ELECCIONES EN CATALUÑA

Independiente

Los dos guiones del nombre de Josep-Lluís Carod-Rovira son el reflejo gráfico de la voluntad del candidato de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) de distinguir elementos independientes y, al mismo tiempo, unirlos. Su formación se fragua en raíces populares, extraparlamentarismo, fratricidios congresuales y una vocación literaria que tanto le sirve para practicar el sarcasmo como para redactar resoluciones o, en momentos de subidón, inventarse un poeta al que citar en sus discursos.

Su apariencia serena no se corresponde con la radicalidad de su discurso, lo cual certifica que el ind...

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Los dos guiones del nombre de Josep-Lluís Carod-Rovira son el reflejo gráfico de la voluntad del candidato de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) de distinguir elementos independientes y, al mismo tiempo, unirlos. Su formación se fragua en raíces populares, extraparlamentarismo, fratricidios congresuales y una vocación literaria que tanto le sirve para practicar el sarcasmo como para redactar resoluciones o, en momentos de subidón, inventarse un poeta al que citar en sus discursos.

Su apariencia serena no se corresponde con la radicalidad de su discurso, lo cual certifica que el independentismo no tiene por qué ser una amenaza para la democracia. Carod-Rovira parece consciente de la dificultad de su propuesta y lo compensa con una convicción más nacional que partidista, trufada de afirmaciones propias de quien lo racionaliza casi todo pero también apuesta por el si cuela, cuela. Ayer, salía de un resfriado y habló propulsado por sus convicciones y por una pastilla de complejo vitamínico B-12, B-6 y B-1. Puso el reloj (de TV-3) sobre la mesa para controlar el tiempo y tomó notas casi ilegibles. Lucía dos anillos (una alianza convencional y otra de aspecto étnico-solidario) y respondió a todo menos a si se entendía mejor con Mas que con Maragall.

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En lo privado, se le conoce por no saber conducir, pertenecer a una colla de castellers y practicar el coleccionismo de pins, chapas de cava o esos carteles de "no molesten" que se cuelgan en las puertas de las habitaciones de hotel. Hay cierta coherencia en esas tres pasiones. El pin es una forma de simbología de solapa (el dibujante Fer le ha hecho uno en el que Carod aparece luciendo barriga y bandera). El cava resume los peligros de la euforia efervescente. Y el "no molesten" es el que le gustaría colgar en la puerta de ese país superviviente de la dualidad bipartidista, alejado tanto del determinismo hereditario y burgués como de la caricatura antropológica o de la conversión a la sevillana mecánica. A estas alturas, cuando las fuerzas mayoritarias dudan entre ningunearlo o darle más importancia de la que tiene, Carod-Rovira transmite firmeza, astucia y verosimilitud.

Ha pasado por momentos peores, algunos ajenos a su voluntad (periodo carcelario durante el franquismo) o auspiciados por pésimas compañías (las luchas internas que culminaron en el cisma de Colom-Rahola y que confirmaron que no sólo la izquierda marxista era amante de la antropofagia).

Del contenido de sus argumentos, destaca su voluntad de hacer compatibles catalanismo e izquierda, nacionalismo y progreso. De la forma, su capacidad para simultanear el rigor vagamente plomizo de según qué cuestiones con destellos de estudiada socarronería.

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