Argentina, bajo el encanto del 'efecto K'

Al inicio de su presidencia, Kirchner ha actuado como un revulsivo para una nación desilusionada

Escribe el periodista argentino Ernesto Tenembaum en la revista Veintitrés que es difícil criticar alguna decisión o gesto del nuevo presidente Néstor Kirchner, en momentos en que el 90% de la sociedad está bajo los efectos de un entusiasmo que quizá sea justificado. En tres semanas al frente del Gobierno, Kirchner -el efecto K como ha bautizado la prensa su estilo de mandato- ha actuado como un auténtico revulsivo y repite ante cualquier auditorio que viene otro país, aunque a algunos no les guste. "No nos faltan ganas, ni fuerza, ni decisión de construir una Argentina distinta"...

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Escribe el periodista argentino Ernesto Tenembaum en la revista Veintitrés que es difícil criticar alguna decisión o gesto del nuevo presidente Néstor Kirchner, en momentos en que el 90% de la sociedad está bajo los efectos de un entusiasmo que quizá sea justificado. En tres semanas al frente del Gobierno, Kirchner -el efecto K como ha bautizado la prensa su estilo de mandato- ha actuado como un auténtico revulsivo y repite ante cualquier auditorio que viene otro país, aunque a algunos no les guste. "No nos faltan ganas, ni fuerza, ni decisión de construir una Argentina distinta" es una de sus frases favoritas. Después de vivir una agonía interminable, los ciudadanos tienen motivos para querer creerle.

No ha dudado en pasar a retiro a buena parte de la cúpula de las Fuerzas Armadas
El nuevo estilo de gobierno incluye la apertura de puertas de la Casa Rosada

Quienes se han entrevistado con él coinciden en la firmeza que transmite el nuevo conductor de la República Argentina, convencido de que no puede levantar el pie del acelerador durante los próximos meses si quiere demostrar que el cambio va en serio. El periodo clave es de aquí a las elecciones legislativas de octubre, que definirán la nueva composición del Congreso y el respaldo parlamentario con el que contará el Gobierno. El peronista Néstor Kirchner tiene que lograr en los próximos comicios el respaldo popular que vaticinaban las encuestas y que no pudo confirmar en la segunda vuelta de las pasadas elecciones presidenciales, porque su adversario, Carlos Menem, también peronista, se retiró en el último momento.

Con la renuncia del ex presidente desapareció la amenaza de una polarización política aguda, pero Kirchner recibió la banda presidencial sin otra tarjeta de presentación que el 22% de votos que obtuvo en la primera vuelta electoral. Porcentaje exiguo para gobernar con garantías de éxito, advertían algunos analistas. No terminará el mandato y será un presidente débil como Fernando de la Rúa, pronosticaban sus enemigos.

El presidente aceptó el desafío y ya el mismo día de su investidura marcó un nuevo estilo de actuar que dejó boquiabiertos a los argentinos, cuando se zafó de los servicios de seguridad y recorrió a pie la plaza de Mayo de Buenos Aires mezclándose con la multitud. El baño de masas se saldó con una pequeña herida en la frente producida en un tumulto, nada grave teniendo en cuenta la situación de desprotección en que anduvo el presidente durante largos minutos.

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En su nuevo cargo, Kirchner ha decidido que la mejor manera de hacer campaña para convencer a quienes no creían en él, a los indecisos e incluso a buena parte de sus adversarios es con hechos. Y en ello está. Tres semanas han bastado para mostrar que el presidente manda y que su poder no es prestado por nadie, ni por Eduardo Duhalde, su antecesor y promotor de su candidatura presidencial. Kirchner ha empezado con paso firme y no ha dudado en firmar algún decreto controvertido como el de pasar a retiro a buena parte de la cúpula de las Fuerzas Armadas. La decisión causó profundo malestar entre el generalato, que hizo oír su voz a través de un exabrupto en forma de mensaje de despedida del anterior jefe del Ejército, el general Ricardo Brinzoni. La intriga política vuelve a los cuarteles, dijo el militar con el orgullo malherido. El presidente le respondió 24 horas después, en el acto de toma de posesión del nuevo jefe castrense. Argentina vivió momentos de tensión, pero Kirchner dio un golpe de autoridad contundente.

El nuevo Gobierno ha dado señales de que habrá cambios en la política de derechos humanos y de impunidad para los militares implicados en violaciones de derechos humanos durante la última dictadura. Concretamente, Kirchner estudia rechazar el llamado principio de territorialidad ante las peticiones de extradición procedentes de jueces de otros países, lo que permitiría que militares argentinos fueran juzgados en el exterior.

La primera ocasión que tendrá el Gobierno de Kirchner de pronunciarse al respecto se producirá si el capitán de corbeta Ricardo Miguel Cavallo es extraditado a España desde México, después de que la Corte Suprema de este último país haya dado luz verde a la petición del juez Baltasar Garzón. Cavallo está acusado de graves crímenes cuando estuvo destinado en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA).

Los militares, como en anteriores ocasiones, presionarán al Gobierno argentino para que haga valer la soberanía judicial propia y lograr que Cavallo sea enviado a Argentina y no a España. Otro tema que inquieta a los uniformados es la vigencia de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, aprobadas por el Gobierno de Raúl Alfonsín para frenar las embestidas golpistas de finales de los ochenta y que garantizan la impunidad de militares involucrados en crímenes durante la dictadura. Estas leyes han sido declaradas inconstitucionales por varios jueces federales y el caso está en manos de la Corte Suprema, que tiene que pronunciarse al respecto.

Después de los militares, Kirchner acometió la renovación de la cúpula de la Policía Federal, aunque mantuvo en su puesto al jefe actual, Roberto Giacomino. El presidente ha establecido los nuevos ejes de la actuación policial, basados en una mayor labor de prevención, acercamiento a la población y eficacia en el esclarecimiento de los delitos.

La guerra del nuevo Gobierno contra la desprestigiada Corte Suprema estaba cantada desde que Kirchner fue proclamado presidente, y se confirmó cuando anunció la composición de su Gabinete. La designación de Gustavo Beliz, miembro del Opus Dei bien visto por la jerarquía eclesiástica, al frente de la cartera de Justicia, tenía mucho que ver con el objetivo de renovar una institución que en la última década actuó como correa de transmisión del poder ejecutivo. El ministro le tiene ganas al más alto tribunal, empezando por su presidente, Julio Nazareno. Más sorprendente fue la enérgica reacción de Kirchner cuando reclamó en un mensaje televisado que el Congreso iniciara los trámites correspondientes para destituir a Nazareno y otros jueces para preservar "a las instituciones de los hombres que no están a la altura de las circunstancias". Era la respuesta a las amenazas del presidente de la Corte Suprema de dictar fallos que podrían desestabilizar al Gobierno, como la redolarización de los depósitos de ahorradores particulares. La Cámara de Diputados se dispone a iniciar el juicio político contra Nazareno, tras el respaldo unánime de los peronistas, principal grupo parlamentario.

El efecto K ha supuesto la apertura de las puertas de la Casa Rosada y de los despachos ministeriales a sectores que raramente son recibidos por el Gobierno. Representantes de los diversos grupos piqueteros que agrupan a los trabajadores desocupados, las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo, las organizaciones sindicales (oficialistas y disidentes), han desfilado por el despacho del presidente.

En política exterior, el nuevo Gobierno ha variado el rumbo y apunta claramente a Brasil, destino del primer viaje oficial que realizó el miércoles pasado Kirchner al frente de una amplia comitiva que incluía parlamentarios oficialistas y de la oposición. El presidente argentino firmó con su homólogo Luiz Inácio Lula da Silva una declaración de 32 puntos que subraya la fortaleza de una "alianza estratégica" entre las dos naciones.

Kirchner saludando el viernes pasado a los habitantes de Santa Fe, localidad que sufrió fuertes inundaciones en mayo.AP

A la búsqueda del poder político

En los próximos meses Kirchner afronta la ardua tarea de construir el poder político que no obtuvo en las urnas, al no celebrarse la segunda vuelta de las elecciones presidenciales. De aquí a octubre habrá comicios en casi todas las provincias y en la ciudad de Buenos Aires. El poder político en los distintos feudos del interior es de gran importancia en Argentina.

Preocupado en consolidar este respaldo, Kirchner viajó en los primeros días de su mandato a Formosa, una de las provincias más pobres del país. El objetivo de la visita presidencial no era sólo el apoyo a la retirada de los bonos provinciales con los que cobraban sus salarios los empleados públicos, sino dar un claro espaldarazo a la candidatura del gobernador Gildo Insfrán (aliado de Kirchner), que prepara una reforma constitucional que le permita presentarse a la reelección indefinidamente.

A veces hay compañeros de viaje que pueden acabar resultando incómodos. Es el caso de la provincia de Santiago del Estero, gobernada desde tiempo inmemorial por el caudillo peronista Carlos Arturo Juárez (actualmente la gobernadora es su esposa). El cacique santiagueño apoyó a Kirchner en las elecciones presidenciales. Aquel respaldo no es una carga cómoda para el presidente, en una provincia donde ha estallado un escándalo de drogas, sexo y lavado de dinero con implicaciones del aparato de seguridad juarista detrás del crimen de dos jóvenes, cuyos cadáveres fueron descubiertos en febrero.

En la provincia de Buenos Aires, la de mayor peso electoral de Argentina y en la que Kirchner obtuvo una excelente votación, hay numerosos intendentes y cabecillas políticos peronistas que aguardan expectantes los pasos del nuevo presidente. Para todos ellos su líder natural es Eduardo Duhalde, quien les garantizó sus parcelas de poder logradas a base de una política clientelista.

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