Columna

El terrorismo de la seguridad

Continúa la escalada del control y la represión. Ayer tuvimos confirmación de que la casi totalidad de los aeropuertos y de los grandes puertos marítimos de EE UU fotografiarán y tomarán las huellas digitales a millones de extranjeros cuando entren en el país, en especial a quienes procedan de la mayoría de los países musulmanes. Este sistema de información biométrica, que comenzará a funcionar el próximo cinco de enero, viene a añadirse al arsenal de medidas coercitivas que Bush había incluido en su programa y que el 11-S ayudó a legitimar en la opinión pública y permitió hacer efectivas. Su ...

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Continúa la escalada del control y la represión. Ayer tuvimos confirmación de que la casi totalidad de los aeropuertos y de los grandes puertos marítimos de EE UU fotografiarán y tomarán las huellas digitales a millones de extranjeros cuando entren en el país, en especial a quienes procedan de la mayoría de los países musulmanes. Este sistema de información biométrica, que comenzará a funcionar el próximo cinco de enero, viene a añadirse al arsenal de medidas coercitivas que Bush había incluido en su programa y que el 11-S ayudó a legitimar en la opinión pública y permitió hacer efectivas. Su primera concreción fue el Patriot Act, aprobado en Octubre de 2001, que, con el argumento de incrementar la seguridad, puso en marcha un mecanismo extraordinariamente agresivo de inspección y vigilancia, que tenía acceso a todo tipo de informaciones bancarias y personales, a cualquier escucha telefónica, a consultar las tarjetas de crédito de los particulares y a controlar las comunicaciones por Internet. Su dirección fue confiada al almirante John Poindexter -condenado por su participación en el escándalo de la Contra nicaragüense-, quien está preparando un nuevo instrumento jurídico, el Domestic Security Enhancement Act, conocido como el Patriot Act II, que endurece las actuales disposiciones represivas. El ministro de Justicia, John Ashcroft, consiguió que se aprobase hace pocos meses un régimen judicial que permite que se detenga, sólo por su condición de sospechoso, a quienes no tengan la nacionalidad estadounidense, "por un periodo de tiempo razonable que haga posible desvelar sus propósitos". Ahora se trataría de que esas detenciones puedieran mantenerse secretas, sin procesamiento y sin limitación de tiempo.

Los sistemas de vigilancia total de informaciones, como el llamado TIA (Total Information Awareness), que ha elaborado el Pentágono, o el CAPPS (Computer Assisted Passenger Pre-Screening) evalúan el eventual nivel de peligrosidad de cada persona y le atribuyen un código de color: verde para los inofensivos, amarillo para los dudosos, y rojo para los peligrosos. De aquí a la identificación de los asesinos-natos, no hay más que un paso que Steven Spielberg ha dado en su película Minority Report, en el que Tom Cruise y sus colegas prevén los crímenes antes de que sucedan, identifican a sus autores, visualizan el lugar e impiden que se realicen. Este retorno a las predicciones de los comportamientos criminales basadas en las características anatómicas y fisionómicas de los individuos, que iniciaron, entre otros, Lavater y Gall, Francis Galton y Cesare Lombroso es sobre todo revelador del imperativo de la seguridad que hoy prima sobre todos los demás. Predicciones que siguen sin funcionar, como tampoco sirven para garantizarnos una seguridad eficaz las operaciones Gran Hermano a que se ha entregado con tanto entusiasmo el equipo Bush -ver Duncan Campbell Surveillance Electronique Planétaire, Allia, París- pero que son parte sustantiva de la ideología del autoritarismo global que preside su política. La guerra preventiva y permanente que nos predican tiene como compensación cotidiana el premio liberticida de la seguridad. A ella se lo sacrificamos todo, nuestras libertades políticas y nuestros avances sociales. Afortunadamente en EE UU no todas las voces concuerdan con esta visión retrógrada del mundo y no todas proponen una política represiva como única respuesta posible al terrorismo. Madeleine Albright, secretaria de Estado del Gobierno de Clinton, nos recordaba hace dos días en este diario que más peligrosas que las armas masivas es la ideología que las moviliza y los países que la producen y difunden. Razón "que hace de Arabia Saudí y no de Irak el frente central en la guerra contra el terrorismo... aunque hayamos preferido ignorarlo por nuestra avidez en venderle armas de alta tecnología... amasando con ello miles de millones de dólares". Lo dice Albright, y añade que hay que cambiar la política en Oriente Medio e involucrarse seriamente en el proceso de paz entre Israel y Palestina, así como liberar o procesar a los prisioneros de Guantánamo porque esa detención no para de crear nuevos terroristas. Posiciones como éstas llevan a pensar que no todo está perdido y que la mundialización del franquismo que subyace en la opción de Bush no es ineluctable.

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