Tribuna:

En este cisco

El vigésimo primer aniversario del Estatuto lo han conmemorado (es un decir) cada partido por su lado. El Gobierno vasco, a la vez que los portavoces de los partidos que lo apoyan echan pestes de él -"carta otorgada", "agotado", "insuficiente"- y presentan fórmulas rupturistas que lo anulan - "soberanismo" o "república" transfronteriza- lo ha celebrado este año, como no podía ser de otra manera, en solitario. Esta celebración por barrios es la plasmación plástica del desastre al que nos ha conducido y nos conduce la política de Lizarra.No hay como el nacionalismo para cargarse una nación enten...

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El vigésimo primer aniversario del Estatuto lo han conmemorado (es un decir) cada partido por su lado. El Gobierno vasco, a la vez que los portavoces de los partidos que lo apoyan echan pestes de él -"carta otorgada", "agotado", "insuficiente"- y presentan fórmulas rupturistas que lo anulan - "soberanismo" o "república" transfronteriza- lo ha celebrado este año, como no podía ser de otra manera, en solitario. Esta celebración por barrios es la plasmación plástica del desastre al que nos ha conducido y nos conduce la política de Lizarra.No hay como el nacionalismo para cargarse una nación entendida, soberanía aparte, como encuentro de adhesión ciudadana. Cualquier comunidad autónoma española, por artificial que haya sido su origen, en cuanto marco de cohesión ciudadana es, si no es una nación, más comunidad política que la indómita Euskal Herria (y además viven mejor). No debería sorprender por este resultado cuando el mismísimo Gobierno vasco de esta fracasada legislatura ha sido el instrumento más subversivo no sólo con el Estatuto, sino también con las reglas en que se asienta toda democracia moderna. Que aguante en minoría en el Parlamento es una prueba de ello.

La renuncia del Gobierno autónomo a ser Estado, a ser ante el ciudadano referente de garantía de la legalidad y de la defensa de los derechos fundamentales, desarticula todo el entramado político, lo balcaniza. El nacionalismo es visionario, mira adelante, obvia las muestras de futuro que ya existen en el presente, traspasa fronteras, canta futuros redentores y de grandeza, pero se olvida de su ciudadanía, de la necesaria convivencia, de la ley, del presente, y admira y respeta a los más exaltados y bravucones. La "revolución de terciopelo", término acuñado por Nicolás Redondo, o algo semejante, debe suponer el dominio de las leyes y las reglas del Estado democrático en Euskadi, quizás la revolución liberal. Y aprender los valores del constitucionalismo como manifiesta el rector de la UPV, Manuel Montero.

En este cisco, por el contrario, mientras la única y exclusiva política del PNV se oriente con el soberanismo hacia EH y ETA, no habrá condiciones para que ésta razone sobre la liquidación del terror. El discurso político del PNV, antes y posterior a Lizarra (Caldera que no te enteras), es un acicate a la necesidad de la violencia. Porque ETA mantendrá que los objetivos de ese discurso sólo son posibles con la violencia, máxime cuando el Gobierno vasco ofrece, además, la renuncia y el vacío a ser Estado. Porque, en el fondo, para ETA nada es posible sin el terror y el control violento ejercido por la minoría que se autoconstituye en vanguardia. Porque el centro del esquema lógico de ETA reside en que toda organización y dinámica política y social se rige por la violencia. Y sólo los traidores -los del PNV serían medio-traidores- ceden a la política oficial, la institucional, la de los otros, que considera también regida por la violencia. Su diferencia, la diferencia, es que la violencia del oprimido, ellos, es siempre justa e incomparable con la del opresor, ¿Y qué pueblo más oprimido que el vasco desde los romanos?

En este sentido, el discurso hartamente victimista del PNV, junto a su descalificación sistemática del sistema y del Estado de derecho, convierte al adversario político en enemigo opresor y a los nuestros en grandes víctimas. Hasta que el PNV no modifique su discurso político (no es cuestión de buenos y malos en el seno del PNV como cree el señor Caldera) no habrá condiciones para el establecimiento de la democracia, y para que ETA deje la violencia, en Euskadi.

Mientras tanto, en ese discurso del nacionalismo que sesga la problemática política vasca a una contradición entre Euskadi y el Estado español existe un gran olvido, el de la ciudadanía, y en concreto el del sector no nacionalista, que cree que el Estatuto es, además y sobre todo, un marco de convivencia política entre los propios vascos. Soslayando la realidad plural de los vascos y que el Estatuto es la regla de juego entre nosotros mismos, seguiremos enquistados en la falta de convivencia civil y en la violencia, y seguirá siendo dominante la esquematización de la política del nacionalismo en la contradición entre Euskal Herria y España, y los vascos no pintaremos nada; moverán nuestros sentimientos más primitivos y después nuestras voluntades. Sólo seremos carne de cañón.

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