Columna

Otras explosiones

Hace exactamente un mes, en la noche del 10 de marzo, pude ver Hay motivo, la película de los tres minutos que 30 cineastas españoles dedicaron, cada uno por su cuenta y riesgo, a recordar a Aznar y al Delfín in potentia los síntomas de un descontento general. A la mañana siguiente me despertaron, como al resto de la población, las peores noticias, y el impacto de ese atrevido ejemplo de cine de agitación quedó olvidado; su propia proyección pública y abierta en una plaza madrileña fue, al igual que todos los actos programados para el trágico día, suspendida.

Cuatro semana...

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Hace exactamente un mes, en la noche del 10 de marzo, pude ver Hay motivo, la película de los tres minutos que 30 cineastas españoles dedicaron, cada uno por su cuenta y riesgo, a recordar a Aznar y al Delfín in potentia los síntomas de un descontento general. A la mañana siguiente me despertaron, como al resto de la población, las peores noticias, y el impacto de ese atrevido ejemplo de cine de agitación quedó olvidado; su propia proyección pública y abierta en una plaza madrileña fue, al igual que todos los actos programados para el trágico día, suspendida.

Cuatro semanas después del 11 de marzo, todavía nos levantamos cada mañana con un temor a lo que puede pasar tan fuerte como el dolor por lo ya sucedido. Todavía siguen explotando bombas. Todavía hay motivos para que, en medio del desconcierto y la ira, este país recuerde la gravedad de otros problemas ahora lógicamente supeditados al del terrorismo pero no por ello menos urgentes; y todavía peores en Madrid, no sólo porque nuestra ciudad haya sido el cubil y el blanco de los terroristas islámicos. El optimismo general que, entre tanta desdicha, han producido los resultados de las elecciones del 14 de marzo tiene en Madrid el contrapeso del doble gobierno municipal y regional en poder de la derecha aznarista y por tanto heredero de los atropellos sociales y políticas neofranquistas que los supercortos de tres minutos de Hay motivo ponen de relieve.

Los cineastas embarcados en esta singularísima propuesta tuvieron que ser, además de escuetos, puntuales, y alguno ha sido, a su pesar, profético, como Ana Díez, que en su logrado Madrid mon amour habla de una "ciudad vigilada y asustada". Las manipulaciones informativas de las televisiones públicas y alguna privada (Joaquín Oristrell, Imanol Uribe), la doble moral en cuestiones de adopción y emparejamiento (Sigfrid Monleón), el abandono asistencial a los pensionistas más humildes (Isabel Coixet), la crueldad de la nueva Ley de Extranjería (Alfonso Ungría), los engaños del Yak-42 y el Prestige (Manuel Gómez Pereira, Manuel Rivas), el auge del fundamentalismo católico visto a través del siniestro episodio del colegio de Villaviciosa de Odón adquirido manu militari por los Legionarios de Cristo, esa secta tan altamente incrustada en el PP (Pedro Olea); problemas, esos y otros más reflejados en el largometraje, que no alterarán el mesianismo de los terroristas pero a los que nosotros habremos de seguir enfrentándonos cotidianamente.

Los tres minutos más elocuentes y para mí más inolvidables y emocionantes de Hay motivo llevan imágenes de explosiones, aunque al verlas, siete horas antes de la matanza ferroviaria de Madrid, su poderoso efecto alusivo no era macabro sino liberador. Me refiero al corto de Gracia Querejeta Dónde vivimos, que refleja de modo metafórico y contundente el motivo de la especulación inmobiliaria, especialmente escandalosa, como bien se sabe, en nuestra capital, gracias al combinado ultra-liberal de la aznaridad nacional y el manzanato local. El breve documento de Querejeta va mostrando edificios en construcción y gente corriente (la misma que ya no puede costearse una vivienda digna y razonablemente pagada en los núcleos urbanos del país), mientras la voz del narrador se limita a recitar -como en una hipnótica salmodia- los disparatados precios de alquiler y compra de pisos que los ocho años de gobierno popular han generalizado. Al final, sin necesitar mayor intervención fílmica, la cineasta incluye a modo de coda imágenes de archivo con voladuras controladas de altos bloques de apartamentos terminados o en obras, presumiblemente aquellos que en su día violaron flagrantemente las leyes de suelo y edificación.

No quiero hacer poesía con la demagogia siendo aún tan estridente en los oídos el sonido de las bombas de Atocha, el Pozo o Leganés, y viviendo yo en esta ciudad tan castigada por la muerte fanática. Pero hay motivos para desear que una de las primeras medidas del nuevo Gobierno socialista sea la explosión sanitaria y regeneradora de esa funesta burbuja especulativa que Gracia Querejeta, en su bonita ilusión cinematográfica, vio saltar por los aires para provecho del bien común.

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