Columna

¡Sorpresa!

Era de esperar una formulación más heroica, o clásica, del modelo de Estado para Euskal Herria. En los años sesenta se miraba a Israel, Argelia, Cuba. Más recientemente, antes de la hecatombe del socialismo real, alguno miraban a Albania o a la República Democrática Alemana, y siempre quedaba Irlanda para que el nacionalismo la mirase. Sospecho un rictus de desprecio, más que sonrisa, en los rostros de los euskoamericanos de Idaho pensando en la fórmula política portorriqueña. ¡Sorpresa! Quizás sea para que desde una formulación semicolonial se pueda, entonces con criterio, aplicar lo del dere...

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Era de esperar una formulación más heroica, o clásica, del modelo de Estado para Euskal Herria. En los años sesenta se miraba a Israel, Argelia, Cuba. Más recientemente, antes de la hecatombe del socialismo real, alguno miraban a Albania o a la República Democrática Alemana, y siempre quedaba Irlanda para que el nacionalismo la mirase. Sospecho un rictus de desprecio, más que sonrisa, en los rostros de los euskoamericanos de Idaho pensando en la fórmula política portorriqueña. ¡Sorpresa! Quizás sea para que desde una formulación semicolonial se pueda, entonces con criterio, aplicar lo del derecho de autodeterminación.

Ibarretxe plantea su propuesta (que ha hecho exclamar a todos los no nacionalistas '¡qué barbaridad!') como si no rompiese un plato, como si no estuviera agrediendo los fundamentos, no ya del Estado moderno, sino de la doctrina liberal. Lo plantea como un pacto de carácter reformista, formulado desde el pueblo vasco, y como un marco de convivencia política. Es muy posible que no sea nada de eso.

Ibarretxe se equivoca cuando habla en representación de los electores que lo apoyaron. Siempre recuerda su mayoría minoritaria -muy ajustada, por cierto- para restregársela por el rostro a los constitucionalistas, a los que repite que no se han enterado de quién ha ganado las elecciones. Pero tanto apoyarse en esa argumentación le lleva a no ser el lehendakari de todos los vascos. Ibarretxe, que no es un liberal, no sigue el principio sacralizado de representatividad que debe tener todo cargo democrático: el ser representante de los que le han votado y de los que no le han votado, ser lehendakari de todos los vascos. Prefiere ser un jefe de facción. Por eso se entiende que sea capaz de hacer una propuesta tan sectaria, que rompe el necesario vínculo político entre los que le han votado y los que no.

Su filosofía es preliberal, de honda raigambre etnicista, cuando considera que la identidad vasca sólo se respeta con la creación de un Estado nacionalista, cuando todo Estado nacionalista -como el de Franco, que para estas conclusiones nunca se acuerdan los nacionalistas vascos de él a pesar de citarle siempre-, destruye la identidad nacional. Constituye un falso silogismo considerar la identidad nacional como Estado, y mucho más si es nacionalista. El nacionalismo borra la nación en nombre del Estado, que a su vez detenta autoritaritariamente una clase buracrático-política.

Su propuesta, por preliberal y etnicista, no tiene visos de reformista, es reaccionaria, preconstitucional. Responde mucho más a unos planteamientos románticos que al racionalismo de la política moderna democrática. No es una oferta que favorezca la convivencia, porque es una propuesta para la inestabilidad política. Es de imposible justificación jurídica, y no sólo por las constituciones españolas y francesa; también el esbozo de construcción europea choca de frente. Ni siquiera es verosímil la aplicación al País Vasco de la resolución descolonizadora de la ONU de 1956. Cuando Ibarretxe cargaba contra los molinos de vientos en el Parlamento vasco, Otegi, en el papel de Sancho, ya le manifestó que lo que estaba proponiendo era ilegal. Y de eso Otegi sabe mucho.

Y una vez presentada la oferta con 'naturalidad' y solemnemente por Ibarretxe, la primera y grave consecuencia es que el Estatuto se queda en suspenso. Si no sirve para una parte no sirve para nadie. Si no sirve para los que lo han disfrutado, menos sirve para los que lo han soportado, abriendo un futuro de interrogación y preocupación detectado en primer lugar por los empresarios vascos. O se busca un lehendakari para todos los vascos o el futuro está en suspenso. Ningún sistema político moderno se puede aproximar, para justificarlo, al extraño estatus de Estado libre asociado, nada tiene que ver con el Estatuto y muchos menos con un modelo federal del que tanto hablan, sin idea, Llamazares y compañía.

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Pero ahí está la temeraria naturalidad de Ibarretxe manifestando como elemento de prestigio para su propuesta que no la quieren ni los de Batasuna ni los constitucionalistas. En otro político sería hablar de ofertada fracasada desde el principio, pero él la esgrime como si tuviera la virtud de la centralidad, sin ser consciente de que los referentes de la misma están entre una organización en trámite de ilegalización, apologista del terrorismo, y los constitucionalistas. Centralidad asimétrica que puede estar ubicada no sólo en la ilegalidad, sino, lo que es más grave, en la más rotunda anacronía con el momento histórico y el entorno político que nos rodea. Mire, señor Ibarretxe, que lo que está proponiendo es ilegal. Pero no sólo eso: no tiene ningún encaje doctrinal ni visos de prosperar. Sigamos sumidos en la acracia nacionalista.

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