75 años de buena vida

'Uno no puede vivir en un museo. Siempre respetando el sentido que quiso dar el arquitecto al espacio; pretendo adaptar la casa a mi propia vida'. Tilman Osterwold reconoce que no es fácil vivir donde lo hace. Cuenta los cambios que ha introducido en su vivienda y lo hace con un respeto cercano al miedo, pidiendo perdón. Usa palabras como 'gratificante' o 'enriquecedor' para describir su personal adaptación a su propio hogar; pero nunca dice que es 'sencillo'.

La infinidad de curiosos que este año están desfilando por delante de sus ventanas es otro problema. Desde 1984, él y su mujer v...

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'Uno no puede vivir en un museo. Siempre respetando el sentido que quiso dar el arquitecto al espacio; pretendo adaptar la casa a mi propia vida'. Tilman Osterwold reconoce que no es fácil vivir donde lo hace. Cuenta los cambios que ha introducido en su vivienda y lo hace con un respeto cercano al miedo, pidiendo perdón. Usa palabras como 'gratificante' o 'enriquecedor' para describir su personal adaptación a su propio hogar; pero nunca dice que es 'sencillo'.

La infinidad de curiosos que este año están desfilando por delante de sus ventanas es otro problema. Desde 1984, él y su mujer viven en una casa unifamiliar diseñada nada menos que por Le Corbusier. Pero no una cualquiera de las muchas que dibujara uno de los padres de la arquitectura moderna. Se trata de uno de los apartamentos situados en el complejo de viviendas de Stuttgart conocido como Weissenhofsiedlung. Una urbanización que, bajo la dirección de Mies van der Rohe, llevaron a cabo 16 nombres claves de la arquitectura moderna. Fue en 1927. Es decir, hace 75 años.

Ahora, dos exposiciones en Stuttgart, ambas en la Galería de la Ciudad, hasta el 6 de octubre, muestran lo que ha supuesto una contribución al XXI Congreso Mundial de Arquitectura de Berlín, recuerdan tan importante fecha.

El 'estilo internacional'

Los temores que el señor y la señora Osterwold expresan a un grupo de entusiastas de su barrio residencial en una página de Internet están justificados. Esas casas son toda una declaración de principios: representan el madrugador manifiesto del Estilo Internacional. A los arquitectos ya citados se sumaron, entre otros, Walter Gropius, entonces director de la Bauhaus; Peter Behrens; Victor Bourgeois; Josef Frank; J. J. P. Oud; Hans Scharoun; Richard Döcker; Adolf Rading; Bruno y Max Taut... Actualmente algunas de las viviendas, incluidas las de Gropius, ya no existen. La barbarie del nazismo y las bombas las derribaron. Pero el espíritu permanece intacto.

Entonces, sus arquitectos pretendieron integrar en los 21 bloques que completaban las 63 viviendas los principios de la vida moderna. La arquitectura y la vida, nada menos, debían ser fundidas en una única pieza, porosa y resplandeciente, por la que respiraran conceptos tan naturales y saludables como luz, democracia, espacio y libertad. Adiós a los ornamentos innecesarios que tanto irritaran a Adolf Loos y a las hipocresías de un siglo -el XIX- que ya olía a naftalina. Nuevos materiales, nuevos conceptos a la hora de organizar los espacios, menos accesorios, fuera tejados; más ventanas. Apenas se inauguraron las casas de Weissenhofsiedlung, ya nada volvió a ser igual. La revolución estaba en marcha. Cuentan las crónicas que cerca de medio millón de visitantes se acercaron a finales de los años veinte por los alrededores para ver de cerca lo que les deparaba el futuro. Hoy, millares de visitantes continúan año tras año sin poder resistirse a la tentación de la utopía. Pues eso fue y así lo cree el señor Osterwold, quien, pese a todo, se niega a abandonar Weissenhofsiedlung, el hogar de la modernidad.

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