Reportaje:FOROS DE DAVOS Y PORTO ALEGRE

Diálogos en la mesa del presidente

Lula narró sus aventuras con Bush y sus recuerdos sobre "don Emilio" en una cena a la que se apuntó Ana Botín

La regla es tan apasionante como el juego: cada participante puede entrar en la sala, escoger una de las mesas donde figura el nombre de un presidente latinoamericano y esperar junto a la silla hasta que aquél llegue para proceder a sentarse. Eran cinco presidentes acompañados de sus ministros. La noche del sábado ingresaron el argentino Eduardo Duhalde, el peruano Alejandro Toledo, el colombiano Álvaro Uribe, el mexicano Vicente Fox. También los ex presidentes de Costa Rica José María Figueres y el ex presidente del Gobierno español Felipe González. Todos, presidente, canciller, y 10 comensal...

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La regla es tan apasionante como el juego: cada participante puede entrar en la sala, escoger una de las mesas donde figura el nombre de un presidente latinoamericano y esperar junto a la silla hasta que aquél llegue para proceder a sentarse. Eran cinco presidentes acompañados de sus ministros. La noche del sábado ingresaron el argentino Eduardo Duhalde, el peruano Alejandro Toledo, el colombiano Álvaro Uribe, el mexicano Vicente Fox. También los ex presidentes de Costa Rica José María Figueres y el ex presidente del Gobierno español Felipe González. Todos, presidente, canciller, y 10 comensales por mesa, tomaron asiento. Los de la mesa del quinto presidente, el brasileño Luiz Inácio Lula da Silva, esperaban de pie junto a sus sillas. Lula acababa de llegar a la ciudad. Había hecho el trayecto Porto Alegre-París-Zúrich, para volar en helicóptero a Davos. La expectación crecía. Había cuatro presidentes en activo, pero la estrella era Lula. Cuando llegó, hubo una exhalación. Los 10 comensales a la espera se sentaron.

"Sí, mi padre estaba preocupado por tu seguridad", le dijo Ana Botín a Lula
"Bush dijo que no era un hombre de cultura y que no había viajado mucho por el mundo"
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Enfundado en un traje de franela color gris topo, Lula cogió un trozo de papel y junto con su canciller, Celso Amorim, garabateó unos puntos. Mientras, Felipe González subió al escenario. Habló de la crisis económica mundial, la situación de América Latina, la guerra contra Irak y recomendó a Lula algo que ya había dicho en Río hacía un par de meses: para distribuir riqueza antes hay que crearla. También señaló que eliminar los subsidios agrícolas que afectan a los países latinoamericanos no era un asunto tan relevante.

Lula movió la cabeza hacia su canciller. "Para Brasil sería bastante", susurró. Es evidente. Brasil tiene una deuda externa de 278.000 millones de dólares. Para pagar necesita más créditos porque no genera los ingresos necesario para hacerlo sin ellos. Y como no exporta sustancialmente más por las barreras proteccionistas de EE UU, Japón y la UE, está en un callejón sin salida.

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Fue lo primero que aclaró Lula al subir al estrado. Con todo cariño, apuntó: "Felipe González dijo que el asunto de los subsidios no es tan importante. Pero el fin de ellos es de mucha ayuda para Brasil y América Latina".

Lula explicó enseguida cuál era el problema de su país: "Nuestros problemas no son el resultado de la falta de crecimiento. Hemos estado aumentando hasta hace algunos años nuestra producción por encima de todos los países. La élite brasileña se benefició de una forma perversa. Las distancias entre ricos y pobres siguieron ampliándose. El pueblo sigue sufriendo hambre y carece de educación".

El canciller, en un aparte, precisó: "El mensaje de Lula no es el de Felipe. El presidente le quiere mucho, pero su idea es otra. En Brasil se ha creado mucha riqueza, pero la desigualdad es mayor". Lula explicó su programa de reforma fiscal y de la seguridad social, su idea de un nuevo contrato social. "No puedo errar", sentenció.

Al regresar a la mesa, el ministro brasileño de Desarrollo, el empresario Luiz Fernando Furlan, se acercó a Lula y se agachó para estar a su altura: "Presidente, Ana Botín es la hija del dueño del Banco Santander", dijo señalando a Ana.

Furlan subrayó que la entidad representaba muchos millones de dólares en Brasil y en España. Lula calló.

"Mi padre te visitó después de tu elección", dijo Ana. Lula la miró. Clavó los ojos en su dedo meñique izquierdo, donde brillaba un anillo con una piedra que parecía aguamarina. Subió la mirada a sus pendientes, que llevaban encastrados la misma piedra. No movió un músculo del rostro.

"Sí, mi padre estaba preocupado por tu seguridad", añadió Ana, sin saber si sabía de quién le estaba hablando.

Lula abrió la boca: "Don Emilio, don Emilio... Él vino a verme después de la victoria. Hablamos bastante. Antes de salir, me dijo: 'Quiero hablar con la prensa. Voy a darte mi apoyo'. Y lo hizo". Lula encendió un purito. Ana le alcanzó un mechero y lo recuperó para fumar un cigarro ella también.

"Presidente Lula, tengo una curiosidad malsana. ¿Cómo te fue con Bush en Washington?", preguntó uno de los comensales.

"Mejor de lo que me imaginaba. Me explicó sus ideas sobre la guerra contra Irak. Le dije que esta no era mi guerra, que la mía era contra el hambre y la pobreza. Luego me dijo que tenía que disculparle por las cosas que se pudieron decir sobre Brasil desde su Administración. Me explicó que él no era un hombre de cultura y que no había viajado mucho por el mundo".

Celso, en otro aparte, agregó: "Yo no estuve presente, pero Bush ha propuesto una reunión conjunta de ambos Gobiernos al completo para trabajar sobre una agenda común. Estamos preparando esa reunión. Nosotros queremos que sea en Brasil".

Hablaron después de Lula los presidentes Álvaro Uribe, Eduardo Duhalde, Alejandro Toledo y Vicente Fox. Todos le rindieron honores. América Latina, a juzgar por las palabras de cada uno de ellos, desea el liderazgo de Brasil, su primera economía. Lula degustó el vino tinto argentino y el cordero patagónico que trajo Duhalde, y, agotado, accedió a que le tomasen fotos.

En eso llegó el músico y cantante, y ahora ministro de Cultura, Gilberto Gil, quien terminó vocalizando jazz con un grupo de músicos surafricanos en el sótano de un hotel vecino. Eran las tres de la mañana cuando terminaba la fiesta. Ana Botín no se la perdió.

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