Columna

Clónicos y plásticos

Van a intertextualizar las fuentes del paseo del Prado y a sustituirlas por plagios perfectos, más duraderos y más fieles a los originales, pues no incorporarán las lacras con las que el paso del tiempo y la acción de los elementos, atmosféricos y humanos, castigaron su epidermis caliza.Las fuentes, situadas frente al muso del mismo nombre, fueron diseñadas por Ventura Rodríguez, el más madrileño de los arquitectos madrileños, nacido en Ciempozuelos en 1717, que dejó su impronta en los palacios reales de Aranjuez y Madrid y sembró en las calles y plazas de la urbe numerosos monumentos y orname...

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Van a intertextualizar las fuentes del paseo del Prado y a sustituirlas por plagios perfectos, más duraderos y más fieles a los originales, pues no incorporarán las lacras con las que el paso del tiempo y la acción de los elementos, atmosféricos y humanos, castigaron su epidermis caliza.Las fuentes, situadas frente al muso del mismo nombre, fueron diseñadas por Ventura Rodríguez, el más madrileño de los arquitectos madrileños, nacido en Ciempozuelos en 1717, que dejó su impronta en los palacios reales de Aranjuez y Madrid y sembró en las calles y plazas de la urbe numerosos monumentos y ornamentos que dan fe de su evolución, del frondoso barroco al podado y despojado neoclasicismo de su última etapa.

Las fuentes de don Ventura van a ser sustituidas por copias fidelísimas, compuestas de polvo de piedra y envasadas en resinas sintéticas; sus ninfas leprosas y sus tritones carcomidos recobrarán su primitiva apariencia, aunque no su esencia; serán meras réplicas, sin tacha, sin hollín, sin viruela, sin aura y sin historia. La ciudad se ha vuelto irrespirable para sus estatuas, que han resultado a la postre más sensibles que sus ciudadanos, supervivientes natos, capaces de adaptarse y sobrevivir en una atmósfera envenenada, contaminada por sus emanaciones y detritus.

A las fuentes del Prado se las van a llevar para protegerlas y ponerlas a salvo de un medio ambiente hostil que amenaza su supervivencia, piadosa y prudente decisión de nuestras autoridades municipales y comunitarias que deja en el aire múltiples incógnitas: ¿Adónde se las llevan? ¿Qué van a hacer con ellas? ¿Nos las devolverán algún día si el medio ambiente mejora y la atmósfera se purifica? ¿Acabarán arrumbadas en algún almacén, cementerio o vertedero municipal como tantos otros vestigios del pasado? ¿Las privatizarán quizá? Lo más probable es que tengamos que conformarnos para siempre con las nuevas fuentes clónicas y replicantes, más adecuadas al nuevo paisaje urbano. Inmunes a la erosión y la vandalización, vitrificadas y polimerizadas.

De seguir así las cosas, un día al levantarnos leeremos en los periódicos que los cuadros del Museo del Prado van a ser sustituidos para su preservación por copias idénticas, ejecutadas con pigmentos más duraderos y protegidas por un barniz a prueba de balas. En algunos museos de Estados Unidos, las copias de la Venus de Milo se exhiben perfectas, con brazos trasplantados, y la cirugía estética obra milagros con las estatuas clásicas desnarigadas. El desiderátum de nuestros suplantadores de fuentes, que deben pensar que, como ellos, nadie, o casi nadie, reparará en la diferencia, y que si alguien lo hace será para dar gracias por la mejora.

La silicona es un material de reconstrucción muy utilizado en las prótesis mamarias y en la rehabilitación de monumentos, inyecciones de plástico mantienen erguidos los bustos y renuevan la epidermis de los edificios y monumentos carcomidos por los excrementos de las palomas y las emanaciones mefíticas de los hombres y de sus civilizados inventos.

Tal vez sea ésta la ciudad que merecemos, o a la que podemos aspirar, una escenografía fotogénica, un decorado impecable a la medida de una población de replicantes, una nueva raza alérgica a las ruinas y amante de las apariencias.

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Autorizadas voces afirman que los museos están muertos y sólo conservan entre sus muros exquisitos cadáveres embalsamados. Los parques temáticos resultan mucho más vivos, más pedagógicos y entretenidos, lo virtual sustituye a lo real y lo mejora ostensiblemente.

Pero los museos siguen resultando imprescindibles, porque, tal y como están las cosas, no conviene sacar demasiado el arte a pasear para no exponerlo a eso que algunos optimistas irreductibles siguen llamando aire libre. Las obras de arte deben ser preservadas del ponzoñoso hálito de los hombres, sus creadores, que envenenan todo cuanto tocan, conservadas a una temperatura y una humedad constantes y protegidas por toda clase de medidas de seguridad. Puede que los mejores sitios para guardarlas sean las cámaras acorazadas de los bancos, entidades que ya encontrarían una forma de sacarles provecho y beneficio.

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