Columna

Moscas

Las primeras víctimas del espectacular descubrimiento han sido los pistoleros a sueldo. Sumidos en la desolación, se han despojado de la sobaquera y han tomado la vez en la cola del paro, mientras los bustos de las cínicas y crueles criaturas de Hemingway, se instalaban en los jardines del hampa. La ciencia los ha reducido a la miserable condición de asesinos de insectos. Y la lectura del genoma los condena al desempleo: ahora se enteran de que se han pasado media vida liquidando moscas. Ningún capo va a pagarles ya ni un centavo, por cargarse a un confidente, que no pasa de ser un inofensivo ...

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Las primeras víctimas del espectacular descubrimiento han sido los pistoleros a sueldo. Sumidos en la desolación, se han despojado de la sobaquera y han tomado la vez en la cola del paro, mientras los bustos de las cínicas y crueles criaturas de Hemingway, se instalaban en los jardines del hampa. La ciencia los ha reducido a la miserable condición de asesinos de insectos. Y la lectura del genoma los condena al desempleo: ahora se enteran de que se han pasado media vida liquidando moscas. Ningún capo va a pagarles ya ni un centavo, por cargarse a un confidente, que no pasa de ser un inofensivo ratón: mucha basura, páramos y cadáveres de virus. Qué repugnante. Para la pureza de los arios la noticia ha sido un cataclismo. Toda la esfera de su superioridad racial la había diseñado un chimpacé emblemático, encaramado en una esvástica, y la demolición de esa arquitectura de holocaustos, himnos y chimeneas humeando intestinos y glucosa, los ha encerrado en el insoportable infierno de la igualdad. Ya sólo pueden argumentar una frágil diferencia en el color de la piel. Porque hasta sus partes nobles tan alabadas en calibre y envergadura, como símbolo de valor, no son si no un despreciable pingajo, en comparación con la virilidad de los africanos. Los fundamentos de un nuevo Reich se han quedado apenas en unos escombros.

Pero la secuencia del genoma también ha originado un sentimiento de culpa y hasta de pecado en las amas de casa, en los empleados de las empresas de desinsectación y en los aviadores que fumigan los campos de cultivo y las rosaledas. Hoy, he despanzurrado dos moscas, es decir, tantos genes como los de un semejante. En el fondo, no soy más que un homicida. Sólo los espíritus franciscanos incapaces de atentar contra una lombriz o la planta más insignificante, conservan la inocencia. Desde el más inclemente criminal, hasta la monja de clausura, están desconsolados, con la revelación de ese prodigioso mapa de la vida. Pero es una situación interina. Todo volverá a la normalidad, cuando el capital compre el genoma, lo guarde en su cámara acorazada y sólo lo administre a los de su especie.

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