"¿Por qué no nos quieren si vamos limpios?"

Hay niños que lo han vivido todo, menos la infancia. Otman, de 13 años, vio cómo su hermano pequeño moría abrasado durante un incendio en la casa familiar de Tetuán. Una cicatriz en el costado le recordará el suceso de por vida. Por haber sobrevivido, Otman cree que está protegido por un halo de suerte. Lo sigue creyendo a pesar de las palizas que ha recibido y de la miseria. Hace dos años, el miedo a recibir más golpes de su hermano mayor le empujó a huir a Ceuta, donde mendigaba para comer y soñaba con cruzar el Estrecho para buscarse la vida y dejar de soportar el frío de la calle. Hace mes...

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Hay niños que lo han vivido todo, menos la infancia. Otman, de 13 años, vio cómo su hermano pequeño moría abrasado durante un incendio en la casa familiar de Tetuán. Una cicatriz en el costado le recordará el suceso de por vida. Por haber sobrevivido, Otman cree que está protegido por un halo de suerte. Lo sigue creyendo a pesar de las palizas que ha recibido y de la miseria. Hace dos años, el miedo a recibir más golpes de su hermano mayor le empujó a huir a Ceuta, donde mendigaba para comer y soñaba con cruzar el Estrecho para buscarse la vida y dejar de soportar el frío de la calle. Hace meses que abandonó la calle y mudó la ilusión de instalarse en la península por la de ir a la escuela. Otman es uno de los 30 menores que ha tenido que acceder a su colegio, Maestro Juan Morejón, bajo protección policial, y uno de los que se ha adaptado plenamente al funcionamiento del centro San Antonio, que gestiona el Gobierno ceutí.

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Habilitado sobre un antiguo caserón militar del monte Hacho, el centro acoge un número fluctuante (alrededor de 70) de menores marroquíes que participan en talleres de manualidades, cultivan pequeños huertos o juegan al fútbol. El Ejército se encarga de suministrar a diario la comida de los residentes.

Las 18 personas que trabajan con los niños y adolescentes han logrado "estabilizar" a un grupo de 45, que antes malvivían en la calle. 11 jóvenes, con edades comprendidas entre los 16 y 18 años, reciben clases de formación profesional dentro de los programas de garantía social, que no requieren una escolarización previa. Otros dos participan en programas de educación especial. Y la treintena de menores de 16 años han iniciado un programa educativo de adaptación -una especie de aula-puente- antes de incorporarse al sistema educativo ordinario.

La Consejería de Salud Pública y Bienestar Social de Ceuta reconoce que el centro no ofrece las condiciones idóneas para acoger a los menores marroquíes que tutela, pero destaca la mejora que ha experimentado en el último año, cuando la Consejería asumió la gestión. El programa educativo que ha diseñado permite que 45 niños hayan abandonado la calle y hayan mudado de hábitos. "Han descubierto el placer de ducharse, de usar los cubiertos y del cariño. El único atraso que tienen es el afectivo", explica la directora del centro, Carmen Heredia, que aún recuerda cómo rehuían el contacto "de piel" al principio.

Los menores no entienden el rechazo que ha suscitado su ingreso en el colegio. "¿Por qué no nos quieren si vamos limpios?", interpelaban a los cuidadores el lunes, cuando tuvieron que regresar sin entrar en las aulas. Kasim, de 15 años, tiene su respuesta: "Los padres se creen que somos como los que están en la calle, y no lo somos".

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