Editorial:

Sin política marroquí

Las relaciones con Marruecos han oscilado entre el desdén y el conflicto, incluso militar, durante gran parte de los dos mandatos de Aznar. En varias ocasiones el Gobierno ha dado por cerrada la crisis con el vecino del Sur, pero no ha conseguido avanzar en la solución de los contenciosos de fondo ni ha superado la desconfianza personal y política entre los gobernantes de uno y otro lado del Estrecho. Esto no ha impedido, sin embargo, a ambos países dar muestras generosas de buena vecindad en momentos difíciles. Así, Marruecos ofreció la apertura de sus caladeros a los pescadores gallegos tras...

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Las relaciones con Marruecos han oscilado entre el desdén y el conflicto, incluso militar, durante gran parte de los dos mandatos de Aznar. En varias ocasiones el Gobierno ha dado por cerrada la crisis con el vecino del Sur, pero no ha conseguido avanzar en la solución de los contenciosos de fondo ni ha superado la desconfianza personal y política entre los gobernantes de uno y otro lado del Estrecho. Esto no ha impedido, sin embargo, a ambos países dar muestras generosas de buena vecindad en momentos difíciles. Así, Marruecos ofreció la apertura de sus caladeros a los pescadores gallegos tras el naufragio del Prestige, y ahora España, tanto desde el Gobierno como desde el sector privado, está mostrando una activa solidaridad frente a los efectos del terremoto que ha asolado la región de Alhucemas.

El establecimiento de una política de Estado respecto a Marruecos y la reanudación de un diálogo en profundidad con este país deberían ser tareas urgentes del Gobierno que emerja de los comicios del 14-M. Marruecos no es para España sólo un asunto de política exterior, sino también de cotidiana y palpable política interior. Estamos hablando de Ceuta y Melilla, la pesca, la inmigración, el tráfico de hachís, las aportaciones agrícolas respectivas a los mercados europeos y las inversiones de empresas españoles en el país magrebí. La acción marroquí de Aznar ha carecido de esa visión de Estado. En ella han pesado demasiado las sensibilidades personales y los intereses electoralistas. Sólo así se explica que Trillo se permitiera expresar hace unos días un deseo tan estrambótico como haber ocupado el islote Perejil "hace ocho años", lo que hubiera permitido, a su juicio, seguir pescando en sus aguas, o que Aznar y Trillo condecoraran ayer tardíamente a los boinas verdes que en julio de 2002 participaron en la Operación Romeo-Sierra.

Esos soldados cumplieron con eficacia la discutible misión de reducir a los gendarmes marroquíes y ocupar Perejil que les había sido encomendada por los responsables políticos. Nadie discute su profesionalidad, que evitó el derramamiento de sangre y el envenenamiento irreparable del conflicto. De ahí a condecorarlos en Alicante -sede de su unidad, pero también la circunscripción por la que se presenta el ministro de Defensa-, a los pocos días del comentario de Trillo sobre Perejil que suscitó la lógica irritación marroquí, media una distancia que suscita dudas. El acto de ayer desprende tufillo electoralista y en una dirección, la de alimentar una de las más peligrosas fobias cultivadas por la extrema derecha española contra nuestros vecinos. Tal vez por ello el Gobierno cambió su formato y la imposición de las condecoraciones se celebró a puerta cerrada, de un modo, diríase, que vergonzoso. Este sí pero no arroja más confusión si cabe.

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