EL CONFLICTO DE ORIENTE PRÓXIMO

La silenciosa destrucción de Gaza

Los 16 días de asedio israelí han arrasado el territorio autónomo palestino y han causado más de 100 muertos

La franja de Gaza ha quedado a oscuras. Los tanques se han retirado del campo de refugiados de Yabalia tras cortar la red eléctrica. Atrás quedan 16 días de asedio y uno de los episodios más trágicos y sangrientos de la Intifada; más de un centenar de muertos, un tercio de ellos, niños. Los desastres de esta guerra han dejado aislada la zona. Las carreteras son impracticables. Una estrecha pista de arena, que los soldados denominan presuntuosamente "corredor humanitario" y que los vecinos conocen como el "camino de los beduinos", continúa siendo el último cordón umbilical que une a los gazense...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

La franja de Gaza ha quedado a oscuras. Los tanques se han retirado del campo de refugiados de Yabalia tras cortar la red eléctrica. Atrás quedan 16 días de asedio y uno de los episodios más trágicos y sangrientos de la Intifada; más de un centenar de muertos, un tercio de ellos, niños. Los desastres de esta guerra han dejado aislada la zona. Las carreteras son impracticables. Una estrecha pista de arena, que los soldados denominan presuntuosamente "corredor humanitario" y que los vecinos conocen como el "camino de los beduinos", continúa siendo el último cordón umbilical que une a los gazenses con el mundo exterior: la puerta de Eretz. Para los israelíes éste es el acceso al infierno; para los palestinos, la entrada a su casa. El camino es a la vez una atalaya. Desde allí se han estado escuchando durante más de dos semanas el tableteo de las ametralladoras, el estruendo de los obuses y el zumbido de los aviones espías no tripulados. Ahora sólo se oye el silencio de los muertos.

Más de 50 niños han muerto tiroteados y otros 150 están heridos o han quedado discapacitados
Más información

El centro de la conflagración es Yabalia, con sus 160.000 habitantes. Empezó a convertirse en un símbolo de la Intifada el pasado 28 de septiembre, cuando el primer ministro israelí, Ariel Sharon, lanzó sobre la ciudad y el campo de refugiados anexo una de las ofensivas más sangrientas y violentas de estos cuatro años de revuelta, en represalia por la muerte de dos niños judíos de la ciudad cercana de Sderot, alcanzados por un misil artesanal palestino. Más de doscientos tanques, millares de soldados de las Brigadas de élite Guivati y Golani se han venido relevando en una guerra de desgaste y posiciones. Tras 16 días de invasión, los blindados han empezado a retirarse de los accesos del campo y de las zonas urbanas. Pero ocupan aún un tercio del término municipal. Están en lo alto de las colinas, desde donde controlan fácilmente el enclave, hasta la playa. Seis kilómetros en línea recta.

En este sector los tanques apenas se ven. Se han incrustado en la arena. Los soldados también son invisibles. Las posiciones, inamovibles. De vez en cuando, los motores ronronean; como si trataran de ponerse en marcha. La situación es ambigua. Pueden volver a sus acuartelamientos o sus antiguas posiciones en cuanto el mando dé la orden de atacar. Sus objetivos: asegurarse el control de la zona, mantener vigilados a todos sus habitantes y sobre todo impedir que se lancen misiles Qassam sobre las poblaciones israelíes vecinas, al otro lado de la línea verde.

En esta invasión no ha habido operaciones espectaculares que pudieran herir la retina y la sensibilidad de los observadores internacionales. Las acciones fueron puntuales, casi milimetradas. Es como si el Estado Mayor hubiera aprendido la lección de Rafah, cuando el pasado mes de mayo exasperó a la comunidad internacional con la destrucción de cientos de viviendas al sur de Gaza. Esta vez se actuó con discreción. Prácticamente no hay imágenes. La mayor parte de las víctimas fueron por misiles lanzados desde aviones espías no tripulados.

Conocer lo que pasa fuera, es entender lo que pasará dentro, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Esto tampoco ha sido una guerra. En realidad no se ha combatido ni un solo día, en ninguna parte. Aunque se escucharon tiroteos en tres puntos de Yabalia; en la calle de las Escuelas de Naciones Unidas, paralela a la avenida de Saladino, en otra época la gran arteria comercial en la zona de la Seka. Sigue la antigua línea de ferrocarril colonial, que unía El Cairo con Beirut pasando por Gaza. Pero el estampido de la fusilería fue en ocasiones más alarmante en el barrio de Tal el Zaatar, la colina situada al este.

La salida de las tropas del casco urbano ha dejado la ciudad en un letargo. La actividad comercial no se ha reanudado plenamente. Aunque el precio de los tomates, que se había multiplicado por siete, haya empezado a descender y los almacenes de la ayuda humanitaria de Naciones Unidas han vuelto a llenarse. La mitad de las tiendas de la avenida Alauda están cerradas. El Ramadán parece más lejos que nunca, cuando en realidad empezó anteayer. Este año no ha habido tiempo ni humor para colgaduras, guirnaldas, ni lucecitas de colores. La única decoración de las calles son los carteles con retratos de combatientes muertos, "mártires", en las paredes.

Las milicias de Hamás, Yihad Islámica y las Brigadas de Al Aqsa, que habían venido de los cuatro puntos de Gaza, dudan antes de volver a sus casas. Se habían afanado en levantar barricadas y sellar las callejuelas con sacos terreros. En muchas calles se habían incluso instalado toldos con sábanas, mantas o alfombras, bajo las cuales deambulan los resistentes sin el temor de ser vistos por los "zananas" (zumbidos), los aviones espías. La mayoría se tapan el rostro. Algunos incluso con vestimenta militar. Casi todos con fusiles Kaláshnikov traídos de Taiwan o Yugoslavia a través de Egipto. Los más agraciados, con fusiles M-16 israelíes. De vez en cuando, tras una esquina, disparaban sin intuir el blanco. Cada tiro cuesta tres euros. Un arma, entre 2.500 y 5.000. No saben si el movimiento israelí es un repliegue o una retirada. Un enjambre de niños, muchos descalzos, los siguen donde vayan.

"En los dos últimos meses hemos sufrido tres incursiones del Ejército israelí. Pero ésta ha sido la más devastadora", asegura Jalil Samora, de 59 años, profesor de Historia Islámica, alcalde de Yabalia. Se niega a entrar en debates políticos o a analizar el comportamiento de las milicias palestinas, incluida la conveniencia de lanzar misiles Qassam sobre los israelíes. De forma tajante añade que su preocupación es ahora la de aliviar los sufrimientos de la población. En su mesa se acumulan los balances de casi tres semanas de penitencia. Lo que más le angustia son los niños; 50 ya han muerto tiroteados. Más de 150 están heridos; la mayor parte han quedado discapacitados para el resto de sus vidas. Sin brazos o sin piernas. Los daños se prolongan también a las escuelas y las guarderías. Los menores se han quedado sin refugio.

La guardería Namodajja (Ejemplar) de la barriada de Tal A Zaaata, con una capacidad de 500 niños, fue construida hace cinco años con las ayudas de Europa y Estados Unidos. Ha sido destrozada por las excavadoras israelíes. Era el centro asistencial para menores más importante de la zona. Tenía 800 metros cuadrados y 23 maestros, en dos turnos. Su construcción había costado unos 100.000 dólares.

"Me pregunto por qué, ¿por qué la han destruido?", se lamenta Jaber Mohamed Abu Okal, de 40 años, con seis hijos, maestro, vecino de Yabalia, responsable del centro. Como si tratara de responderse a sí mismo, aventura que quizá la destruyeron porque la escuela estaba amparada por una asociación islámica.

En la colina de Tal A Zaaata los soldados dispararon también contra el hospital Al Awda. El impacto de las balas es visible en los muros y en las ventanas. Sesenta camas, dos quirófanos, una unidad de cuidados intensivos. Los 40 médicos y los 120 empleados auxiliares han convertido el centro en un hospital de campaña. Las ametralladoras de los tanques acribillaron la quinta planta. Los enfermos tuvieron que ser amontonados en habitaciones más seguras.

"La otra mañana tuve que enviar las ambulancias a las casas de los empleados para que pudieran venir al trabajo y sortear los tiroteos. Pero aun así hay gente que prefirió vivir permanentemente en el hospital", dice Marwan Abu Naaser, de 40 años, con cinco hijos, administrador del centro.

En los quirófanos se ha estado operando, extirpando y amputando con celeridad. Las víctimas llegaban con el cuerpo destrozado. La metralla horadaba por dentro los miembros. La piel en muchos casos estaba como macerada en una solución de fósforo o napalm. Los médicos dicen que nunca habían visto tanto daño, tanta sangre. Un médico colecciona, envueltos en un pañuelo, los trozos de metralla extraídos de los heridos. Algunos fragmentos son como aspas de una trituradora.

El repliegue de los tanques, al igual que los lamentos de Yabalia, se ha escuchado con nitidez en la onda 105 de Frecuencia Modulada. Por ahí emite la emisora de radio Sout Al Shabab (La voz de los jóvenes). Desde hace un año intenta ser una alternativa a las redes oficiales. Con la ofensiva de Yabalia, Gaza se ha ido a la cama estos días escuchando sus programas. La voz de un vecino denunciaba que su casa estaba siendo tiroteada, mientras una mujer pedía entre sollozos una ambulancia para su hijo herido. "Nuestro secreto es simple; estamos en todas partes. Nuestros micrófonos permanentemente abiertos a los ciudadanos, siempre que se expresen con educación y respeto", afirma Said Ahmed al Mari, de 27 años, subdirector de la emisora. El equipo lo configuran 30 periodistas. Ellos también han conseguido que se escuchara la voz de Yabalia.

Una mujer observa en el campo de Yabalia los escombros de su casa, destruida durante la Operación Días de Penitencia.REUTERS

Archivado En