Columna

Mestizaje

En el barrio de Barcelona donde yo vivo hay muchos inmigrantes de muy diverso aspecto y procedencia. Todos sin excepción son educados, amables, limpios y discretos. La mayoría entiende el catalán, algunos lo chapurrean y unos pocos hasta lo hablan. Casi todos cumplen funciones asistenciales o trabajan a domicilio, o en tiendas, restaurantes y bares. Al caer la tarde se van, porque viven lejos de aquí, en otros barrios.

Convencido de que la situación descrita me da una visión algo edulcorada de los hechos, procuro no intervenir en los debates sobre el mestizaje que se celebran a todas ho...

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En el barrio de Barcelona donde yo vivo hay muchos inmigrantes de muy diverso aspecto y procedencia. Todos sin excepción son educados, amables, limpios y discretos. La mayoría entiende el catalán, algunos lo chapurrean y unos pocos hasta lo hablan. Casi todos cumplen funciones asistenciales o trabajan a domicilio, o en tiendas, restaurantes y bares. Al caer la tarde se van, porque viven lejos de aquí, en otros barrios.

Convencido de que la situación descrita me da una visión algo edulcorada de los hechos, procuro no intervenir en los debates sobre el mestizaje que se celebran a todas horas y en todas partes. Por lo demás, no disiento de la opinión general, que lo ve con buenos ojos, y pienso que en última instancia pasará lo que haya de pasar, tanto si estamos a favor como si no lo estamos.

Paralelamente, el inicio del curso escolar trae una estadística que viene al caso: 6 de cada 10 alumnos que se incorporan a este curso son extranjeros. Una cifra curiosa para quien la lee, pero una realidad cotidiana de aquí te espero para un colectivo que a menudo trabaja en condiciones precarias, con sueldos raquíticos, a veces en zonas donde la policía no se atreve a entrar y siempre ante la indiferencia de una sociedad que guarda su dinero, su estima y sus aplausos para otras faenas más vistosas. Y, sin embargo, sobre este grupúsculo recae la tarea de impartir al alumnado conocimientos prácticos que van del alfabeto al cálculo diferencial pasando por la higiene personal y los hábitos alimentarios, y de transmitirles el código de convivencia de la comunidad y la convicción y el estímulo necesarios para ponerlo en práctica incluso cuando van mal dadas. El Gobierno dice ser consciente del asunto, pero de sus declaraciones no se desprende que esté abrumado por su magnitud y su trascendencia, ni tampoco que esté dispuesto a destinarle la atención, el esfuerzo y, sobre todo, los euros que requiere. Como representante de la sociedad que lo eligió, también el Gobierno se encandila con proyectos más ostentosos. Y mientras tanto, cada maestro se deja la piel, día sí, día también, para que al final todo resulte tan positivo y enriquecedor como creen que ha de ser las personas que intervienen en los debates sobre el mestizaje.

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