Taller de reparaciones en el mar

Los técnicos tienen que adaptar cada pieza a las presiones a 4.000 metros

Al llegar con el helicóptero se ven unas irisaciones. Tras el susto inicial, Del Corral pregunta a su gente: nada, un poco de grasa al limpiar una piscina del Odín.

En esta operación todo está diseñado, pero al final, a 4.000 metros, hay sorpresas. Una máquina que no funciona como se esperaba, un flotador que no flota, un tornillo que se rompe... hay que cambiar pequeñas cosas, tomar decisiones constantemente. Por eso cada semana se reúne un comité en el que están representados Fomento, Educación y Ciencia, la Vicepresidencia primera, de la que depende todo, el Comisionado del Go...

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Al llegar con el helicóptero se ven unas irisaciones. Tras el susto inicial, Del Corral pregunta a su gente: nada, un poco de grasa al limpiar una piscina del Odín.

En esta operación todo está diseñado, pero al final, a 4.000 metros, hay sorpresas. Una máquina que no funciona como se esperaba, un flotador que no flota, un tornillo que se rompe... hay que cambiar pequeñas cosas, tomar decisiones constantemente. Por eso cada semana se reúne un comité en el que están representados Fomento, Educación y Ciencia, la Vicepresidencia primera, de la que depende todo, el Comisionado del Gobierno, Repsol y, a veces, cuando hay que tomar decisiones económicas, Hacienda.

Los barcos están llenos de ingenieros, y con ellos todo se puede cambiar. Hay que adaptar cada tuerca para que aguante una presión de 400 bares. Todas las máquinas funcionan allí como si estuvieran borrachas. "Abajo todo tiene que ser sencillo. Hay que hacer los movimientos básicos, y muy despacio", explica Del Corral.

Los ingenieros han tenido que enfrentarse a sorpresas como la 'aparición' de 744 toneladas no previstas

Por eso lo que domina al entrar en el Polar Prince es una sensación de tranquilidad, casi de tedio. Aunque ahora los técnicos están contentos porque saben que llega el final. Para la mayoría -hay unas 70 personas en cada uno de los dos barcos- su trabajo consiste en esperar. En larguísimos turnos de 12 horas -"tampoco serviría de mucho trabajar 8 y aburrirse 16 encerrado en un barco, se ríe Del Corral"- tienen que mirar alguna de las múltiples pantallas para controlar que todo va bien. Y no ponerse nerviosos ante los contratiempos, que son constantes.

El último ha sido la sorpresiva aparición de 744 toneladas de fuel no previstas. Estaban en el fondo del P2F, uno de los tanques pequeños. La máquina que las medía no pudo hacerlo porque en esa zona el pecio está metido varios metros en el barro. Hay que llenar al menos dos lanzaderas más de lo previsto, hasta llegar a 46 viajes de este peculiar ascensor para sacar 13.141 toneladas de las 77.000 que llevaba el Prestige. Nadie desespera. Todos saben que es cuestión de tiempo y, sobre todo, mucho dinero. 250.000 euros cada día extra.

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Los técnicos, bien pagados, están orgullosos de estar en un proyecto estrella, único en el mundo, y con fines ecológicos. Trabajan durante tres semanas, y tienen otras tantas de vacaciones. Son nórdicos o españoles. Muchos marineros son escoceses. Trabajan, como los mecánicos, seis semanas y paran tres. Las nacionalidades marcan las clases. Los marineros de cubierta, los más duros, son gallegos. Las cocineras, polacas.

La vida en el Polar Prince es un lujo comparada con la del Odín. Allí la tripulación es filipina, y el régimen muy distinto. 11 meses de trabajo sin descanso en el buque, y uno de vacaciones.

En las pantallas hay una buena noticia. Hace cinco horas que del agujero que enfocan todas las cámaras sólo sale una delgada lengua negra, como el final de un bote de miel. Ese tanque está acabado. Sólo queda uno. Dos lanzaderas, y se habrá terminado. Luego vendrá lo más sencillo: meter alimento para bacterias en los tanques, donde quedarán unas 1.500 toneladas, para que se lo coman en 15 años. A finales de septiembre, un mes antes de lo previsto, ambos barcos volverán a puerto, con los cuatro remolcadores que siempre están cerca con barreras por si hubiera un vertido.

Antonio Aparici, un experto en manejo de robots, no oculta su satisfacción: "En España nunca se había trabajado con estos aparatos, y hemos logrado hacer algo único en el mundo. Nos llamarán siempre que pase algo".

Todo el mundo asume que volverá a pasar. El viaje en helicóptero deja claro por qué. En poco más de una hora se atraviesa el mismo trecho que el Prestige tardó cinco días en recorrer mientras la corriente daba los últimos coletazos a un trabajo de 26 años: agujerear por completo el viejo cascarón hasta romperlo para comérselo. El mar allí es una autopista. Barcos que van y vienen, cargados de cualquier cosa. Pasan 42.000 al año -ahora más lejos de la costa que antes del Prestige-, 12.000 de ellos con mercancías peligrosas. A ojo se ven hasta 10 a la vez. Cualquiera de ellos puede ser un nuevo problema.

El jefe de operaciones y un técnico inspeccionan un robot.BERNARDO PÉREZ

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