LA POSGUERRA DE IRAK

Los integristas chiíes atacan cines, locales de música y comercios de alcohol en Irak

Una granada mata a dos personas durante la proyección de una película porno en un cine de Mosul

Los islamistas de Bagdad han comenzado a extender su control por la capital iraquí desde su bastión en el barrio de Kadamiya. Cines, tiendas de música y comercios que venden alcohol han comenzado a sufrir presiones, que en ocasiones han llegado al asesinato, para que procedan al cierre. Ayer, en Mosul, tercera ciudad de Irak en número de habitantes, la explosión de una granada mató a dos espectadores de un cine que exhibía una película pornográfica de producción extranjera. Veinte personas resultaron heridas y el edificio sufrió importantes daños.

La ofensiva islamista en Irak se ha com...

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Los islamistas de Bagdad han comenzado a extender su control por la capital iraquí desde su bastión en el barrio de Kadamiya. Cines, tiendas de música y comercios que venden alcohol han comenzado a sufrir presiones, que en ocasiones han llegado al asesinato, para que procedan al cierre. Ayer, en Mosul, tercera ciudad de Irak en número de habitantes, la explosión de una granada mató a dos espectadores de un cine que exhibía una película pornográfica de producción extranjera. Veinte personas resultaron heridas y el edificio sufrió importantes daños.

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La ofensiva islamista en Irak se ha combinado con la aparición del crimen organizado que chantajea a los comerciantes y provocado que cada vez más bagdadíes exijan que los estadounidenses doten de auténtica autoridad a la policía iraquí a la vista de que los soldados norteamericanos no les protegen. "El negocio del cine dasus últimas bocanadas de aire en Irak, se asfixia como un pez fuera del agua. Todos sabemos que más pronto que tarde todo esto desaparecerá", se resigna Ahmid Alzawi, de 38 años, director de la sala de cine Al Sadun, en el centro de Bagdad. "Todo esto" es una sala con 600 butacas donde hasta antes de la guerra se emitían películas para toda la familia y que ahora se especializa en películas de acción e intriga de serie B, con actrices norteamericanas e italianas a las que, de vez en cuando, se les cae la ropa.

"La situación no es nada segura. Hemos tenido que colocar hombres armados para que vigilen el edificio por la noche", subraya Alzawi mientras los empleados cachean a los espectadores de la sesión matinal. El empresario recibe de vez en cuando la visita de personas -"naturalmente no se identifican como radicales"- que le conminan a abandonar el negocio y echar el cierre. Otras veces, coches a toda velocidad lanzan octavillas con mensajes amenazantes para los espectadores. "Hasta ahora lo soportamos, pero sabemos que todo va a terminar. Tengo miedo de un Estado islámico".

Las presiones que sufre Alzawi no son nada comparadas con las que sufren los gerentes de las dos salas X que hay en la capital iraquí. Una de ellas ha sido incendiada en tres ocasiones por los islamistas, pero su dueño (que se niega a dar su nombre) reconoce que le compensa volver a reconstruir el local ante el volumen de dinero que ingresa. No sólo el cine está en el punto de mira de los radicales. Otros dos artículos que son identificados con la decadencia occidental: la música y el alcohol, también están en la lista negra. "No es que haya problemas, sino que en cada barrio la gente prefiere un tipo de música diferente", asegura Ahmed Haraque, de 21 años, dependiente en una tienda donde predominan los rostros de Britney Spears y Madonna. No obstante, Haraque reconoce que no se le ocurriría poner su negocio en los barrios chiís y menos en Kadamiya. Allí sólo existen CD con discursos y cánticos religiosos. "Alguno intentó abrir, pero el negocio no fue bien".

"Yo creo en Dios y Él me protege", subraya mientras muestra una pistola Bahman Isa, un cristiano-iraquí de 44 años que regenta una tienda de licores. La mayoría de estos negocios han cerrado, y no por falta de clientes. "Han llegado a matar al dueño de alguna tienda", relata Isa, quien también ha recibido visitas que le recomiendan echar el cierre. Todavía los tres empleados de la tienda trabajan a pleno rendimiento, pero Isa se queja de que no puede estar permanentemente ocupado por la propia seguridad. Es la misma queja que cada vez se hacen más habitantes de Bagdad, cansados de vivir en una ciudad militarizada en la que la delincuencia y la extorsión están cada vez más organizadas. Comerciantes del populoso barrio de Carrade ya han denunciado que se les han exigido pagos "para garantizar su protección". "Que los americanos dejen trabajar a la policía iraquí. No basta con que les den armas, tienen que darles autoridad", opina Rashid Almouni, de 65 años, tendero de la zona.

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Varios hombres conversan junto al cine Al Nijum, en Mosul, donde una granada mató ayer a dos espectadores.AP

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