Columna

Fabra

Hay varias imágenes de Carlos Fabra que me abstraen como si se tratara de obras de arte. Muy pocos políticos valencianos contemporáneos -por su diseño, por su coreografía- me resultan tan sugestivos y plásticos como éste. Dos de ellas sucedieron el mismo día en el Hotel Palace de Madrid, donde la Diputación de Castellón celebró hace unos años la Gran Gala Costa del Azahar. Era media tarde y Fabra pasaba revista con chaqueta de ante a los once salones habilitados para el evento. En apenas unas horas, aquello iba a ser un hervidero de lujo, y en el vapor de esa hoguera quedaría suspendida como u...

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Hay varias imágenes de Carlos Fabra que me abstraen como si se tratara de obras de arte. Muy pocos políticos valencianos contemporáneos -por su diseño, por su coreografía- me resultan tan sugestivos y plásticos como éste. Dos de ellas sucedieron el mismo día en el Hotel Palace de Madrid, donde la Diputación de Castellón celebró hace unos años la Gran Gala Costa del Azahar. Era media tarde y Fabra pasaba revista con chaqueta de ante a los once salones habilitados para el evento. En apenas unas horas, aquello iba a ser un hervidero de lujo, y en el vapor de esa hoguera quedaría suspendida como un aerosol luminoso la reina de los cuartos de baño, Isabel Preysler. Tras comprobar que todo estaba correcto, se dirigió al salón de la cúpula, cuyos divanes aposentaron las almorranas de Ernest Hemingway. Cuando Fabra apareció, el pianista empezó a teclear My way, como si lo estuviese esperando y se la dedicase expresamente, y él se quedó quieto con los brazos cruzados como si hubiese captado el mensaje y tratase de seducir a la propia melodía que lo ensalzaba. Entonces, esa bombonera neobarroca con columnas corintias se reflejó en los cristales oscuros de sus gafas como una apoteosis colorista, hasta dar la sensación de haber sido concebida a propósito como su propio estuche. La otra se produjo poco después en el baño del hotel, mientras Fabra estaba acoplado a uno de los urinarios con idéntica autoridad, ergonomía y entusiasmo. Allí varios tipos muy agradecidos le dieron palmadas a la espalda por la comilona que se estaba sirviendo. Entonces él, sin interrumpir su cometido, los calmó: "Pues ahora viene lo bueno". Aquel día Fabra dejó obsoletos a Brian del Palma y Robert de Niro. Ahora, en esa misma dinámica de hechos consumados y sobreentendidos sicilianos, un ex amigo y antiguo socio le ha vaciado un cubo de basura encima por tráfico de influencias, como si uno de los suyos, desde muy arriba, hubiese dado la orden de ir a por él por haber roto alguna antigua alianza. En ese caso, está a punto de desencadenarse una secuencia de acontecimientos violentos que siempre se producen mientras el vencedor asiste, como ajeno, a un espectáculo. ¿Bordará Fabra ese papel también?

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