45ª SEMANA DE CINE DE VALLADOLID

Ariadna Gil roza lo insuperable en una película del argentino Lecchi

Una elementalísima película francesa, La ladrona de Saint Luvin, y la excelente Nueces para el amor, escrita y dirigida por el argentino Alberto Lecchi, en la que Ariadna Gil elabora con maestría una composición compleja y llena de dificultades, cerraron ayer la cruz y la cara del concurso de esta edición del Seminci. Redondeó el día la proyección, acogida con ovaciones, del documento Orson Welles en el país de Don Quijote, elaborado por Carlos Rodríguez, Carlos Heredero y Esteve Riambau para Canal +.

Fuera del concurso se proyectó Brother, última película de Takeshi Kitano. El c...

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Una elementalísima película francesa, La ladrona de Saint Luvin, y la excelente Nueces para el amor, escrita y dirigida por el argentino Alberto Lecchi, en la que Ariadna Gil elabora con maestría una composición compleja y llena de dificultades, cerraron ayer la cruz y la cara del concurso de esta edición del Seminci. Redondeó el día la proyección, acogida con ovaciones, del documento Orson Welles en el país de Don Quijote, elaborado por Carlos Rodríguez, Carlos Heredero y Esteve Riambau para Canal +.

Suceso verídico

Fuera del concurso se proyectó Brother, última película de Takeshi Kitano. El célebre y singularísimo actor y director japonés quiere dar a esta obra un sabor de antología irónica de sí mismo y ofrece con ritmo de ametralladora un alarde de su especialidad, que es la aventura y el tiro al blanco, o más exactamente, al rojo, de un asesino profesional yakuza, llevada esta vez a sus consecuencias extremas y, gracias al extraño sentido del humor de este artista, a las proximidades de la caricatura.Para ello, el infalible pistolón de Kitano vuela desde Japón a Estados Unidos y allí, acosado por la flor y nata del pistolerismo gringo, entra en un ruidoso debate con ese aludido cruce entre humor y violencia que desgarra por dentro alguno de los más feroces y refinados momentos de su extraña e incatalogable manera de hacer cine. Brother está lejos de ser la obra mayor de Kitano, pero tiene algo de divertida antología, de repaso vivísimo de lo ya hecho por él, lo que parece anunciar o presagiar un cambio de rumbo en las obsesiones argumentales sobre las que discurre el peculiarísimo estilo de este raro cineasta islote.

La actriz española Ariadna Gil ganó aquí hace dos años, con su amargo y muy intenso trabajo en Lágrimas negras, última e inacabada película de Ricardo Franco, el premio a la mejor actriz. Hubo entonces disidentes, pero éstos pueden verse obligados a cerrar la boca este año si Ariadna Gil logra, como merece, hacer el doblete. Sería lo justo tras ver y disfrutar la maestría que la actriz derrocha en su composición -nada fácil, sino erizada de dificultades gestuales e idiomáticas- del personaje protagonista de la película argentina, escrita y dirigida por Alberto Lecchi, Nueces para el amor.

Se trata de una obra ambiciosa y relatada con la mirada metida muy dentro, muy bajo la piel, muy concernida y comprometida en las imágenes que deja ver. Compuesto con sencillez, este filme, aparentemente lineal, esconde en realidad un subsuelo muy rugoso y lleno de los recovecos de la trágica historia argentina del último cuarto de siglo, tiempo sobre el que se mueve la rica secuencia sentimental de Nueces para el amor. La película esconde un magnífico guión de Alberto Lecchi, que combina sabia, honda y equilibradamente la crónica colectiva y el relato intimista, la película de vuelo histórico y la película de amor, de vuelo lírico.

Ariadna Gil logra enlanzar una y otra película sin dejar ver la menor sensación de artificio en su esfuerzo, como si respirase a ambas simultáneamente. Pero finalmente su instinto de intérprete, su poderosa presencia y su formidable pegada fotogénica, aliadas al creciente -ya en los límites de lo insuperable- refinamiento de su oficio traen a primer término al suceso individual, a la formidable mujer de carne y hueso que la actriz alienta. Y el filme se convierte en un muy emotivo y convincente relato de amor, que Ariadna Gil llena de vibración contenida.

Cerró el concurso la bienintencionada y generosa, pero formalmente muy endeble -ya que tiene toda la pinta de estar ideada en forma de telefilme- película francesa La ladrona de Saint Luvin, dirigida por Claire Devers. Es un relato que reconstruye casi al pie de la letra un suceso verídico registrado no hace mucho en la jurisprudencia francesa. Se trata del caso de una juez que absolvió, amparando su decisión en el concepto de "estado de necesidad", a una mujer que, al quedarse sin dinero, se vio forzada a robar alimentos de un supermercado para poder dar de comer a sus dos pequeños hijos. Obviamente, los precedentes que esta decisión podía generar en la legislación francesa eran de trascendencia enorme, pues daban vía libre a un acto de expropiación. El formidable revuelo que esto provocó en medios políticos franceses es el fondo sobre el que discurre el interés de esta pequeña obra, que debía haberse elaborado con mayor meticulosidad y solvencia.

Y cerró la sección Tiempo de historia, considerada por muchos como la más distintiva y rica del festival de Valladolid, el extraordinario documento Orson Welles en el país de Don Quijote. Se trata de un admirable trabajo documental de Esteve Riambau, Carlos F. Heredero y Carlos Rodríguez, del que ya hemos dado amplia noticia en estas páginas a raíz de su estreno televisivo. Los autores del magnífico filme dieron ayer aquí la cara por él, y sostuvieron, tras la proyección, un debate con el público que casi se prolongó durante una hora.

Por otra parte, confirma las calidades de este trabajo documental el hecho de que no es empequeñecido por la gran pantalla, que es lo que suele ocurrir con los telefilmes cuando son proyectados en un cine, sino que ésta multiplica su eficacia, como sancionó la cerrada ovación que la sala dedicó a la película una vez finalizada. Nadie se movió de su asiento, el silencio se oía, y lo que se estaba viendo allí no era un filme de suspense, sino una averiguación histórica y didáctica.

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