Viena muestra la relación de Bacon con los grandes pintores de todas las épocas

Una serie de objetos personales revela las fuentes de inspiración del artista autodidacto

La exposición Francis Bacon y la tradición de la imagen sitúa al artista sumergido en la galería de grandes pintores de otras épocas. La muestra, inaugurada ayer y abierta hasta el 18 de enero en el Museo de Historia del Arte de Viena, tuvo una acogida entusiasta entre los críticos. La idea de Barbara Steffen, comisaria de la exposición, fue mostrar 40 lienzos de Francis Bacon (Dublín, 1909-Madrid, 1992) en combinación con obras de otros maestros que le sirvieron de modelo e inspiración: de Velázquez y Rembrandt a Van Gogh, Ingres, Degas, Picasso y Giacometti.

Los cuadros se han...

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La exposición Francis Bacon y la tradición de la imagen sitúa al artista sumergido en la galería de grandes pintores de otras épocas. La muestra, inaugurada ayer y abierta hasta el 18 de enero en el Museo de Historia del Arte de Viena, tuvo una acogida entusiasta entre los críticos. La idea de Barbara Steffen, comisaria de la exposición, fue mostrar 40 lienzos de Francis Bacon (Dublín, 1909-Madrid, 1992) en combinación con obras de otros maestros que le sirvieron de modelo e inspiración: de Velázquez y Rembrandt a Van Gogh, Ingres, Degas, Picasso y Giacometti.

Los cuadros se han distribuido en 16 unidades, según los motivos: retratos de papas, representaciones del grito, jaulas, el cubo, el espejo, autorretratos... Y para completar y facilitar la comprensión del ejercicio, hay, en casi todas las salas, vitrinas con objetos que Francis Bacon tenía en su taller de Londres: libros, apuntes, recortes de periódicos y fotos. Se ve que fueron muy usadas, manoseadas y marcadas todas estas cosas que testimonian cuánta atención prestaba Bacon a determinadas ideas de otros creadores. La comisaria explica en el catálogo que Bacon "fue autodidacto, nunca visitó una escuela de arte, y su único mentor fue el pintor australiano Roy de Maistre". Para comprender su trayectoria, sugiere seguirle minuciosamente la pista, descifrando las inclinaciones que tenía por unos y por otros. Según Steffen, "estaba obsesionado por la literatura, el cine y la música".

Dos fragmentos de películas se proyectan en el museo: Un perro andaluz, de Luis Buñuel y Salvador Dalí, que sirve de indicación para la influencia que tuvo el surrealismo en la obra de Bacon, y El acorazado Potemkin, del ruso Serguéi Eisenstein, que domina la sala dedicada al motivo del grito. El pintor, que recogía -según se verifica en las vitrinas- documentos fotográficos de operaciones de lengua y disección de bocas, escribió que tenía la intención de mostrar a través de su arte el grito más convincente, "pero a Eisenstein en su película le salió mucho mejor". Se refería al grito de la madre dolorida, o al de la vieja que ve el horror de la violencia en aquel mítico filme.

El salón más monumental es el de los papas. Ya se conocía la admiración que sentía Bacon por el retrato de Inocencio X, pintado por Velázquez en el siglo XVII, que le inspiró una serie de retratos de sumos pontífices. Los de Bacon se ven con trasfondo oscuro, aislados, a veces gritando como fieras enjauladas, quizá peligrosas. El Inocencio X de Velázquez no forma parte de la exposición pero, en cambio, hay muchos otros retratos de eminencias religiosas. Se destaca el retrato pintado por Tiziano alrededor de 1555, que muestra al cardenal Filippo Archinto semicubierto por una cortina transparente. Se supone que esa forma de ocultarlo mostraba la ambigüedad del retratado, que fue nombrado cardenal pero nunca asumió el cargo debido a controversias políticas.

En la exposición, que tiene un fuerte carácter didáctico y seguramente consigue interesar a un público todavía reticente hacia las provocaciones del arte del siglo XX, hay carteles en alemán e inglés como textos para descodificar la obra de Bacon. De esta forma, se compara la ambigüedad de los personajes vistos por él y por Tiziano, y se explica el uso que el artista del siglo XX le da a la cortina, inspirándose en el maestro renacentista.

Más directa aún es la conexión entre Bacon y el pintor francés neoclásico Ingres. Ambos se sentían atraídos por el clasicismo, sobre todo por las esculturas griegas. En la obra Edipo y la Esfinge según Ingres, Bacon crea en 1983 un Hércules más vulnerable que el idealizado varón pintado por Ingres en 1826.

El autodidacto nacido en 1909 en Dublín, que dio sus primeros pasos en el ámbito artístico a través del diseño de muebles, bajo influencia del estilo Bauhaus, dijo muchas veces que había empezado a pintar después de conocer la obra de Picasso de los años veinte. Quizás por no ser tan enigmático este vínculo, la muestra le destina un espacio modesto, ya sea en el capítulo dedicado a la visión del espacio interior, como en el que se pone de relieve el cubismo y la percepción fragmentada del retrato.

Las interpretaciones que Bacon daba a lo carnal, en especial a los cuerpos descuartizados como expresión de lo pasajera que es la vida, ocupa un amplio espacio. Sus Estudios para una crucifixión, de 1962, se presentan junto al Buey muerto, de Chaim Soutine ( 1925). "Le fascinaban casi todas las imágenes que tenían algo extraño, especial u horrible", escribe la comisaria.

Parte de las obras de artistas del siglo XX aquí presentadas son de la Fundación Beyeler, de Riehen, cerca de Basilea. Esta institución, que coprodujo la muestra, recibirá del 7 de febrero al 20 de junio de 2004 la exposición Francis Bacon y la tradición de la imagen.

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