Tribuna

Presupuestos autistas

El sentido común cívico nos enseña que cualquier debate de presupuestos debe abordar las preocupaciones y los problemas cotidianos de la ciudadanía. Se decide el destino y origen de los recursos públicos, clarificando, con la máxima transparencia, con qué criterio se recauda y se gasta, el grado de eficiencia y su capacidad de redistribución, a la vez que su contribución a la mejora de la calidad de vida y a la corrección de las desigualdades entre personas y territorios. En definitiva, debatimos la capacidad de la política para intervenir en la economía, para su crecimiento, mej...

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El sentido común cívico nos enseña que cualquier debate de presupuestos debe abordar las preocupaciones y los problemas cotidianos de la ciudadanía. Se decide el destino y origen de los recursos públicos, clarificando, con la máxima transparencia, con qué criterio se recauda y se gasta, el grado de eficiencia y su capacidad de redistribución, a la vez que su contribución a la mejora de la calidad de vida y a la corrección de las desigualdades entre personas y territorios. En definitiva, debatimos la capacidad de la política para intervenir en la economía, para su crecimiento, mejora del empleo, en cantidad y en calidad, y del bienestar colectivo.

En la sociedad vasca viene siendo mucho más importante el debate de las identidades nacionales, que la problemática derivada de la falta de trabajo, de su inestabilidad, precariedad, inseguridad, alta siniestralidad ... Lo mismo ocurre con la calidad de nuestra educación y formación, de nuestra sanidad, de la lucha contra la exclusión social, del derecho a la vivienda. La historia de nuestros debates parlamentarios es la expresión de la anormalidad política. Hay una ausencia real de debate económico, de capacidad política para plasmar en el debate parlamentario diferentes políticas económicas que expresan diferentes modelos de sociedad. Son debates endogámicos, tramposos, aburridos y cívicamente agotadores, con confrontaciones permanentes entre identidades soberanistas frente a constitucionalistas.

La oposición política ha calificado los presupuestos generales de Euskadi para 2003 de nacionalistas y soberanistas. Antes que esto hay que calificarlos de regresivos, conservadores, autistas e inadecuados para afrontar la nueva situación de ralentización de nuestra economía y desaceleración de nuestro crecimiento. Unos presupuestos continuistas no sirven para crear riqueza suficiente y hacer políticas redistributivas. No es lo mismo una política presupuestaria en situación de bonanza económica que en época de crisis. Hemos entrado en una etapa de desaceleración económica. La economía vasca crecerá en torno al 1,8% en el ejercicio 2002. Se está produciendo un cierto derrumbe en la actividad industrial, que apenas es capaz de crecer al ritmo del 1,2%. Para el 2003 se realiza una previsión oficial del crecimiento del 2,2% en términos reales. Esto posibilita un crecimiento del 4,3% del Presupuesto de ingresos, que es inferior al de los últimos años.

Este Presupuesto plantea unas previsiones de ingresos y recaudación tributaria tremendamente moderadas. Implícitamente esta moderación restringe el gasto y deja fuera del hipotético debate parlamentario todo lo que se recaude, y gaste, por encima de lo presupuestado. Esto le deja barra libre para jugar con diferentes medidas más de imagen y marketing social que realmente redistributivas, muy importantes en épocas preelectorales.

El Gobierno nacionalista de coalición debería aprovechar el presupuesto para frenar el deterioro económico y su desaceleración, el hundimiento de la creación de empleo y la progresiva reducción de la protección social. Esto no es así. Sigue con el fundamentalismo de la contención del gasto y la sacralización del objetivo del equilibrio presupuestario. El déficit presupuestario vasco previsto para 2003 alcanza la anecdótica cifra de 237.040 euros, tan solo el 0,00056% del PIB vasco, muchísimo menor que el ya exiguo déficit que se presupuestaba para 2002: 10,3 millones de euros.

El seguidismo de las rebajas fiscales que planea el Gobierno central no es positivo en un momento económico como el actual, ya que limitará la capacidad política de generar inversión, aportar crecimiento y mejorar el gasto social. En este sentido hay que criticar que se practique una reducción de la inversión pública, incumpliendo el Acuerdo de Estabilidad y Convergencia 2000-2003. Como ejemplo, el pregonado gasto en vivienda y seguridad social tan solo crece un 4,51%, apenas 8 millones de euros más que el año anterior.

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J. P. Fitoussi afirma con agudeza que "en EE UU se es liberal por cultura, por elección explícita, e intervencionista por empirismo; en Europa se es liberal por obligación y ortodoxo por elección doctrinaria". Si queremos acabar con nuestro modelo social europeo, también en Euskadi, sigamos destrozando el crecimiento, el empleo y la protección social, con la permanente contención e incluso reducción del gasto y déficits públicos en aras de la sacrosanta competitividad. Lo sustancial en Euskadi es que el gasto público en sanidad y educación mantiene una tendencia descendente en relación con el crecimiento económico, poniendo de manifiesto que la convergencia monetaria con Europa se está haciendo a costa de la divergencia social.

En políticas económicas no existen diferencias sustanciales entre los presupuestos del Gobierno central del señor Aznar y los del Gobierno vasco. Ambos deben dejar de practicar una política económica autista y comprometerse a frenar la desaceleración económica actual y el consiguiente deterioro en la creación de empleo. Unos presupuestos, primero conservadores y regresivos, y luego soberanistas y nacionalistas, nos van a traer menos riqueza, menos bienestar, más desvertebración, descohesión y desintegración social.

La indiferenciación ideológica en política presupuestaria, ocultando el debate de política económica entre izquierda y derecha para dar respuesta a los problemas de la ciudadanía, vendiéndonos de modo irremediable un modelo económico liberal y conservador, es un camuflaje de modelos de sociedad que desanima y desilusiona a quienes seguimos pensando que en el reparto de la riqueza se crea, día a día, una sociedad distinta.

El sentido común cívico nos enseña que cualquier debate de presupuestos debe abordar las preocupaciones y los problemas cotidianos de la ciudadanía. Se decide el destino y origen de los recursos públicos, clarificando, con la máxima transparencia, con qué criterio se recauda y se gasta, el grado de eficiencia y su capacidad de redistribución, a la vez que su contribución a la mejora de la calidad de vida y a la corrección de las desigualdades entre personas y territorios. En definitiva, debatimos la capacidad de la política para intervenir en la economía, para su crecimiento, mejora del empleo, en cantidad y en calidad, y del bienestar colectivo.

En la sociedad vasca viene siendo mucho más importante el debate de las identidades nacionales, que la problemática derivada de la falta de trabajo, de su inestabilidad, precariedad, inseguridad, alta siniestralidad ... Lo mismo ocurre con la calidad de nuestra educación y formación, de nuestra sanidad, de la lucha contra la exclusión social, del derecho a la vivienda. La historia de nuestros debates parlamentarios es la expresión de la anormalidad política. Hay una ausencia real de debate económico, de capacidad política para plasmar en el debate parlamentario diferentes políticas económicas que expresan diferentes modelos de sociedad. Son debates endogámicos, tramposos, aburridos y cívicamente agotadores, con confrontaciones permanentes entre identidades soberanistas frente a constitucionalistas.

La oposición política ha calificado los presupuestos generales de Euskadi para 2003 de nacionalistas y soberanistas. Antes que esto hay que calificarlos de regresivos, conservadores, autistas e inadecuados para afrontar la nueva situación de ralentización de nuestra economía y desaceleración de nuestro crecimiento. Unos presupuestos continuistas no sirven para crear riqueza suficiente y hacer políticas redistributivas. No es lo mismo una política presupuestaria en situación de bonanza económica que en época de crisis. Hemos entrado en una etapa de desaceleración económica. La economía vasca crecerá en torno al 1,8% en el ejercicio 2002. Se está produciendo un cierto derrumbe en la actividad industrial, que apenas es capaz de crecer al ritmo del 1,2%. Para el 2003 se realiza una previsión oficial del crecimiento del 2,2% en términos reales. Esto posibilita un crecimiento del 4,3% del Presupuesto de ingresos, que es inferior al de los últimos años.

Este Presupuesto plantea unas previsiones de ingresos y recaudación tributaria tremendamente moderadas. Implícitamente esta moderación restringe el gasto y deja fuera del hipotético debate parlamentario todo lo que se recaude, y gaste, por encima de lo presupuestado. Esto le deja barra libre para jugar con diferentes medidas más de imagen y marketing social que realmente redistributivas, muy importantes en épocas preelectorales.

El Gobierno nacionalista de coalición debería aprovechar el presupuesto para frenar el deterioro económico y su desaceleración, el hundimiento de la creación de empleo y la progresiva reducción de la protección social. Esto no es así. Sigue con el fundamentalismo de la contención del gasto y la sacralización del objetivo del equilibrio presupuestario. El déficit presupuestario vasco previsto para 2003 alcanza la anecdótica cifra de 237.040 euros, tan solo el 0,00056% del PIB vasco, muchísimo menor que el ya exiguo déficit que se presupuestaba para 2002: 10,3 millones de euros.

El seguidismo de las rebajas fiscales que planea el Gobierno central no es positivo en un momento económico como el actual, ya que limitará la capacidad política de generar inversión, aportar crecimiento y mejorar el gasto social. En este sentido hay que criticar que se practique una reducción de la inversión pública, incumpliendo el Acuerdo de Estabilidad y Convergencia 2000-2003. Como ejemplo, el pregonado gasto en vivienda y seguridad social tan solo crece un 4,51%, apenas 8 millones de euros más que el año anterior.

J. P. Fitoussi afirma con agudeza que "en EE UU se es liberal por cultura, por elección explícita, e intervencionista por empirismo; en Europa se es liberal por obligación y ortodoxo por elección doctrinaria". Si queremos acabar con nuestro modelo social europeo, también en Euskadi, sigamos destrozando el crecimiento, el empleo y la protección social, con la permanente contención e incluso reducción del gasto y déficits públicos en aras de la sacrosanta competitividad. Lo sustancial en Euskadi es que el gasto público en sanidad y educación mantiene una tendencia descendente en relación con el crecimiento económico, poniendo de manifiesto que la convergencia monetaria con Europa se está haciendo a costa de la divergencia social.

En políticas económicas no existen diferencias sustanciales entre los presupuestos del Gobierno central del señor Aznar y los del Gobierno vasco. Ambos deben dejar de practicar una política económica autista y comprometerse a frenar la desaceleración económica actual y el consiguiente deterioro en la creación de empleo. Unos presupuestos, primero conservadores y regresivos, y luego soberanistas y nacionalistas, nos van a traer menos riqueza, menos bienestar, más desvertebración, descohesión y desintegración social.

La indiferenciación ideológica en política presupuestaria, ocultando el debate de política económica entre izquierda y derecha para dar respuesta a los problemas de la ciudadanía, vendiéndonos de modo irremediable un modelo económico liberal y conservador, es un camuflaje de modelos de sociedad que desanima y desilusiona a quienes seguimos pensando que en el reparto de la riqueza se crea, día a día, una sociedad distinta.

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