Columna

Presidente y consejero delegado

Desde los tiempos de Platón se hablaba de la utopía del rey-filósofo. Ahora estamos en la antiutopía del presidente mediócrata o del presidente-patrono. La victoria de Silvio Berlusconi en Italia consagra, por vez primera, la llegada a la presidencia de un Gobierno en una democracia establecida del hombre más rico del país y que posee las principales televisiones generalistas privadas, y ahora controlará las públicas, además de otros medios de comunicación. Logra unir en sus manos el poder, a menudo corruptor, del dinero con el de la política y el contrapoder de los medios...

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Desde los tiempos de Platón se hablaba de la utopía del rey-filósofo. Ahora estamos en la antiutopía del presidente mediócrata o del presidente-patrono. La victoria de Silvio Berlusconi en Italia consagra, por vez primera, la llegada a la presidencia de un Gobierno en una democracia establecida del hombre más rico del país y que posee las principales televisiones generalistas privadas, y ahora controlará las públicas, además de otros medios de comunicación. Logra unir en sus manos el poder, a menudo corruptor, del dinero con el de la política y el contrapoder de los medios de comunicación. 'La concentración de tanto poder político, económico y mediático no es habitual', se ha limitado a declarar a la prensa italiana el presidente del Gobierno español, añadiendo: 'Hay mucha sintonía entre nosotros. Bueno, no una sintonía completa porque Berlusconi es mucho, mucho más rico que yo'. En España, el Gobierno de Aznar aprovechó el control de una empresa privatizada para construir un grupo privado de comunicación afín.

Berlusconi llega, tras una victoria legítima, a la presidencia del Consejo de Ministros italiano, pero envuelto en una imagen de presidente o consejero delegado del Consejo de Administración de una Italia, S.A., que él mismo ha fomentado y que le puede llevar a ver a los italianos como empleados antes que como ciudadanos. Es el paradigma de una relación cada vez más estrecha entre los negocios y la política, que supone una pérdida de autonomía de la política, como ha ocurrido en otras partes, incluido en Estados Unidos, especialmente ahora con Bush. Ahora bien, a una mayoría de italianos no le ha importado votar por un corrupto. Pero que un corrupto llegue al poder invierte el famoso dicho de lord Acton de que el poder absoluto tiene a corromper absolutamente, pues esta vez es la corrupción -nunca ausente en Italia (ni en otros países)- la que se hace con el poder.

Europa se ha quedado muda. Berlusconi no gusta a algunos, y menos sus aliados, como Bossi y su Liga del Norte (que ha perdido, con lo que se corta las tentaciones secesionistas) o el derechista Fini y su Alianza Nacional, a los que Aznar no encuentra nada que objetar, el que se lanzó contra Haider como parte de la búsqueda de una imagen de centro para el PP. Pero nada hará la UE contra Italia. Lo que más preocupa es que esta Italia en el euro se esté saliendo ya de los márgenes macroeconómicos aprobados para la Unión Monetaria, con un déficit que puede aumentar si Berlusconi cumple con su mandado de reducir los impuestos. Pero, al final, las cosas se arreglarán, pues Italia es un país, una sociedad profundamente europea, aunque la visión de Berlusconi parezca menos constructiva en términos europeos y cambie el juego de equilibrios en el Consejo Europeo.

Para Aznar, la llegada de Berlusconi -que le debe favores cuando menos políticos (la entrada de Forza Italia en el Partido Popular Europeo)- contribuye a romper su creciente aislamiento, aunque un jefe de un Gobierno del G-7 puede restarle al español ese plus que le aportaba el ser el único representante de la derecha de un país importante en el Consejo Europeo. Berlusconi quiere hacer de Italia el 'mayor aliado de EE UU' en Europa, como Aznar y Piqué pretenden hacer con España. Pero no habrá competencia, pues para Washington cuentan mucho más Berlín, Londres e incluso París, aunque Bush llegue a sintonizar mejor con Madrid, la primera escala de su primer viaje a Europa, y con Roma.

Berlusconi estará ahora mejor protegido frente a la justicia, italiana o española, que le corre detrás por múltiples irregularidades y casos de corrupción. No deja de ser otra perversidad de esta política que, para protegerse de la justicia, se hagan elegir presidentes del Consejo, o incluso presidentes de la República, como puede ocurrir en el caso francés si Chirac se presenta a las presidenciales y gana en 2002.

aortega@elpais.es

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