Columna

A vueltas con la consulta

Durante los últimos días ha vuelto a cobrar actualidad la cuestión de la consulta sobre el futuro del país. Y, como siempre que el tema se pone sobre la mesa, han proliferado entre los políticos los posicionamientos a favor y en contra de la misma. La mayoría de los mortales asistimos sin embargo un tanto desconcertados al cruce de declaraciones ruidosas sobre un asunto del que apenas sabemos nada y que se presenta rodeado de misterio. ¿De qué se trata en realidad? ¿Cuáles son los objetivos que se persiguen?

Resignado a no encontrar respuestas entre la clase política, uno se pone a hace...

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Durante los últimos días ha vuelto a cobrar actualidad la cuestión de la consulta sobre el futuro del país. Y, como siempre que el tema se pone sobre la mesa, han proliferado entre los políticos los posicionamientos a favor y en contra de la misma. La mayoría de los mortales asistimos sin embargo un tanto desconcertados al cruce de declaraciones ruidosas sobre un asunto del que apenas sabemos nada y que se presenta rodeado de misterio. ¿De qué se trata en realidad? ¿Cuáles son los objetivos que se persiguen?

Resignado a no encontrar respuestas entre la clase política, uno se pone a hacer cábalas por su cuenta, intentando aplicar el sentido común a la solución del dilema. Surge así la primera hipótesis de trabajo: dado que se nos ha repetido hasta la saciedad que ETA se acaba en el momento en que se reconozca el derecho de autodeterminación, la consulta tendría un sentido fuerte, en el sentido de representar el ejercicio del mismo, lo que podría dar como resultado el fin de la violencia. Supongamos que así fuera ¿Quiere eso decir que ETA se disuelve y entrega las armas en el momento en que se ponga fecha al asunto?

Sigamos suponiendo que así es y pensemos entonces en la fecha más propicia. Así, a botepronto, a uno se le ocurre que serían necesarios unos cuantos años para restablecer el clima de confianza suficiente para que la sociedad vasca pueda pronunciarse en libertad sobre asuntos de tanta trascendencia y que tanto le dividen hoy en día; para que las personas a las que hoy se les niega la defensa de sus postulados mediante la amenaza o el asesinato puedan expresar libremente sus opiniones sin ningún tipo de cortapisa. Estaríamos por tanto difiriendo al futuro la solución al problema de la violencia que hoy nos atenaza. Tiene su lógica, pero no creo que ETA esté por la labor, a no ser que el Gobierno central se comprometiera solemnemente con el asunto, lo que no parece probable.

La segunda posibilidad que a uno se le ocurre es que el anuncio de la consulta pretenda sobre todo demostrar al electorado de Batasuna que el Gobierno vasco tiene autoridad suficiente para hacer respetar la capacidad de decisión de la sociedad vasca, pese a quien pese. Estaríamos así ante un señuelo capaz de seguir vaciando la bolsa electoral de Batasuna, haciendo ver a sus votantes que la violencia no sólo es éticamente reprobable, sino políticamente estéril, en tanto y cuando existen caminos más eficaces para lograr un pronunciamiento social en clave soberanista. Ahora bien, ¿cómo se concretaría entonces la consulta? En mi opinión, en este punto puede encajar la variante que parece insinuarse últimamente: preguntar a la gente si quiere ser preguntada, algo bastante parecido a una encuesta de opinión, pero a lo bestia y con urnas, lo que difícilmente podría se declarado ilegal.

Este último planteamiento sirve a varios objetivos. En primer término, desmitifica un tanto el debate sobre la autodeterminación -si es o no un derecho irrenunciable, etc.-, llevando la discusión a un terreno más práctico: ¿cree usted que la situación por la que atraviesa el País Vasco requiere organizar un referéndum específico para decidir sobre nuestro grado de autogobierno y sobre las relaciones con el Estado español? Si el resultado es negativo, querría decir que el contencioso es un camelo y que el personal está más preocupado por otros asuntos, debiendo replantearse en profundidad la estrategia del nacionalismo en su conjunto. Pero si el resultado es, cosa previsible, positivo -y sobre todo si lo es de forma claramente mayoritaria-, daría al Gobierno vasco mucha más fuerza a la hora de negociar con el central mayores cotas de autogobierno, incluido el desarrollo estatutario, además de limitar considerablemente el margen de maniobra de las estrategias de confrontación con el nacionalismo vasco. Y, a la vez, le permitiría poner sobre la mesa la necesidad de un referéndum a medio o largo plazo, lo que enlazaría con la primera de las hipótesis aquí planteadas, esperando que entre tanto maduren las cosas sobre el futuro las naciones sin Estado en la construcción europea. Ello evitaría al PNV tener que pronunciarse ya sobre algo tan incómodo como la cuestión de la segregación, en un marco como el de Europa en el que la soberanía nacional se concreta sobre todo en las selecciones deportivas.

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