Editorial:

Mal perder

"Todos cometemos errores", declaró Mariano Rajoy en la noche del martes. El error es humano, por supuesto, pero el único modo de superarlo es reconocerlo y proponerse seriamente el no repetirlo. El candidato y otros dirigentes del PP reconocieron con deportividad, ya en la noche electoral, la victoria de Zapatero; Rajoy ha insistido luego en que la decisión del electorado es inapelable y que es inútil especular sobre lo que podría haber ocurrido en otras circunstancias. Pero a esta reacción impecable ha seguido el mal perder. El PP ha demostrado hasta ahora una gran incapacidad para la autocrí...

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"Todos cometemos errores", declaró Mariano Rajoy en la noche del martes. El error es humano, por supuesto, pero el único modo de superarlo es reconocerlo y proponerse seriamente el no repetirlo. El candidato y otros dirigentes del PP reconocieron con deportividad, ya en la noche electoral, la victoria de Zapatero; Rajoy ha insistido luego en que la decisión del electorado es inapelable y que es inútil especular sobre lo que podría haber ocurrido en otras circunstancias. Pero a esta reacción impecable ha seguido el mal perder. El PP ha demostrado hasta ahora una gran incapacidad para la autocrítica y prefiere el consuelo de las interpretaciones conspirativas.

En las últimas horas, la ministra Pilar del Castillo (y en menor medida el propio Rajoy) han resbalado por la pendiente de la búsqueda de culpables ajenos. Lo cual revela que dentro del PP han prosperado dos nuevos y graves errores: un intento de deslegitimación del Gobierno que sale de las urnas y una deplorable incapacidad para asumir las responsabilidades propias. Del Castillo, una socióloga que fue presidenta del CIS, ha dicho algo desconcertante: que la "manipulación descarnada de los sentimientos de dolor" por el atentado del 11-M había conducido, entre otras cosas, a que "personas que habitualmente no participan" lo hayan hecho en esta ocasión dado el clima de "alta tensión emocional". Por supuesto que han participado en las elecciones personas que sin los atentados se habrían abstenido de votar, pero eso es algo deseable en todo caso, según indicaron los políticos responsables en las horas previas a la jornada electoral: frente al intento desestabilizador del terrorismo, legitimar las instituciones con una votación masiva. ¿O es que esa consigna sólo era válida si las urnas se llenaban de votos al PP?

Rajoy no ha ido tan lejos, pero ha dicho algo así como que "algunos grupos" convencieron a la gente de que para evitar atentados podría ser mejor no votar al PP. Quienes sí han llegado mucho más lejos son algunos militantes convocados ante la sede del PP para vitorearle, que identificaron a Zapatero con Bin Laden. El derrumbe del PP se precipitó en los últimos días, pero sus raíces son anteriores. Puede que el atentado devolviera al primer plano la guerra de Irak, pero es insultante suponer que los votantes buscaban protección con su voto. Y calumnioso decir que el PSOE acusó o sugirió que el PP fuera responsable de los atentados. Es sencillamente una mentira, y en cambio es una evidencia que la torpe actuación del Gobierno al tratar de evitar que la gente asociase la matanza con la participación en la guerra irritó a muchos votantes. Ir más allá de eso es gratuito.

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E impide abrir los ojos a lo que las urnas reflejan, y quizás precisamente con más claridad porque han ido a votar quienes en otras circunstancias no lo habrían hecho. Aznar ha llevado a su partido desde la mayoría absoluta a aceptar como normales comportamientos que a mucha gente le parecían impropios de un dirigente democrático, como negarse a recibir a los presidentes de las comunidades regidas por partidos diferentes al suyo, e incluso al líder de la oposición a propósito de situaciones creadas precisamente por el terrorismo; a no aceptar el menor fallo en asuntos que han preocupado vivamente a la ciudadanía, como el del Prestige o el del Yak-42; a tomar decisiones de ruptura en la política exterior como si el PP fuera a gobernar siempre.

La democracia española necesita al PP. El sistema constitucional de distribución territorial del poder hace posible que ninguna derrota sea total. El PP no sólo consiguió el domingo un apoyo impresionante de 9,6 millones de votos, los mismos que en 1996 le dieron la victoria, sino que conserva la mayoría en el Senado y gobierna la mitad de las comunidades autónomas y muchas ciudades importantes. Su actual dirigente, Rajoy, es bien visto en ambientes distintos al suyo por su voluntad de diálogo, algo que España necesita hoy más que nunca. Estamos en circunstancias gravísimas: sin haber eliminado por completo el terrorismo de ETA y debiendo afrontar otro nuevo, el de Al Qaeda. Esto debería llevar al Gobierno en funciones a efectuar una transición del poder rápida y ordenada. Al mismo tiempo, el PP debe prepararse para ejercer una oposición leal. No lo tiene fácil Rajoy, porque se encuentra con un partido diseñado para gobernar y apoyar al Gobierno.

Rajoy está dispuesto a adelantar el congreso del PP, previsto para enero de 2005. Seguramente es acertado. Secretario general por designación de Aznar, no ha podido convalidar su liderazgo en las elecciones, como pretendía. Un congreso, antes de las elecciones europeas de junio, sería la manera más natural de hacerlo ahora y de preparar a su partido para la oposición.

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