Columna

La ley de cambios

Todo cambia. Pero de una manera rara. Creemos que cambiamos y resulta que sólo nos hacemos viejos. Y todos, que somos muchos. Según la ONU, en el año 2050 el mundo estará lleno de viejos, y eso sin contar los que no estén. Habrá tantos que doblarán a los jóvenes. Vamos, que no habría más si hubieran decidido multiplicarse entre ellos, ya saben, juntarse para que nazcan más. Más viejos se entiende, porque los jóvenes cuando se unen es para que nazcan jóvenes. Y si eso pasa en el mundo no digamos aquí, porque, aunque no lo parezca, también formamos parte de él. Aquí todavía habrá más; más viejos...

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Todo cambia. Pero de una manera rara. Creemos que cambiamos y resulta que sólo nos hacemos viejos. Y todos, que somos muchos. Según la ONU, en el año 2050 el mundo estará lleno de viejos, y eso sin contar los que no estén. Habrá tantos que doblarán a los jóvenes. Vamos, que no habría más si hubieran decidido multiplicarse entre ellos, ya saben, juntarse para que nazcan más. Más viejos se entiende, porque los jóvenes cuando se unen es para que nazcan jóvenes. Y si eso pasa en el mundo no digamos aquí, porque, aunque no lo parezca, también formamos parte de él. Aquí todavía habrá más; más viejos, por supuesto, porque también ahora hay más que en ninguna parte. A lo mejor lo de autodeterminarse viene de eso, del deseo de romper con el envejecimiento, porque al paso que vamos somos una especie en peligro de extinción. Más que una Euskadi independiente se adivina una Euskadi vacía. O como mínimo geriátrica, lo que tampoco está mal porque resulta acorde con las ideas viejas o arcaicas que nos empapan y guían pintándonos un futuro con braguero.

Todo cambia. Panta rei, que dijo el filósofo para decir lo mismo en su lengua griega y filosófica. Pepe Rei, no, ése no cambia, pero tampoco es filósofo. Ni griego. Aunque está por ver, quiero decir, lo de que cambie, porque ahí están los suyos cambiando a toda velocidad. Cambian para ser lo mismo, por muy viejo, arcaico y retrógrado que sea. Han visto las barbas de su vecino y han puesto las suyas a remojar. De entrada, han remozado los grupos parlamentarios. El navarro pasa a denominarse como de Nafarroa mientras el de aquí pasa a convertirse en de Araba, Bizkaia y Gipuzkoa. Lo que era la unidad de Batasuna ha pasado a convertirse en multiplicidad. Puede que se trate de una treta para ponerse a cubierto de una posible ilegalización. Pero resulta muy significativo que aunque sea por razones tácticas se renuncie a la idea publicitaria de una Euskal Herria con Navarra. Por no decir algo peor. Ya que sólo existen como grupo en la medida en que se publicitan. Son por lo que representan. Son en la medida en que están. Y no es lo mismo estar de una manera que de otra. Un cambio en el discurso ha de repercutir en la forma en que se les percibe.

En la que los suyos les perciben, claro, porque para quien no está inmerso en su discurso -bañarse e impregnarse es la forma en que se captan y viven este tipo de ideologías donde organizarse hace las veces de pensar-, es decir, para quien puede analizarlo desde la razón, no hay cambio ninguno. Y deben convencerse de que si no quieren que pese sobre ellos la amenaza de una eventual ilegalización, han de cambiar. Pero sólo en una cosa, en su relación con la violencia como método para alcanzar la patria que quieren independiente. Escudarse detrás del silencio ante el asesinato, de la justificación del recurso a la violencia como instrumento político o de fórmulas tan hueras como exigir la erradicación de 'todas las expresiones de violencia', a sabiendas de que hay una que no puede desaparecer si no es pidiendo la disolución expresa de ETA, mientras que actos como alguna reprobable demasía policial puede y debe solucionarse mediante la vigilancia democrática y el recurso a los procedimientos judiciales, es vender humo.

Todo cambia, sí, incluso las leyes. Resulta pintoresco que quienes tienen todo el rato en la boca la necesidad de cambios en la Constitución -desde luego, no es un texto inamovible aunque su remoción exija determinados procedimientos y sólo ésos- no se hayan parado ni un momento a pensar si habría que readecuar una Ley de Partidos que permitía que hubiese quien pudiera organizarse para socavar los fundamentos de la sociedad democrática, y eso con el beneplácito, el amparo y los recursos económicos de la víctima potencial. Si la ley es sólida, está bien fundamentada y cumple todas las garantías constitucionales, resulta inverosímil que se grite contra ella. Porque, a diferencia de otros usos políticos, los democráticos aún suponen que haya que probar que alguien la incumple. Aunque mal pinta para Batasuna después de que ETA dijera en su último comunicado que es falsa la 'división entre izquierda abertzale democrática e izquierda abertzale violenta'.

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