FERIA DE ARGANDA DEL REY

El modelo pegapases

Lo que pasa es que se fijan en las figuras y son todas unos pegapases insoportables...A lo mejor no hay razones de mayor peso para explicar cómo unos novilleros con necesidad de triunfos son incapaces de hacerles el toreo a unos novillos dóciles, blandorros, sospechosos de pitón. Y eso ocurrió en Arganda del Rey. Así estuvieron los protagonistas de la tercera novillada de feria; fieles como un solo hombre al modelo pegapases que han patentado las figuras. Y, naturalmente, aburrieron al personal, nada numeroso por cierto.

El personal apenas tenía ganas de decir olé y no lo decía. Tampoco...

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Lo que pasa es que se fijan en las figuras y son todas unos pegapases insoportables...A lo mejor no hay razones de mayor peso para explicar cómo unos novilleros con necesidad de triunfos son incapaces de hacerles el toreo a unos novillos dóciles, blandorros, sospechosos de pitón. Y eso ocurrió en Arganda del Rey. Así estuvieron los protagonistas de la tercera novillada de feria; fieles como un solo hombre al modelo pegapases que han patentado las figuras. Y, naturalmente, aburrieron al personal, nada numeroso por cierto.

El personal apenas tenía ganas de decir olé y no lo decía. Tampoco sentía la necesidad de aplaudir y no aplaudía. Asistía resignado a la exhibición pegapasista (a la paliza pegapasista sería más justo decir), al acabar cada tanda algunos daban palmas por no desairar a los presuntos artistas, y ahí se acababa la historia.

Torrestrella / Martín, Lázaro, Cerrato

Novillos de Torrestrella, bien presentados aunque sospechosos de pitones, muy flojos, manejables, casi todos pastueños.Martín Antequera: estocada (silencio); estocada (oreja). Pedro Lázaro: estocada trasera caída (oreja protestada); tres pinchazos -aviso- y descabello (silencio). Javier Cerrato: escandalosa media perpendicular cerca del brazuelo y descabello (silencio); cinco pinchazos -aviso- y se echa el novillo (silencio). Plaza de Arganda del Rey, 6 de septiembre. 3ª corrida de feria. Tres cuartos de entrada.

Fueron destacables las estocadas de Martín Antequera. Sólo eso destacó, si nos referimos a las aportaciones positivas; pues si de las negativas se trata podría elaborarse amplia relación con el correspondiente pliego de cargos. Principalmente de los picadores; ese vidrioso asunto.

El vidrioso asunto de los picadores es de juzgado de guardia. No se menciona el órgano a humo de pajas. Hace unos años (tampoco tantos) picaban los picadores al estilo de ahora, y acababan en el cuartelillo.

Consiste el estilo en girar el caballo mientras reciben la embestida del toro, dejarlo de esta forma con la salida tapada y pegarle leña a su sabor. Obviamente, estas impresentables trazas dejan al toro indefenso, impiden al público saber la medida de su bravura, si tiene poder lo liquidan, y se cargan por las buenas el fundamento de la lidia.

De esta manera actúan los picadores. Todos sin excepción. Impunemente.

Con tan impune asiduidad actúan que el público se ha acostumbrado a verlo y mucha gente ya cree que así es la suerte de varas. Incluso puede que los toreros de las jóvenes promociones, que no han conocido otra cosa (y a quienes suele aconsejar una partida de ignorantes), crean también que así es.

El modelo toricida, para el primer tercio. El modelo pegapases, para el tercero. Buena va la fiesta.

Un primer tercio repulsivo por la estratagema carnicera; un tercer tercio insoportable por el síndrome pegapasista. Esa es la base argumental de cada tarde, sean figuras o principiantes sus intérpretes. Ese es el motivo de que la fiesta paradigmática del arte y del valor, el mayor espectáculo del mundo que siempre fue, se haya convertido en una vulgaridad, a veces hasta en una ordinariez. Y lo que aún es peor: en un solemne aburrimiento.

Uno se ha preguntado muchas veces si entre la caterva de taurinos no habrá alguno que sepa cómo es el toreo y entienda de qué va la vaina; y tenga interés en explicárselo a los torerillos que empiezan, y sepa hacerlo.

Por los síntomas, esa rara especie no existe. O quizá existe en algún lugar, y actúa, pero en cuanto explica de qué va realmente la vaina, los torerillos aspirantes dicen que más verdes las han segado.

Porque una cosa es comprarse con el dinero ajeno una flamante furgoneta, un precioso vestido de torear, los imprecindibles instrumentos de faena. Y hacerse fotos en color para repartirlas por la calle. Y contonearse en el paseíllo. Y pegar unos capotazos por cumplir. Y montar faenas de muleta consistentes en dar un pase y salir corriendo. Y al concluir cada tanda, pegar un garrotazo al aire e irse de la cara del tronado novillo fanfarroneando bravuconerías.... Y otra cosa, torear.

Torear... que consiste en parar, templar y mandar; en ligar los pases a despecho del consiguiente riesgo de cornada; en librarla con mando y poderío; en dominar a la fiera. Y creando esa combinación de técnica y valentía, aderezada de inspiración, poner en vilo al público, levantarlo de sus asientos, elevar el toreo a la categoría de arte, alcanzar la gloria.

Si los que empiezan se sintiesen obligados a asumir este compromiso y sus consiguientes riesgos, gran parte de ellos no querrían ser toreros, ni locos. Y a lo mejor preferían estudiar, que es lo que no quieren muchos de los chavales aspirantes a torero.

Martín Antequera, veterano dentro del escalafón novilleril, que el pasado domingo lució formas ortodoxas y mostró torería en la cátedra de Las Ventas, pasó por la plaza de talanqueras de Arganda del Rey sin pena ni gloria, dando la sensación de que es un tosco pegapases. Y si se salvó fue porque cobró sendas estocadas de fulminantes efectos.

Pedro Lázaro y Javier Cerrato, ni eso. A Lázaro le regaló el presidente una oreja luego protestada, que no cuenta. Aferrados ambos al modelo pegapases, lo único que dieron fue la nota.

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