Columna

Rodolfo Langostino se fue

Este año no ha salido por la tele el anuncio en el que Rodolfo Langostino decía a los consumidores: 'Llevame a casa'. Y es que no es cuestión de traer el problema argentino a la mesa de Navidad. También han quitado otro anuncio de congelados, en el que la chica, mientras invitaba a su padre a comer, le decía: 'No sé, estoy pensando en irme a Argentina'. Durante un tiempo el anuncio de marras fue emitido a pesar de la crisis argentina, hasta que los responsables de la marca decidieron que ya estaba bien de decir gilipolleces. Y es que todo se refleja en la publicidad, espejo del alma. Se...

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Este año no ha salido por la tele el anuncio en el que Rodolfo Langostino decía a los consumidores: 'Llevame a casa'. Y es que no es cuestión de traer el problema argentino a la mesa de Navidad. También han quitado otro anuncio de congelados, en el que la chica, mientras invitaba a su padre a comer, le decía: 'No sé, estoy pensando en irme a Argentina'. Durante un tiempo el anuncio de marras fue emitido a pesar de la crisis argentina, hasta que los responsables de la marca decidieron que ya estaba bien de decir gilipolleces. Y es que todo se refleja en la publicidad, espejo del alma. Se me ocurre que los anuncios, esos de las frases tan brillantes, podrían ayudarnos a vivir, con pensamientos tan elevados como 'nos gustaría garantizarte que lo bueno va a durar siempre'.

Desgraciadamente, no pueden garantizárnoslo, pero aún así celebraremos la Nochevieja. A pesar del susto, éste que de pronto te viene cuando los cohetes explotan en el aire cual bombas de racimo cerca del balcón. Uno se imagina cómo debieron pasarlo los bombardeados cuando uno de esos artefactos pirotécnicos se deflagra justo al lado de la ventana, y el cristal vibra amenazando con saltar en mil pedazos. El único consuelo, cruel si se quiere, consiste en pensar que no estamos como en Argentina, mientras en la tele salen unos personajes completamente imbéciles en un programa especial para oligofrénicos -con perdón de los oligofrénicos-, y la familia, o lo que queda de ella tras la dispersión de la Nochevieja, se reúne frente al aparato después de comer las uvas, que ahora -¡qué idea más práctica!- se venden peladas. Y lo mejor de todo es que después hay que salir, y tienes el compromiso absoluto e ineludible de pasártelo estupendamente bien. Una responsabilidad del carajo.

El deber de ser feliz, más feliz que nunca durante esta noche -toda una carga- produce sin lugar a dudas una importante dosis de tensión en el espíritu de los celebrantes. Esta tensión determina en muchos casos el número de intoxicaciones etílicas que se producen durante la madrugada, cosa que tampoco es censurable. Se supone que cada uno pasa el trago como le place. Eso sí, es aconsejable ignorar las broncas en los bares y las indisposiciones de los que se intoxican. No es extraño que los que más se divierten sean aquellos que no le piden mucho a esta celebración, que en el fondo consiste en un cambio de calendario en la cocina. Pero, ¡qué funesta decepción para tantos que quisieron llegar al clímax y no lo consiguieron! ¡Qué mañana tan triste para aquellos que pidieron tocar el cielo y no pudieron! Hay que considerar que tal vez el ambiente no era el apropiado. No hay que olvidar que en Nochevieja todo el mundo quiere pasarlo bien, y es normal que el buen rollo no llegue para todos. Además, seguro que alguien echa en falta a Rodolfo Langostino, y llega a la conclusión de que sin él ya nada es lo mismo.

Lo que son las cosas, para no arruinarse más de lo que están, los argentinos han creado el argentino -nueva moneda que circulará junto al vigente peso- mientras nosotros introducimos el euro. Presenciamos la crisis del país suramericano casi con complejo de culpabilidad, mientras nosotros estamos casi convencidos -a causa de la repetición publicitaria- de que nuestras nuevas moneditas van a funcionar. Todos ensayamos los comentarios del día siguiente, 1 de enero, a saber: 'Qué bien lo pasamos con el euro', o 'está claro que el euro fue el alma de la fiesta', o 'si no hubiese sido por el euro, yo no me hubiese divertido tanto'. Habrá que ver si nos reímos con el cambio de moneda. Por lo demás, no hay como echar un breve vistazo a los periódicos para concluir definitivamente que, si nos fijamos en la actualidad, aunque resulte paradójico, hay mucho que celebrar. Por lo pronto, que estamos vivos y aún tenemos algo de dinero.

Este último año se puede decir que la cosa ha ido de mal en peor para el planeta, en todos los sentidos. Pensemos en un país que nos queda muy cerca, como Argentina. En este contexto, todo cambia, y Rodolfo Langostino se fue. Los nostálgicos no pueden dejar de recordar su figura apolínea, su empaque y compostura, lamentándose de que esta vez no esté aquí para pedirnos que le llevemos a casa con su acento porteño.

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