Reportaje:

El avispero tricolor

Un libro documenta las peripecias de la aviación de caza republicana de los campos de Els Monjos, Pla, Pacs y Santa Oliva

'El avispero de la Gloriosa'. Esta épica expresión utilizada para los campos de aviación de la República ha servido de título al joven investigador David Íñiguez para su interesantísimo libro recién aparecido El vesper de la Gloriosa. L'aviació republicana (Llibres de Matrícula, 2002), dedicado a los aeródromos militares catalanes de Els Monjos, Pla (o Sabanell), Pacs y Santa Oliva (o El Vendrell) -todos en el Penedès-, en los que se concentró durante la época de la batalla del Ebro (1938) un fuerte contingente, un verdadero enjambre, por seguir la metáfora, de aparatos de caza Chatos y...

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'El avispero de la Gloriosa'. Esta épica expresión utilizada para los campos de aviación de la República ha servido de título al joven investigador David Íñiguez para su interesantísimo libro recién aparecido El vesper de la Gloriosa. L'aviació republicana (Llibres de Matrícula, 2002), dedicado a los aeródromos militares catalanes de Els Monjos, Pla (o Sabanell), Pacs y Santa Oliva (o El Vendrell) -todos en el Penedès-, en los que se concentró durante la época de la batalla del Ebro (1938) un fuerte contingente, un verdadero enjambre, por seguir la metáfora, de aparatos de caza Chatos y Moscas. Esas escuadrillas, entre ellas la flor y nata de la aviación de caza republicana, protagonizaron algunas de las páginas más terribles y arrojadas de la guerra en el aire durante la contienda civil.

Zambullidas mortales en el aire, peligrosos aterrizajes, champaña canjeado por azúcar
Los pilotos alemanes ametrallaban a los rivales tocados que saltaban en paracaídas

Desde los campos del Penedès, puestos en funcionamiento cuando la ofensiva franquista en Aragón provocó la pérdida de los aeródromos de allí, se despegó a partir de julio para entablar combate con los cazas nacionales, atacar las posiciones de la infantería, escoltar a los bombarderos propios, derribar a los contrarios o proteger, luego, la retirada de las columnas derrotadas y a los civiles en huida. Siempre en inferioridad numérica ante la aviación nacional.

La de esos cuatro campos (todos con pistas de tierra) es hasta su abandono, en enero del 39, una actividad frenética, con salidas constantes (cuatro o cinco diarias), accidentes brutales, frecuentes bombardeos y ametrallamientos, y siempre el imparable goteo de bajas.

El libro incluye un anexo con itinerarios para recorrer los viejos campos (hoy viñedos de propiedad privada) y sugiere la recuperación de algunos elementos patrimoniales, como los refugios de los aeródromos, señalando la la conveniencia de crear en ellos algún centro de interpretación sobre la aeronáutica republicana. El autor propone un romántico sistema para marcar itinerarios por los campos: postes informativos en forma de ala de Chato, complementados con siluetas de Chatos y Moscas en el paisaje al estilo de los viejos toros de Osborne. En la comarca, apunta, están documentados otros interesantes elementos relacionados con la aviación republicana, como la escuela de capacitación de pilotos de Subirats, la improvisada prisión para pilotos nacionales capturados (por la que pasó Salvador Díaz Benjumea), cerca de Els Monjos, y junto a la misma población, un taller de reparación y montaje de Chatos.

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Trabajo concienzudo y de impecable rigor histórico, el libro de Íñiguez, coordinador en el departamento de Didáctica de las Ciencias Sociales de la Universidad de Barcelona, va mucho más allá de la fría y minuciosa documentación técnica de los campos (en gran parte inédita) y expresa con toda su emoción la gran y dramática aventura de la aviación republicana.

No sólo son protagonistas del relato los pilotos, con sus tácticas ('la pescadilla', por ejemplo), sus duelos, sus zambullidas mortales en el aire y sus peligrosos aterrizajes, sino los mecánicos, los armeros, todo el escalón rodado cuyo esfuerzo tremendo permitía mantener en vuelo las escuadrillas (unas 50 personas en el suelo para cada 12 aviones).

Ataques rasantes de los Messerschmitts a las instalaciones, violentísimos combates en los que se producen mêlées ('baralles de gossos', para los republicanos) de hasta 200 aviones -y caen hasta ocho cazas por banda-, champaña canjeado por excedente de azúcar en las cavas de Sant Sadurní y usado para brindar por algún triunfo, heroísmo (y también traición, como la deserción de un piloto con su caza para aterrizar en el campo de La Sénia, nido de la Legión Cóndor), sangre y derrota.

Poniendo como ejemplo los cuatro aeródromos objeto del estudio, el libro explica cómo se construían los campos republicanos, cuáles eran sus características y sus diferentes tipos. Señala por ejemplo los problemas para expropiar los terrenos. Rastrea meticulosamente el paso de escuadrillas y pilotos (Morquillas, Barbero, Viñals, Sayós, Nieto-Sandoval), las bajas, los derribos, los accidentes. Incluso anota la presencia en el campo de Els Monjos de un 'mobiliario de unidades aéreas', nombre oficial de las cuatro jóvenes que prestaban servicios auxiliares.

El campo de Santa Oliva (o de El Vendrell) estuvo dedicado a los cazas Moscas, que, por aterrizar a más de 160 kilómetros por hora, precisaban pistas muy largas, de más de 1.200 metros. Allí -y también en Pacs- está documentada la presencia operativa de la célebre 4ª escuadrilla de Moscas del capitán Arias, conocida como la escuadrilla del chupete porque utilizaba los cazas I-16 Super Moscas, cuyos nuevos motores -algunos montados en El Vendrell- les permitían subir a 8.000 metros, pero debían emplear un rudimentario sistema de oxígeno cuyo administrador se metían los aviadores en la boca. El esfuerzo de los pilotos, explica Íñiguez, era tremendo: subían a las cotas de los Messerschmitts BF-109, pero con cabina abierta, así que debían ir extremadamente abrigados (lo que no impidió que varios aviadores sufrieran congelaciones).

Entre las innumerables imágenes que el libro recrea, está la de la fulminante caída del as Manuel Quirós sobre el ancho paisaje del Penedès en octubre de 1938, cuando, tras ejecutar una elegante serie de arabescos y lanzarse en picado desde 3.000 metros, el Chato que pilotaba perdió un ala y se desintegró. O la del letal juego al escondite entre las nubes que practicaban los Chatos del campo de Sabanell contra los Fiats nacionales. Está también la imagen del jefe de Estado Mayor Jaume Buyé, jefe del personal de vuelo y terrestre de la 3ª escuadrilla, que se situaba en medio del campo de Els Monjos con una bandera para hacer señales a los pilotos. O la de los aviadores novatos que regresaban con el avión acribillado sin haberse dado cuenta de que les habían disparado. 'Si no morías en las cuatro o cinco primeras salidas, tenías posibilidades', dice el autor.

El estudio de Íñiguez (Barcelona, 1971), que se confiesa aficionado desde siempre a los aviones y considera que no se ha dado suficiente importancia todavía al papel de la guerra aérea en la contienda civil española, tiene su origen en un trabajo académico sobre los campos de aviación republicanos en el curso del cual entró en contacto con la Asociación de Aviadores de la República (ADAR). Como agradecimiento por su ayuda, el investigador les hizo entrega de una ametralladora de Mosca que ¡tenía en casa! 'Llegó a mis manos por casualidad', explica, 'era de la ex novia de mi hermano y la había conseguido su abuelo, pescador en Roses, enganchándola en sus redes'. Íñiguez, como puede imaginarse, cayó bien a los ex miembros de la Gloriosa (así se denominaba a la aviación propia en la zona republicana), que le hicieron socio de su entidad y le otorgaron su amistad. 'La asociación de aviadores de la República no es un lugar frecuentado por los historiadores, y debería serlo. No se puede escribir sobre la guerra aérea sin hablar con ellos, pues se falsea la realidad'.

El libro es resultado de un año y medio de entrevistas, consultas en archivos militares y recorridos por las zonas de los antiguos campos. Los aeródromos, cuyas pistas están en la actualidad bajo viñedos, son aún relativamente identificables e incluso se pueden visitar algunos de sus refugios.

Íñiguez recalca que los cuatro campos objeto de su estudio no fueron, pese a acaparar gran parte del protagonismo de la contienda en la comarca, los únicos de la zona. Y señala el de Valls, que fue base de la prefectura de caza y sobre cuya vertical se reunían en el cielo, 'en un increíble espectáculo', a veces hasta un centenar de aviones republicanos para partir hacia el frente: los bombarderos Katiuskas llegados de Banyoles y Celrà, arriba; los Chatos, abajo.

¿Había caballerosidad en el aire en esos tiempos de la batalla del Ebro? 'Es discutible. Tenemos testimonios de que los pilotos alemanes ametrallaban a los rivales tocados que saltaban en paracaídas, algo que indignaba a los republicanos y también a algunos españoles nacionales. Técnicamente, se acababa la acrobacia y, con los nuevos aviones, lo que se imponía eran los ataques rápidos, de una sola y salvaje pasada'.

Tras la debacle en el frente del Ebro, las escuadrillas republicanas se replegaron, sin dejar de luchar, a campos del norte (el último fue el de Vilajuïga, en Girona). Y los avisperos del Penedès quedaron en silencio mientras su letal zumbido entraba en la leyenda.

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