Columna

Conductas ejemplares

Por lo que han contado los periódicos, al día de hoy, el comportamiento de Dolores Peña y Carlos Fabra llama, antes que a cualquier otra cosa, a la admiración. A mí, al menos, su conducta me provoca una enorme y sana envidia. Que alguien logre multiplicar su fortuna en unos meses, sin que medie un golpe de suerte en forma de herencia o lotería, me parece admirable. Desde luego, carezco de cualidades para un asunto semejante. Quizá por ello, me cautivan las personas dispuestas a robarle horas al día con tal de construirse un patrimonio y convierten esa tarea en el objetivo de una vida. ¿Qué ser...

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Por lo que han contado los periódicos, al día de hoy, el comportamiento de Dolores Peña y Carlos Fabra llama, antes que a cualquier otra cosa, a la admiración. A mí, al menos, su conducta me provoca una enorme y sana envidia. Que alguien logre multiplicar su fortuna en unos meses, sin que medie un golpe de suerte en forma de herencia o lotería, me parece admirable. Desde luego, carezco de cualidades para un asunto semejante. Quizá por ello, me cautivan las personas dispuestas a robarle horas al día con tal de construirse un patrimonio y convierten esa tarea en el objetivo de una vida. ¿Qué sería de nuestra sociedad, si no se dieran en ella el egoísmo y la codicia? Estaríamos condenados al atraso. Por eso, no entiendo la postura de algunos miembros principales del Partido Popular que, tras las noticias publicadas, han vuelto la espalda a estas personas, distanciándose de ellas. ¡Si deberían exhibirlas como ejemplo!

Lejos de considerarlo un hecho censurable, el incremento patrimonial de Carlos Fabra y Dolores Peña prueba la superior preparación de los miembros del Partido Popular, como, por lo demás, ya se sabía. Fue Manuel Fraga quien nos convenció de ello, años atrás, a propósito de unas oposiciones para la Administración gallega. Como quiera que todas las plazas las ganaban indefectiblemente los afiliados a su partido, la oposición y los sindicatos reclamaron a Fraga. El presidente de la Xunta descartó, de inmediato, cualquier favoritismo, que no hubiera tolerado: si, en las pruebas, se habían impuesto los miembros del Partido Popular -explicó Fraga-, se debía exclusivamente a su valía, no en balde se habían afiliado a él las personas más inteligentes de España. Y las más laboriosas, añadiría yo.

El caso de Dolores Peña, secretaria del Grupo Popular del Ayuntamiento de Alicante y esposa del concejal y portavoz municipal, Pedro Romero, es ilustrativo de la cuestión. Su mérito no es, únicamente, el de ser una persona industriosa, capaz de administrar su salario de manera extraordinaria, no. Lo que le da un carácter singular a Peña es, al margen de una fina percepción del negocio inmobiliario, su capacidad de iniciativa y su decisión a la hora de afrontar riesgos. Comprando y vendiendo propiedades, empeñándose, asumiendo peligros, Peña ha logrado reunir, en poco tiempo, un pingüe capital. ¿Por qué se lo habríamos de reprochar? En mi opinión, esta mujer no ha hecho más que encontrar su lugar en la España de las oportunidades que, con tanto tesón, defendió Eduardo Zaplana. Si Peña es el triunfo de la iniciativa individual, Carlos Fabra representa la laboriosidad. Fabra es el empresario impelido a crear riqueza constantemente, enlazando un proyecto con otro. Cuando encuentra una oportunidad de negocio, debe aprovecharla de inmediato, y no se detendrá hasta lograrlo. Que, en un momento u otro haya usado las influencias para resolver éste o aquel asunto es algo habitual. La influencia está en la base de la actividad política, sobre todo cuando se pertenece al partido que gobierna. La singularidad de Fabra, -que, en mi opinión, no se ha sabido juzgar- es haber convertido el tráfico de influencias en, por así decirlo, un proceso industrial. Puesto ante lo que para él es un hecho común, al que no otorga mayor importancia, Fabra opta por darle forma y crea una empresa, porque crear empresas es una emanación natural de su carácter. Ahora, debe pagar el precio de los pioneros.

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