Tribuna:La reforma de la secundariaAula libre

12 críticas al plan del Gobierno Carlos Arroyo

Un antiguo cuento oriental titulado Los tres príncipes de Serendip relata cómo estos personajes descubrían unas cosas cuando viajaban en busca de otras. Los científicos han incorporado a su jerga el término serendipity (adaptable como serendipia) para referirse al hallazgo científico accidental o azaroso. Pues bien, sólo la serendipia puede hacer que el éxito culmine el plan de reforma de la secundaria, presentado por el Gobierno como un bálsamo de Fierabrás para elevar la calidad, y que, en realidad, apenas esconde la intención de José María Aznar de rentabilizar electoralmente ...

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Un antiguo cuento oriental titulado Los tres príncipes de Serendip relata cómo estos personajes descubrían unas cosas cuando viajaban en busca de otras. Los científicos han incorporado a su jerga el término serendipity (adaptable como serendipia) para referirse al hallazgo científico accidental o azaroso. Pues bien, sólo la serendipia puede hacer que el éxito culmine el plan de reforma de la secundaria, presentado por el Gobierno como un bálsamo de Fierabrás para elevar la calidad, y que, en realidad, apenas esconde la intención de José María Aznar de rentabilizar electoralmente el malestar social creado por las deficiencias del sistema.El mapa de la educación secundaria en el mundo desarrollado revela, especialmente en su tramo obligatorio, algunas fallas que amenazan con provocar movimientos sísmicos de cierto relieve: la falta de rendimiento académico, la indisciplina rampante, las anémicas políticas de educación en valores, el vacío metodológico ante las nuevas tecnologías, el divorcio entre el corpus académico y las demandas formativas de las familias y la sociedad, el cambio de paradigma cultural hacia lo audiovisual y lo instantáneo, la desidia de muchas familias, la devaluación social del papel del profesor, el desamparo profesional de los docentes por parte de las administraciones, la inadecuación de la formación inicial y permanente de los profesores a sus nuevas funciones, la deficiente asimilación de los inmigrantes y la carencia de estrategias de apoyo a chicos con problemas.

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A esta docena de preocupaciones, que no conocen fronteras, se suman en España la parquedad de recursos con que se ha ampliado la educación obligatoria hasta los 16 años (por aquello tan hispánico de hacer más con lo mismo) y el chirriante proceso de descentralización educativa, que ha provocado una alarma no siempre justificada y a menudo avivada por políticos y medios de comunicación.

En este paisaje con más nubes que claros, el Gobierno lanza un plan reglamentista y sin altura, después de una cocción efectiva de apenas dos meses, basándose en un diagnóstico de brocha gorda, explotando con habilidad los remordimientos de la oposición, manteniendo un sedicente envoltorio humanista, olvidando a quienes dan la cara en el aula y dejando para los postres la asignación de presupuestos.

Es una manera de sacarse la espina del fiasco al que Aznar empujó a Esperanza Aguirre, que, después de encender con su mejor estilo los fuegos artificiales de las humanidades, acabó quemándose las manos en el Congreso en diciembre de 1997. Después de Aguirre vino Rajoy, y no hubo nada. Y luego, Pilar del Castillo, una ministra escurridiza y ceñida al guión. Pero si el plan de Aguirre dio que hablar a críticos y espectadores, tampoco la obra de Pilar del Castillo ha sido un prodigio de escritura y dramaturgia ni entrará en la historia de la educación. Sólo cabe desear que, como en el cuento de los príncipes de Serendip, la flauta suene por casualidad. Pero hay al menos una docena de aspectos criticables en el plan, tanto en su núcleo de contenidos como en la corteza orbital de su elaboración:

1. Sobrecarga. El papel lo aguanta todo y los Gobiernos suelen aprovecharse de ello. Pero una hiperinflación del 1.700% (según el análisis del Ejecutivo vasco) en los contenidos mínimos dentro de un marco horario estable es la mejor invitación al incumplimiento por parte de los profesores y los centros. Un catálogo enciclopédico de contenidos sin jerarquizar o es un brindis al sol o acabará consagrando una metodología más próxima a la cultura del videoclip que a la de la lectura (por cierto, la gran olvidada del plan).

2. Contenidos obsoletos. Un primer análisis de los temarios revela, según diversos especialistas, un cierto aroma antiguo que el ministerio no se ha molestado en disimular.

3. Ausencia de diagnóstico. La reforma, que no coincide en su ámbito con la iniciativa fallida de humanidades de Aguirre, se ha realizado sin un diagnóstico riguroso, a no ser que se consideren como tal las conversaciones que Del Castillo asegura haber mantenido con profesores y padres. Y pocas veces un tratamiento resulta eficaz contra una dolencia mal diagnosticada.

4. Secretismo. Los dos últimos meses han sido ricos en rituales secretos. Durante los trabajos preparatorios de El Escorial (apenas tres o cuatro días), cuando se necesitaba una fotocopia se hacía bajo vigilancia de un funcionario, que controlaba el proceso como si se tratara de material de alto secreto. Además, Del Castillo prohibió a los representantes políticos que acudieron al ministerio a conocer las propuestas que se llevaran copias. Esa curiosa manera de entender el consenso impidió que los documentos fueran analizados por los expertos de las diversas administraciones.

5. Sin notables. La envergadura del plan la muestra el hecho de que los trabajos han sido elaborados por grupos de personas elegidas según criterios ocultos y mantenidas en el anonimato por decisión ministerial. En Italia, Umberto Eco, Antonio Tabucchi, Riccardo Mutti, Eugenio Scalfari y Claudio Magris participaron en la reforma de la escuela. En materia universitaria, Jacques Attali, Ron Dearing y Josep Maria Bricall han dirigido comités en los que personajes prestigiosos y representativos han participado en informes para la reforma en Francia, el Reino Unido y España.

6. Negociación parcial. El Gobierno ha negociado poco y con criterios muy selectivos. Los únicos que han podido decir esta boca es mía han sido una diputada del PSOE, Amparo Valcarce; otro de CiU, Ignacio Guardans, y el viceconsejero vasco de Educación, Alfonso Unceta (que no es miembro del PNV, cuidadosamente excluido). El resto de los partidos, Ejecutivos autonómicos, asociaciones profesionales y entidades científicas se han quedado a verlas venir.

7. Falta de rigor. Una falta de rigor inexplicable hizo que la primera propuesta contuviera tres flagrantes incumplimientos de la LOGSE: se creaba una nueva optativa de oferta obligada (Informática), se creaba una obligatoria (Historia de la Filosofía) y se modificaba el nombre de otra (Historia de España, en lugar de Historia). Tuvieron que ser los interlocutores del ministerio los que advirtieran de la ilegalidad de las propuestas. Al final, la Informática se ha integrado en la Tecnología (lo que causará problemas con el profesorado), la Historia conserva su nombre y la Historia de la Filosofía se crea con el nombre de Filosofía II.

8. Sin profesores. Son los grandes ausentes. Ni ellos ni sus asociaciones han sido consultados, con lo cual se ha perdido una buena ocasión para implicarlos en estos tiempos de desánimo profesional. Como contraste, la reforma del bachillerato en Francia fue articulada tras la consulta escrita a 124.000 profesores y 1,8 millones de estudiantes.

9. Fines políticos. El fundamento educativo de la reforma está altamente contaminado por el objetivo impuesto por Aznar de marcar distancias con los nacionalistas con fines electorales inmediatos (en el País Vasco) y a medio plazo (en el resto del país). Sobre los supuestos desafueros autonómicos en educación, por mucho que ocasionalmente existan, es fácil hacer demagogia. Y con la demagogia se trenzan buenas cestas para recoger votos (recuérdese la surrealista propuesta de Esperanza Aguirre de crear un Liceo español en Cataluña).

10. Camuflaje político. La sobrecarga política del plan no impide que Del Castillo haya diluido su perfil político como una forma de evitar la confrontación. Además de hacerse la despistada con todas las formaciones, menos el PSOE y CiU, la ministra ha llegado al extremo de no convocar a los consejeros de Educación reunidos en la Conferencia Sectorial, el principal órgano de coordinación educativa, para lo que contó con la plena ayuda del PSOE. En su lugar reunió a la Comisión de Educación, una especie de subconferencia con viceconsejeros y directores generales. Y, si no cambia de planes a última hora, rematará el proceso llevando el plan al Consejo de Ministros el 22 de diciembre, el día de la lotería de Navidad, con la comunidad educativa de vacaciones.

11. Sin financiación. El plan carecía de asignación presupuestaria hasta que la presión de los negociadores hizo rectificar a la ministra, que se ha comprometido a tenerla lista esta misma semana. Los planes educativos sin respaldo financiero siempre han revelado su inconsistencia y sus objetivos propagandísticos.

12. La próxima reforma. El Gobierno ha concebido esta primera iniciativa como un ensayo general con todo para la verdadera reforma de las grandes leyes educativas, prevista para dentro de seis meses, en la que se propone acabar con una de las bases de la LOGSE: la comprensividad; es decir, la no discriminación de alumnos por rendimiento.

Y el ensayo parece ir por buen camino. Del Castillo ha tenido la enorme fortuna de que su estrategia, consistente en implantar todas sus reformas en los dos primeros años de legislatura, se ajusta como anillo al dedo a la de José Luis Rodríguez Zapatero, que, según miembros de su entorno, sólo en la última fase de este periodo mostrará su cara más combativa. En las filas del PSOE, la negociación llevada a cabo por la portavoz de Educación, Amparo Valcarce, ha provocado un verdadero terremoto interno, ya que muchos de sus compañeros están convencidos de que, con la aplicación inflexible de la filosofía del pacto, los socialistas se han convertido en el aliado objetivo del Gobierno en una política educativa que transformará sustancialmente, en varias etapas, el sistema que ellos mismos implantaron.

Carlos Arroyo es director de Santillana Universidad (Arroyoca@santillana.es).

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