OPINIÓN DEL LECTOR

Muy disgustado

Señor Ruiz-Gallardón: soy un votante habitual del PP. Y me intranquiliza que mi voto se utilice para lo que no les he votado. Me refiero a que si voto al PP no es para apoyar ideas que van contra mis principios, porque no tendría sentido que gastara así de inútilmente mi voto.

Yo no he votado al PP para que se financien obras de arte que insulta a mis creencias en Dios, insultándole directamente a Él.

Le escribo a usted porque tanto la Comunidad de Madrid como el Ayuntamiento del que usted es alcalde financian con el dinero público y con mi voto el insulto a una creencia. Si no d...

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Señor Ruiz-Gallardón: soy un votante habitual del PP. Y me intranquiliza que mi voto se utilice para lo que no les he votado. Me refiero a que si voto al PP no es para apoyar ideas que van contra mis principios, porque no tendría sentido que gastara así de inútilmente mi voto.

Yo no he votado al PP para que se financien obras de arte que insulta a mis creencias en Dios, insultándole directamente a Él.

Le escribo a usted porque tanto la Comunidad de Madrid como el Ayuntamiento del que usted es alcalde financian con el dinero público y con mi voto el insulto a una creencia. Si no deja de apoyar esta iniciativa, que no tiene ningún sentido, perderá mi voto y el de todos los católicos, musulmanes, judíos, protestantes, anglicanos..., que crean en un solo Dios al que usted le parece bien insultar con el dinero de los madrileños.- Álvaro Gil Ruiz. Madrid.

Vuelvo al tren, una vez más, como cada día. A este tren de las 7.40 que pudo haber sido mi último tren el 11-M, pero no lo fue, gracias a un providencial retraso de cinco minutos. Vuelvo al tren y lo hago no porque tenga vocación de héroe, sino porque es la mejor opción que tengo para desplazarme al trabajo, desde San Fernando de Henares a Puente Alcocer, en Villaverde. Y, además, lo hago porque creo que los madrileños necesitamos volver a la normalidad, por nuestro propio bien.

Una joven amable me ofrece un diario gratuito mientras echo mano del abono de transportes. Hasta allí, todo normal. Dentro de la estación, dos soldados vestidos de combate y fuertemente armados me hacen volver al mundo real..., al de la guerra, al de la sangre y la violencia, que penden amenazantes sobre nuestras cabezas como una espada de Damocles.

Ya en el tren, leo en el diario que el líder de un colectivo gay se lamenta de que, cuando besa a su pareja en público, la gente los mire "sorprendida". Mientras tanto -justo sentados delante de mí-, dos jóvenes suramericanos, de no más de 20 años de edad, se lían un porro entre risas y sin que, al parecer, les molesten las miradas incrédulas de los demás pasajeros. Vuelvo la vista otra vez al diario y leo la entrevista a un director de teatro que se refiere con desprecio a quienes le cuestionan por haber escogido, para su obra, un título deliberadamente ofensivo y blasfemo para los creyentes de cualquier religión (y que se exhibe en una entidad subvencionada con el dinero de todos...).

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Entonces cierro los ojos y en mi imaginación me veo circulando por las venas y las arterias de una sociedad enferma, malherida y con síntomas de decadencia, que necesita una regeneración moral y espiritual urgente...

Y en mi recorrido imaginario pienso que, tal vez, no sería mala idea que aquellos que tienen que tomarle el pulso a nuestra realidad social (políticos, sociólogos, religiosos, periodistas, artistas...) se metan en las venas abiertas del transporte público y observen lo que la gente hace, lo que lee y lo que se refleja en sus rostros.

Tal vez así sabríamos lo que está pasando por debajo de la epidermis de nuestra comunidad, y podrían aportarse ayudas y soluciones eficaces..., antes de que sea demasiado tarde.

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