Columna

Peaje

No fue ninguna casualidad; tampoco fue un desliz. Los temores desatados por el anuncio que hace unas semanas hizo la Administración estadounidense, cuando el nuevo presidente, George Bush, cumplía sus cien primeros días como inquilino de la Casa Blanca, se han visto confirmados y ampliados ahora. Si entonces comentábamos con preocupación que el país más poderoso de la tierra y al mismo tiempo el más contaminante del globo, había acordado denunciar el Protocolo de Kioto de 1997, que regula las políticas para la reducción de la emisión de los gases causantes del efecto invernadero, ahora ...

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No fue ninguna casualidad; tampoco fue un desliz. Los temores desatados por el anuncio que hace unas semanas hizo la Administración estadounidense, cuando el nuevo presidente, George Bush, cumplía sus cien primeros días como inquilino de la Casa Blanca, se han visto confirmados y ampliados ahora. Si entonces comentábamos con preocupación que el país más poderoso de la tierra y al mismo tiempo el más contaminante del globo, había acordado denunciar el Protocolo de Kioto de 1997, que regula las políticas para la reducción de la emisión de los gases causantes del efecto invernadero, ahora nos encontramos con la prueba palmaria de que aquello no era más que el principio. No es que no quiera reducir la contaminación, es que está decidido a contaminar todavía más. Ahora Bush ha anunciado un plan energético que pone los pelos de punta y que tira por tierra todas las esperanzas de establecer un nuevo orden mundial medioambiental sostenible. Con la falaz excusa de la crisis energética que ha sufrido el estado de California -cuya causa está más bien en la desregulación del sector eléctrico- Bush presenta un plan que prevé la construcción de nuevas centrales atómicas y térmicas, así como la exploración de nuevos yacimientos petrolíferos en Alaska y el Ártico, incluidas algunas zonas de alto valor ecológico -si es necesario perforarán Manhattan y el Central Park-, para lo cual se necesitarán nuevas refinerías. Como ven, un triste panorama que no deja lugar a la esperanza -más carbón, más petróleo y más uranio significan más contaminación y más peligro para todos-, por cuanto que además conlleva la reducción del gasto destinado a la investigación y el desarrollo de nuevas fuentes de energía no contaminantes. Si con motivo de los cien primeros días de Bush especulábamos acerca de los verdaderos motivos de su decisión de enterrar el Protocolo de Kioto, este nuevo plan no deja lugar a dudas: es el peaje que el nuevo presidente paga a las grandes corporaciones relacionadas con la energía que sufragaron buena parte de su campaña electoral. Pero es un peaje que pagamos todos.

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