Tribuna:

Afganistán, el final del Gran Juego

La decisión de Médicos Sin Fronteras (MSF) de retirar a todos sus equipos de Afganistán se produce dos meses después de la muerte de cinco de nuestros colaboradores en la provincia de Bagdis, en el noroeste del país. Pero la proliferación de muertes, que estos últimos meses ha afectado en especial a la comunidad humanitaria, tiene que incitarnos a una reflexión más allá de la memoria de nuestros compañeros asesinados.

¿Por qué una organización humanitaria como MSF renuncia al riesgo que supone trabajar en este conflicto, especialmente cuando lo estamos asumiendo en tantos otros contexto...

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La decisión de Médicos Sin Fronteras (MSF) de retirar a todos sus equipos de Afganistán se produce dos meses después de la muerte de cinco de nuestros colaboradores en la provincia de Bagdis, en el noroeste del país. Pero la proliferación de muertes, que estos últimos meses ha afectado en especial a la comunidad humanitaria, tiene que incitarnos a una reflexión más allá de la memoria de nuestros compañeros asesinados.

¿Por qué una organización humanitaria como MSF renuncia al riesgo que supone trabajar en este conflicto, especialmente cuando lo estamos asumiendo en tantos otros contextos? Algo ha cambiado cuando la violencia se convierte en agresión directa. Nuestro equipo fue víctima de un ataque deliberado: nuestros colegas fueron perseguidos y acribillados. El Gobierno afgano, por su parte, ha comunicado que la autoría corresponde a comandantes locales, desvinculados de los talibanes, pero ni los ha denunciado ni ha emprendido una búsqueda para su detención. Mientras tanto, el mulá Abdul Hakim Latifi, portavoz de los talibanes, se atribuía a través de la BBC la responsabilidad de este crimen de guerra, argumentando que organizaciones como MSF trabajan a favor de los intereses americanos.

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Las amenazas contra las organizaciones internacionales no son nada nuevo. Pero este anuncio es una declaración de guerra en medio de un conflicto donde se cierra el espacio para los que no quieren tomar partido por unos u otros. Nuestro trabajo atendiendo a las víctimas durante 24 años de guerra es la mejor muestra de que este tipo de afirmaciones que nos relacionan con los intereses americanos son falsas y deshonestas, pero en ningún caso podemos considerarlas fortuitas.

Una de las máximas que mejor define una guerra es que la primera víctima es la verdad. Cuando el Gobierno americano emprendió la tarea de construir la denominada coalición del bien contra el terrorismo, inició un juego de propaganda, incluyendo la ayuda humanitaria como una parte de su estrategia para invadir el país y apoyar sus operaciones militares y políticas.

Desde la salida del Gobierno talibán, la confusión ha ido en aumento. La coalición militar liderada por Estados Unidos empezó lanzando raciones de comida desde los mismos aviones que bombardeaban territorio afgano y continuó, más recientemente, con el lanzamiento de octavillas solicitando a la población información sobre miembros de Al Qaeda, los talibanes, o señores de la guerra como Gulbuddin Hekmatyar, a cambio de recibir ayuda humanitaria.

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Su razonamiento es claro: la ayuda se pone al servicio de la consecución de objetivos políticos. A la gente que está detrás de este juego propagandístico no le importa en absoluto que ello implique la negación de la naturaleza misma de nuestra acción y que muchos afganos hayan dejado de recibir ayuda porque están en "el lado equivocado". En respuesta a la estrategia de Bush, que anunciaba que en esta guerra contra el terrorismo "el que no está con nosotros, está contra nosotros", la población afgana ha pasado en estos dos últimos años de estar en peligro a ser considerada peligrosa.

Esta lógica de blanco y negro rompe con el principio mismo de que no hay víctimas buenas o malas. En occidente nos hemos tragado esta propaganda que pone bajo una misma coalición la ayuda y los ejércitos que precisamente provocan su presencia. En España, sin ir más lejos, una parte importante de la opinión pública sigue creyendo que las tropas españolas desplegadas en Irak fueron por razones humanitarias y cuando salgan de nuevo tropas hacia Afganistán es probable que se vuelva a esgrimir la misma razón. En ambos casos, con mejor o peor intención, las tropas españolas forman parte de una coalición occidental ocupante en un país extranjero con unos fines políticos claros.

Los efectos de este juego de confusión han resultado perversos en Afganistán, donde los grupos extremistas radicales aprovechan la frustración del pueblo afgano para ampliar su área de influencia y organizar operaciones de guerrilla a través de todo el país, con las organizaciones humanitarias entre sus objetivos principales.

En medio de este panorama caótico, la ausencia crítica de diálogo con estos guerreros clandestinos y la imposibilidad de establecer contactos para explicar la naturaleza de nuestra acción nos ha dejado en una situación extremadamente difícil, en donde el principal elemento de seguridad para nuestros equipos es un Gobierno, el de Karzai, que de hecho es incapaz de controlar la suya propia.

¿Qué espacio nos queda? ¿Cómo crear cierta humanidad en medio de la violencia si el símbolo de nuestra organización deja de ser respetado por unos y por otros, si deja de ser reconocido como neutral e independiente? La guerra contra el terrorismo, la última de una sucesión incesante que mantiene cautivo al pueblo afgano desde que en 1979 las tropas rusas invadieran el país, nos quiere obligar a tomar partido entre unos y otros. Nosotros lo rechazamos.

Los rusos llamaron a la guerra en Afganistán el Gran Juego. Los americanos han hecho de la propaganda de guerra su juego particular. En medio de tanta confusión, hemos perdido, optamos por abandonar. No tiene sentido enviar a gente para engrosar una lista de muertos que empieza a hacerse interminable. Pero no queremos que nuestro silencio haga más vulnerable a quien más sufre sus consecuencias. El drama afgano nos recuerda, sobre todo, que son las víctimas de este conflicto las que están pagando, desde hace tiempo, la violencia de este juego perverso.

Rafael Vilasanjuán es director general de Médicos Sin Fronteras en España

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