Columna

Cuba

Los principios, esto es, los propios valores, hay que demostrarlos con los oponentes, hay que defenderlos con los enemigos. Porque defenderlos con los amigos no es más que trabajar por nuestros intereses. El jueves pasado participé en Madrid en un acto contra la represión en Cuba. En la mesa había dos representantes de partidos españoles, CiU y PP. Para ambos políticos era fácil condenar el totalitarismo asesino de Castro: esa actitud forma parte de su tradición y sus inclinaciones, y está por ver si hubieran manifestado la misma diligencia a la hora de protestar por algún energúmeno adscrito ...

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Los principios, esto es, los propios valores, hay que demostrarlos con los oponentes, hay que defenderlos con los enemigos. Porque defenderlos con los amigos no es más que trabajar por nuestros intereses. El jueves pasado participé en Madrid en un acto contra la represión en Cuba. En la mesa había dos representantes de partidos españoles, CiU y PP. Para ambos políticos era fácil condenar el totalitarismo asesino de Castro: esa actitud forma parte de su tradición y sus inclinaciones, y está por ver si hubieran manifestado la misma diligencia a la hora de protestar por algún energúmeno adscrito a la esfera conservadora. Pero lo preocupante y lo cierto es que, en ese acto en concreto, no había nadie del PSOE ni de IU, pese a que se les invitó reiteradas veces. Los prejuicios embrutecen y envilecen, y nos hacen buscar mil excusas viciosas (por ejemplo, que los convocantes no son de tu cuerda) para justificar lo injustificable. A mí estos melindres me parecen fuera de lugar cuando lo que está en juego son la vida y las libertades más elementales. O sea, creo que en el País Vasco todos los demócratas deberían unirse contra el horror de ETA, y también creo que la gente decente debería condenar de manera unánime el delirio tiránico de Castro.

En cuanto a la declaración de los "intelectuales cubanos" culpando a EE UU, me partiría de risa si no fuera tan trágico. Esos supuestos intelectuales son los dirigentes políticos de la Uneac, la Unión de Escritores y Artistas, una organización obligatoria, como todo en el castrismo. Afiliados por narices a la Unión, los autores intentan aguantar el chaparrón de la dictadura; pero si se portan mal (y cualquier pensamiento propio es sospechoso), la Uneac les expulsa, y ése es el comienzo del camino a la cárcel. He conversado con un par de expulsados: se quedan totalmente desamparados, no pueden publicar, no pueden hablar. No digo sus nombres porque el solo hecho de haber charlado conmigo podría costarles 20 años de prisión (las últimas condenas son por cosas así). ¿Qué viejo mito de falso paraíso progresista sigue nublando las entendederas de tantos izquierdistas? Cuba es un infierno sin paliativos y estamos obligados a denunciarlo.

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