Editorial:

Fracaso en Durban

Ha Fracasado la Conferencia Internacional contra el Racismo y la Esclavitud celebrada en Durban (Suráfrica) bajo los auspicios de las Naciones Unidas. El intento de convertirla en un juicio contra Israel a partir de la equiparación de sionismo y racismo abrió un serio boquete en su línea de flotación, brecha por la que EE UU -con Israel- eludió otro compromiso internacional. Pero Israel ha recibido en Durban uno de los más serios toques internacionales de atención de los últimos años, y alguna lección debería sacar de ello. Si la conferencia se hubiera celebrado dos años atrás, cuando el proce...

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Ha Fracasado la Conferencia Internacional contra el Racismo y la Esclavitud celebrada en Durban (Suráfrica) bajo los auspicios de las Naciones Unidas. El intento de convertirla en un juicio contra Israel a partir de la equiparación de sionismo y racismo abrió un serio boquete en su línea de flotación, brecha por la que EE UU -con Israel- eludió otro compromiso internacional. Pero Israel ha recibido en Durban uno de los más serios toques internacionales de atención de los últimos años, y alguna lección debería sacar de ello. Si la conferencia se hubiera celebrado dos años atrás, cuando el proceso de paz entre israelíes y palestinos avanzaba, habría sido diferente. Lo que demuestra que el conflicto de Oriente Próximo, el endurecimiento de la actitud israelí y la violencia desatada tienen un efecto contaminante elevado sobre cualquier reunión internacional de envergadura, y de ahí la necesidad de redoblar la presión internacional para encauzar una desescalada.

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La otra obsesión en Durban han sido las reparaciones a la esclavitud, que ha centrado los trabajos en una superficial búsqueda de responsabilidades por el pasado, en vez de debatir más a fondo medidas para impedir los restos de esclavitud que aún permanecen y atajar los brotes crecientes de racismo y otros tipos de discriminación. Mientras los delegados de 168 países y centenares de ONG se enfrascaban en discusiones en Durban, los inmigrantes recogidos por el Tampa eran rechazados por Australia e Indonesia, y la tripulación de un carguero turco arrojaba al Egeo a centenares de inmigrantes kurdos y afganos. El racismo se esconde hasta en las bodegas de barcos o en las reacciones a lo que es quizá el mayor desafío de nuestros tiempos: los nuevos movimientos humanos de inmigrantes y su integración no sólo del Sur al Norte, sino entre países en vías de desarrollo.

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Al no seguir a Estados Unidos en su abandono de la conferencia de Durban, la Unión Europea ha actuado con sensatez e impedido que prosperaran las propuestas más descabelladas. Plantear en términos de compensación económica directa -al modo de las reparaciones por el holocausto de los judíos- la responsabilidad por el tráfico de esclavos equivaldría a abrir un proceso histórico universal de imposible resolución. Sin duda, las culpas de la esclavitud alcanzan de lleno a las potencias coloniales europeas, pero desgraciadamente se trata de una práctica que desde que el hombre guarda memoria de sí mismo fue común a todos los imperios en todos los continentes. Cómo, si no, se construyeron las pirámides de Egipto.

Las terribles desigualdades económicas del presente exigen programas de ayuda y cooperación urgente, que en el caso de África no se resuelven a través de un sumario universal sobre las culpas por la esclavitud. Durban ha permitido informar sobre muchas situaciones deplorables en el mundo. La conferencia debía haberse centrado en medidas concretas para erradicar de forma absoluta la esclavitud, que aún se practica en algunos lugares, y para combatir un racismo creciente, no siempre en los países desarrollados, y toda forma de discriminación, incluidas las castas en India, prohibidas por ley, pero presentes en la sociedad. En esta conferencia, el rencor ha dominado. Por mirar demasiado hacia atrás y demasiado poco hacia adelante, Durban ha sido una ocasión fallida de mejorar el mundo.

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