Editorial:

Comienzo con brío

El novicio presidente argentino, Néstor Kirchner, ha comprendido que la manera de conjurar su debilidad congénita -elegido con un 22% de los votos, tras la retirada de su rival peronista, Carlos Menem- es apretar el acelerador desde el principio, para que una ciudadanía escéptica asuma quién está al timón. Kirchner está obligado simultáneamente a construir una base política de la que carece -llegó a Buenos Aires desde una oscura gobernaduría patagónica- y a desmarcarse de su mentor y predecesor, Eduardo Duhalde. Sólo mediante este doble desafío puede conseguir en las elecciones legislativas de...

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El novicio presidente argentino, Néstor Kirchner, ha comprendido que la manera de conjurar su debilidad congénita -elegido con un 22% de los votos, tras la retirada de su rival peronista, Carlos Menem- es apretar el acelerador desde el principio, para que una ciudadanía escéptica asuma quién está al timón. Kirchner está obligado simultáneamente a construir una base política de la que carece -llegó a Buenos Aires desde una oscura gobernaduría patagónica- y a desmarcarse de su mentor y predecesor, Eduardo Duhalde. Sólo mediante este doble desafío puede conseguir en las elecciones legislativas de octubre el respaldo popular en un país desmoralizado y en bancarrota.

Entre los retos de Kirchner está sacar a Argentina de su peor crisis económica en un siglo. Tendrá que convencer a inversores privados de que vayan olvidando miles de millones de dólares que les debe el Gobierno y renegociar este verano con el FMI un acuerdo para el servicio de una deuda de más de 35.000 millones. Pero antes tiene que intentar devolver a los escarmentados argentinos la confianza en una Administración tradicionalmente corrompida y cuya confianza ha sido espectacularmente erosionada durante los mandatos de Menem.

El presidente, que se caracteriza a sí mismo como un socialdemócrata, ha elegido ámbitos éticamente sensibles e instituciones suficientemente desacreditadas para sus primeras medidas. En sus primeras tres semanas ha jubilado a una buena parte del mando de las Fuerzas Armadas y la Policía Federal, y ha hecho guiños sobre cambios probables en la política de impunidad de que han gozado los militares implicados en atrocidades durante la última dictadura. La renovación de la Corte Suprema, que lleva muchos años siendo un mero apéndice del Ejecutivo, está también en el punto de mira del nuevo inquilino de la Casa Rosada.

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Kirchner pretende, como ha quedado claro tras su reciente viaje a Brasil -país hacia el que Buenos Aires pretende virar-, proyectar también una imagen internacional de gobernante reformista, capaz de emprender desde el centro-izquierda la renovación de unas instituciones críticamente postradas por la corrupción. Pero para que el programa de saneamiento obtenga algún rédito de credibilidad, el incipiente cirujano tendrá, más temprano que tarde, que dirigir el bisturí contra su propio partido peronista.

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