera que definir las relaciones comerciales hispano-brasileñas a lo largo de estos años, lo haría con una simple palabra: excepcionales. Así las calificaba también el presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, en una entrevista en un diario nacional en junio de este año, y su opinión coincidía con el que fue su antecesor en el cargo, Fernando Henrique Cardoso.

Si algo he aprendido en mi etapa como embajador de Brasil en España es que las relaciones entre dos Estados deben cimentarse en dos pilares fundamentales e incuestionables para asegurar su permanencia en el tiempo y que de ella se deriva un beneficio mutuo para su población: colaboración y diplomacia, aunque el devenir diario nos demuestre, muy a mi pesar, que esto no es siempre así.

También decía Lula que las relaciones comerciales internacionales que iba a propiciar se basarían en la complementariedad entre las naciones. Por suerte, el tiempo y la trayectoria nos han demostrado que, en el caso de España y Brasil, ha sido de este modo.

Si comparamos las actuales relaciones hispano-brasileñas con otras etapas marcadas por un desconocimiento mutuo y unas relaciones casi inexistentes, coincido con el investigador Bruno Ayllón en que su estado actual "ofrece elementos para afirmar que, después de casi dos siglos, Brasil y España caminan juntos compartiendo intereses, objetivos y valores".

El idilio económico entre los dos países tuvo su apogeo a partir de 1995, año en el que las favorables coyunturas que vivía el Estado suramericano atrajeron la atención de las empresas españolas, ávidas de exportar sus productos y de contar con un socio latinoamericano de la categoría de Brasil. España aprovechó con éxito la etapa de Cardoso, cuyo periodo de Gobierno destacó por la puesta en marcha del Plan Real, que consiguió acabar con la hiperinflación, y por el programa de privatizaciones, que exigía la participación extranjera e impulsó la entrada de capital español. Del dinamismo de la inversión española en Brasil en este periodo sirva como ejemplo un solo dato: de una ausencia prácticamente total del capital español en el país, se pasó en 2001 a una inversión de 1.225 millones de dólares.

Sería absurdo negar el mérito de Cardoso a la hora de sentar las bases para mejorar e intensificar las relaciones hispano-brasileñas. Lo tuvo y mucho. Fue la etapa más fructífera para los intercambios económicos, y se ganó a pulso el apoyo y la simpatía no sólo de sus "vecinos", sino también de un socio de primera línea, España.

El 2002 fue un año complicado para Brasil. Las incertidumbres por las elecciones presidenciales y el temor al contagio de las crisis de los países vecinos situaron a Brasil en un segundo plano que se materializó con una bajada importante de las inversiones españolas. No obstante, la llegada al Gobierno de Lula da Silva apaciguó todos los temores y demostró que la confianza en la democracia se traduce en la confianza de los mercados.

Brasil es hoy en día un país en el que el comercio exterior y los intercambios económicos tienen un amplio potencial de crecimiento. Además, la posibilidad de que el Parlamento brasileño apruebe la ley que permita la implantación obligatoria del español en todas las escuelas de secundaria abre una nueva etapa de acercamiento mutuo que permitirá salvar no sólo las barreras culturales, sino también las lingüísticas. No obstante, y aunque el camino está allanado, se debe seguir sembrando. Sembrando bienestar, sembrando diálogo, sembrando cordialidad; en definitiva, sembrando crecimiento.

Carlos Moreira-García es presidente de la Cámara de Comercio Brasil-España.

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