Tribuna:EL PROYECTO DE IBARRETXE

Lecciones de un debate

La propuesta de Ibarretxe se proyecta, según el autor, sobre una realidad política inadecuada para el debate requerido

Mucho se puede decir sobre el discurso del lehendakari ante el pleno del Parlamento vasco del pasado día 26. Quizá aquellos que creen que la política se parece a la arquitectura se sentirán defraudados por las formas y por el fondo de la propuesta. En cambio, los ingenieros políticos vascos creerán que, por fin, su obra va consumándose. Por supuesto, habrá quienes piensen que la retórica en política no es gratuita, sino intencional. Tiene su estilo, persigue unos objetivos y llega a ellos por caminos predeterminados.

En la citada propuesta se diseña una ingeniería política compue...

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Mucho se puede decir sobre el discurso del lehendakari ante el pleno del Parlamento vasco del pasado día 26. Quizá aquellos que creen que la política se parece a la arquitectura se sentirán defraudados por las formas y por el fondo de la propuesta. En cambio, los ingenieros políticos vascos creerán que, por fin, su obra va consumándose. Por supuesto, habrá quienes piensen que la retórica en política no es gratuita, sino intencional. Tiene su estilo, persigue unos objetivos y llega a ellos por caminos predeterminados.

En la citada propuesta se diseña una ingeniería política compuesta de un cuadro basado en gran parte en un arsenal teórico novedoso en el discurso político del nacionalismo vasco. Bucea en la teoría política y encuentra en las ideas de la co-soberanía, del Estado asociado, de las competencias exclusivas y de la participación en Europa, los instrumentos para un proceso que 'irremediablemente' conducirán al objetivo buscado: un Estado asociado al Estado español dentro de Europa. Creo que la reflexión política se compadece poco de la reflexión teórica, pero el cuadro del discurso no es una reflexión teórica, sino un proyecto político y éste no se funda en los instrumentos de la teoría política, sino en el manejo del tiempo social.

Una primera consecuencia es que el discurso visualiza la ruptura del tiempo político en relación con el tiempo social. Tendríamos que preguntarnos qué papel tiene el tiempo social en la propuesta presentada. Tengo la impresión de que en estos momentos a la sociedad vasca le cuesta digerir las consecuencias de semejante planteamiento, quizá porque creía que lo que se buscaba eran otro tipo de salidas y otras soluciones. No quiero decir con esto que el nacionalismo deba olvidarse de su programa de máximos, pero sí me parece relevante conocer con precisión el suelo sobre el que esta propuesta puede prosperar.

La sociedad vasca -se ha repetido hasta la saciedad- tiene un gran pluralismo interno. Se sabe, o debiera saberse, que hay una parte significativa de la ciudadanía que no responde a las señas de identidad políticas del nacionalismo. Para una estrategia que quiera moverse en el territorio vasco, éste es un dato significativo de su política. Nadie, si lo que desea es tener éxito político y social, puede manejar el tiempo político ignorado el tiempo social, forzando la situación de tal manera que aquello que se propone no pueda ser asumido por una parte sustancial de esta sociedad. A no ser que se esté dispuesto a asumir que la propuesta sólo tiene interés para aquellos que se identifican con ella.

Hay otra cuestión que sobrevuela y condiciona el fondo, las formas y las consecuencias del discurso. Me refiero a la persistencia de la violencia y la penetración de ésta en algunos espacios políticos y sociales de la sociedad vasca. Propuestas como las del lehendakari, por su calado y por sus dificultades, necesita de un suelo específico; necesita de la paz, de la reconciliación con las víctimas y de un gran consenso social y político. Se ha dicho muchas veces que la violencia condiciona las actitudes sociales, que programa la política a su modo y a su manera, y que genera entre una buena parte de la población la sensación de amenaza persistente y para otros la efectividad de sus acciones, pero para todos es un condicionante de la acción política y de la vida social. El tratamiento de este problema no requiere sólo llamadas a la voluntad o la bondad de las personas, ni tan siquiera al uso inteligente y práctico de estrategias policiales, requiere de grandes pactos y de grandes consensos.

Por otra parte procesos como los que se deducen del discurso, requieren de mayorías sólidas, de consensos amplios y de complicidades por parte de todos. Ni los nacionalistas ni los no nacionalistas debieran olvidar que, hoy por hoy, no hay masa crítica para sostener un proceso de esta envergadura y que la voluntad en política no lo es todo. No se puede, por ejemplo, ignorar que en los últimos años las instituciones vascas padecen de crisis de gobernabilidad. Prácticamente en casi todas las instituciones gobiernan 'minorias mayoritarias'; si la producción legislativa ha descendido no lo es por falta de inteligencia política, si las prórrogas presupuestarias son el pan nuestro de cada día no es por falta de proyectos o impericia técnica, sino porque la posibilidad de construir mayorías se ha transformado en un objetivo imposible.

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Sobre este escenario y con la base social de la que se dispone, los proyectos de esta envergadura no dejan de ser o un tratado teórico de realización difícil o un elemento más de confrontación política. Pero no deben confundirse la lógica política que impera en el Parlamento con el trabajo de investigación teórica que pueda realizarse en los laboratorios partidarios. En la institución parlamentaria priman el realismo y el pragmatismo; en el segundo caben la creatividad, la propuesta arriesgada, etc. Pero lo no cabe es confundir ambos hechos. La historia política enseña que aquél que fuerza situaciones asume el riesgo de provocar situaciones no previstas o no queridas que, en todo caso, marcan a la sociedad y la hunden en el pesimismo y en la apatía cuando no en el enfrentamiento.

No quiero olvidarme de la acción estratégica del Gobierno central, porque si lo hiciera estaría dando una imagen sesgada de la política vasca. El tratamiento de la situación vasca por parte del Partido Popular es un error histórico. Grave error. No puede tratarse un problema de esta envergadura creyendo que es posible ganar las elecciones autonómicas y, cuando tal objetivo se presenta irrealizable, persistiendo en una estrategia de estrangulamiento del nacionalismo institucional. No sé si esta estrategia da votos al PP -presumo que sí-, pero creo que tiene efectos perversos y, sobre todo, cronifica la situación. Lo hace olvidando que para ejercer la política, en ocasiones, hay que perder el poder y otras no ganarlo. La estrategia política no sólo tiene como objetivo sumar votos, sino también solucionar problemas. No sé si la estrategia del PP es evaluada en algunos de sus laboratorios de ideas, pero de lo que estoy convencido es que nunca como ahora se ha visto la perfecta inutilidad de sus soluciones.

Por otra parte, la realidad europea a la que la propuesta quiere llegar dibuja tantos interrogantes como los que pretende solucionar porque el problema es que hoy por hoy no se dispone ni en Europa ni en el resto del mundo de modelos capaces de construir y organizar fidelidades múltiples. El encaje con Europa no depende de actos de voluntad sino de arduas negociaciones y de complejos consensos entre Estados. No debe ignorarse que la realidad de éstos preside y organiza la interdependencia europea por más que sea cierto que los Estados son demasiado pequeños para muchas cosas y muy grandes para otras.

La política vasca vive demasiado tiempo de aplazamientos (lo que hoy no se puede hacer quizá unas próximas elecciones o un cambio político lo permitan ), de provocar órdagos, de vivir -permítanme la licencia cinematográfica- al borde del ataque de nervios. Es como si el fatalismo hiciese presa de la clase política ( nadie quiere llegar donde se llega pero nadie está dispuesto a hacer nada para remediarlo), cuando, por otra parte, los sueños y las aspiraciones de unos y de otros chocan con los datos irrefutables de la realidad empírica. Convenzámonos, las propuestas, tanto las más ambiciosas como las más modestas, chocan siempre contra los mismos muros. No pueden prosperar porque nadie disfruta de la mayoría absoluta, pero también porque no hay ni condiciones para el diálogo ni para construir complicidades y erigir con ellas acuerdos y consensos.

Tampoco conviene olvidar que la situación vasca plantea otros problemas que nadie puede ocultar. Plantea, por ejemplo, tener que hablar de la modernización política del Estado y de la idea de lo que sea España. Muchos reclamamos ese diálogo pero muy pocos lo contemplan. Plantea que la violencia tiene que tener un tratamiento complejo, múltiple, fundado sobre el consenso de todos y donde no sobra la aportación de nadie pero donde tampoco ocurren milagros ni hay atajos posible y donde las medidas -llámese Ley de Partidos o cualesquiera otras- pueden provocar situaciones no queridas y no previstas que pueden navegar en contra de todo aquello que se dice querer proteger-. Tampoco puedo olvidarme de que los esfuerzos que el nacionalismo democrático pide a los demás debiera también aplicárselo a sí mismo. Quizá ha llegado el momento de preguntarse sobre si alguno de sus postulados y muchas de sus referencias teóricas son las adecuadas para comprender la sociedad vasca del siglo XXI.

Tengo para concluir la impresión que el discurso del lehendakari define una encrucijada para la que hoy por hoy, y por sí mismos, ni el Gobierno vasco ni el nacionalismo institucional tienen capacidad para sostener. En definitiva, visualiza una política hecha de paradojas y de grandes dificultades, atrapada entre el sueño de lo que es posible y la realidad que niega el paso al pragmatismo y transforma la política vasca en un drama y en una liturgia.

Ander Gurrutxaga Abad es catedrático de Sociología de la UPV-EHU.

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