Tribuna:EL SIDA EN ÁFRICA

La epidemia del silencio

Resulta sorprendente que una enfermedad que ha causado más de 20 millones de muertes, es padecida por 35 millones de personas en este momento y que infecta cada minuto que pasa a seis menores de 25 años no sea una noticia de primera plana diaria en los medios de comunicación. Probablemente, la razón reside en el hecho de que la mayor parte de los que la padecen son africanos (23 millones de infectados habitan en África subsahariana), y ya sabemos que este continente nunca ha interesado demasiado a la opinión pública, salvo cuando se trata de rescatar imágenes patéticas de seres humanos que des...

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Resulta sorprendente que una enfermedad que ha causado más de 20 millones de muertes, es padecida por 35 millones de personas en este momento y que infecta cada minuto que pasa a seis menores de 25 años no sea una noticia de primera plana diaria en los medios de comunicación. Probablemente, la razón reside en el hecho de que la mayor parte de los que la padecen son africanos (23 millones de infectados habitan en África subsahariana), y ya sabemos que este continente nunca ha interesado demasiado a la opinión pública, salvo cuando se trata de rescatar imágenes patéticas de seres humanos que desvíen la atención sobre otros problemas en el mundo civilizado. Mientras en el Norte se ha logrado disminuir del 43% al 2% la transmisión del VIH de madre a hijo, en Zambia o Zimbawe la mortalidad infantil se ha elevado un 25% en los últimos diez años a causa del sida. Ciertamente, tendremos que concluir que éstos son ciudadanos de segunda clase que agonizan lentamente en un mundo globalizado.Pasó el Congreso Mundial sobre el sida celebrado en julio en Durban y, tras una semana de intensa cobertura informativa, el silencio en nuestros medios ha vuelto a cubrir el día a día del acontecer africano. En ella cita, el presidente surafricano Mbeki fue duramente criticado por cuestionar el enfoque meramente técnico del origen de la enfermedad y por aludir a la situación de pobreza y falta de educación de muchos de los seres que la padecen en el continente negro. Pero fueron muy pocos los que tomaron nota de esta llamada desesperada al mundo, una llamada para hacerle entender los porqués de tanto sufrimiento y de una expansión tan alarmante del sida en África. "La pobreza extrema es la mayor causa de muerte de millones de personas en el mundo y del sufrimiento y enfermedad de gran parte de la población". ¿Acaso es esto falso?

Es preciso un enfoque integral y solidario, mediante la creación de un fondo de solidaridad terapéutica verdaderamente universal, como proponía el presidente Chirac, pero también de un fondo de solidaridad humana que impacte sobre la pobreza en ese continente. Y es que para abordar un problema como el sida hay que superar fórmulas exclusivamente terapéuticas aunque tan necesarias como las de destinar 3.000 millones de dólares a triterapias anti-retrovirales o tratamientos encaminados a evitar la transmisión vertical madre-hijo, con costos de solamente 800 pesetas por niño. El trasfondo es la pobreza, y ésta tiene causas estructurales. Y hay que decirlo bien alto, e incluso propiciar protestas como las de Seattle o Praga para que definitivamente esta globalización económica se acompañe de una globalización social. Sírvanos de ejemplo recordar que el 42% de las mujeres subsaharianas dan a luz sin ningún tipo de ayuda médica, o que la renta per capita anual de algunos países no llega a 100.000 pesetas (imaginémonos cómo vivir con 8.000 ptas. al mes).

Considerando que al menos un 50% de los servicios sanitarios en el continente africano se mantiene gracias al apoyo permanente de instituciones altruistas, y que ellas cubren buena parte de los servicios asistenciales y de prevención, hay que aceptar que poco han hecho para prevenir las causas de la enfermedad. Este enfoque conlleva silencio, y debería ser cambiado. Argumentar la fidelidad y la castidad, desde una interpretación occidental, como soluciones y valores únicos a implantar en una sociedad que ni cultural ni antropológicamente los vive ni puede interpretar como suyos, es sin duda absurdo, y conlleva relegar al silencio cualquier mínima reflexión y programa sobre las respuestas a dar. Hay que interpretar, hay que inculturar. Es necesario empezar a romper el silencio desde todos los foros, también desde dentro, sin renuncias y con valores que protejan y potencien la familia como núcleo vital de convivencia, que protejan a la mujer del dominio del hombre, pero estableciendo mensajes compatibles con el empleo de todos los métodos preventivos al alcance, y todo esto porque está en juego la vida y el futuro de millones de seres humanos.

Si en Uganda se ha pasado de una tasa de infección del 38% a una de un 8,3% en los grupos de 15 a 49 años, algo se podrá hacer. Ciertamente, esto no se ha conseguido sólo con un enfoque terapéutico. En Uganda se involucró a líderes religiosos y organizaciones sociales en un plan global que abarcó aspectos sociales y médicos. Fue preciso un enfoque multisectorial, con el que se consiguió que hablar hoy del sida o de sexo en el país no sea tabú. Un enfoque que implica de forma importante al sector educativo y que está basado en valores de autoayuda, responsabilidad en el manejo de la sexualidad y creación de una familia. Hoy, el uso del preservativo entre los jóvenes ugandeses se ha triplicado desde 1994, y se aprecia un retraso en la edad del comienzo de las relaciones sexuales. Sin duda, puede ser un ejemplo, pero no debe ser el único.

En nuestro caso, nuestro compromiso está directamente vinculado a nuestra presencia en Tanzania y Ruanda. Con el reto de romper el silencio y participar en un necesario cambio de enfoque al abordar lo que está siendo un auténtica catástrofe para todo un continente, nos proponemos trabajar para que en el 2002, en el próximo Congreso Mundial de Barcelona, todos compartamos una visión integral de la pandemia del sida que no asuma Silencios ni exclusiones.

Juan Carlos Aretxabaleta es miembro de Medicus Mundi Bizkaia.

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