Columna

Final fecal

Cuando el veraneo empezaba a disolverse en sudores agrios y espectáculos deprimentes, el capitán de empresa se cobijó a la sombra de la jaima, en el jardín de su bungalow, y echó cuentas de aquellas semanas, en las que el salitre, el sol y el sueño le habían consumido la piel. Entornó los ojos y percibió cómo el viento africano continuaba deglutiendo su materia escasa y porosa. El balance, sin alcanzar la categoría de frustración, no iba más allá de un primigenio elogio de la necedad. Vagamente, recordaba el sabor de la carne femenina, sobre el césped húmedo de la madrugada; o aq...

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Cuando el veraneo empezaba a disolverse en sudores agrios y espectáculos deprimentes, el capitán de empresa se cobijó a la sombra de la jaima, en el jardín de su bungalow, y echó cuentas de aquellas semanas, en las que el salitre, el sol y el sueño le habían consumido la piel. Entornó los ojos y percibió cómo el viento africano continuaba deglutiendo su materia escasa y porosa. El balance, sin alcanzar la categoría de frustración, no iba más allá de un primigenio elogio de la necedad. Vagamente, recordaba el sabor de la carne femenina, sobre el césped húmedo de la madrugada; o aquel festín perfumado por dos jóvenes macedonias, que le daban a todos los palos, y que ofrendaban su bisexualidad a la demolición de extranjerías, fronteras y lenguas, abiertas, en la mesa de pino blanco, entre frutas del tiempo y licores; o a la amante inglesa de cada año tan altiva y disciplinada, en la alcoba nupcial, picadero bien abastecido, desde que su esposa se largó por alta mar, con un motero acuático, que estuvo a punto de arrancarle el cuero cabelludo, con su briosa máquina.

Además de aquellos episodios, contabilizó varias cogorzas y altercados, mucha charanga cañera y poco más. Por eso, cuando al capitán de empresa, después de mes y medio sin noticia alguna de la actualidad, escuchó los informativos, tuvo la revelación de que el barón de Montesquieu jamás había sido filósofo, ni hombre de letras. El barón de Montesquieu había sido un humorista brillante, muy fino y muy largo. A Montesquieu siempre le intrigaron más las tripas de las leyes que su espíritu; y no llevó a cabo división alguna de poderes: se limitó a enfrentarlos. Sabía que así enseñarían más pronto sus miserias y su farsa. Aquel día, el capitán de empresa se enteró de que en muchas playas, los emisarios submarinos de aguas fecales no funcionaban y los bañistas jugaban con su bestiario de flotadores y una regata de excrementos a vela; mientras, ministros, magistrados y financieros, iban de los escándalos económicos al saqueo de algunos juzgados, en la pleamar de sus propias heces.

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