Columna

Abuelas con mochilas

Frente al Ayuntamiento de Valencia, o junto al puente de las ídem, las pancartas reclaman " menos flores y más formadores". Se ve que la ciudad "no tiene" para contratar al profesorado de la Universidad Popular y a estas alturas las 10.000 estudiantes (en femenino lo pinto, porque son inmensa mayoría) esperan para empezar el curso. Prescindiré de detalles sobre las razones de los docentes. Y no recordaré las infames depuraciones políticas contra quienes habían enseñado durante la etapa socialista, ni cómo se le toleraron todos los nepotismos a aquella García Broch de infausta memoria. Tampoco ...

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Frente al Ayuntamiento de Valencia, o junto al puente de las ídem, las pancartas reclaman " menos flores y más formadores". Se ve que la ciudad "no tiene" para contratar al profesorado de la Universidad Popular y a estas alturas las 10.000 estudiantes (en femenino lo pinto, porque son inmensa mayoría) esperan para empezar el curso. Prescindiré de detalles sobre las razones de los docentes. Y no recordaré las infames depuraciones políticas contra quienes habían enseñado durante la etapa socialista, ni cómo se le toleraron todos los nepotismos a aquella García Broch de infausta memoria. Tampoco me detendré en la incongruencia de que los centros de educación de adultos municipales y los de la Generalitat no realicen una labor más coordinada.Porque nos ha de importar más ese alumnado tan especial que cada curso desafía las varices guardando pacientemente la cola de las matrículas. Esas mujeres que han visto pasar las estaciones de su existencia entre cuatro paredes y que ahora "se apuntan", voluntariosas, a todos los penúltimos trenes que pasan por su lado: cursos de alfabetización, charlas en la asociación de vecinos, gimnasia en el centro social, excursiones, escuelas de verano, piscina, informática, taichi... Estas abuelas con mochila, que hasta cumplieron con la crianza de unos nietos ya talluditos, muchas viudas, se han liberado de las antiguas rutinas domésticas que las oprimían como un puño y ahora son esponjas que empapan con avidez. Supongo que a algunas también les importa ese certificado o título que colgarán orgullosas en la salita como prueba de haber abandonado el vacío mental. (Ya, ya sé que ignorar la Geografía no equivale a estar tonta, pero es mucho lo que puede castigar la autoestima haberse visto obligada, durante décadas, a vivir y aprender por poderes). Quizá las más mayores lamenten descubrir el aula antes vedada cuando parece que ya no vale para nada porque el futuro es corto. Pero sí "sirve", aunque sólo sea porque darles esa oportunidad antes negada constituye la mínima reparación a tanta injusticia histórica. Todos y todas se lo debemos. Rita: tú también.

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