Tribuna:

Chantaje a la contra

Hay algo en las apelaciones a la unidad de los demócratas, después de cada nuevo atentado de ETA, que chirría estruendosamente. La apelación a la unidad de los demócratas viene acompañada casi siempre de la denuncia del nacionalismo vasco democrático como cómplice de ETA.La unidad democrática se ha transformado en una fórmula de estilo. Queda bien aludir a ella, pero nadie considera necesario esforzarse por conseguirla. De hecho, hace tiempo que las declaraciones públicas de organizaciones específicamente antinacionalistas dejaron en un segundo plano la personalidad de la persona asesinada, la...

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Hay algo en las apelaciones a la unidad de los demócratas, después de cada nuevo atentado de ETA, que chirría estruendosamente. La apelación a la unidad de los demócratas viene acompañada casi siempre de la denuncia del nacionalismo vasco democrático como cómplice de ETA.La unidad democrática se ha transformado en una fórmula de estilo. Queda bien aludir a ella, pero nadie considera necesario esforzarse por conseguirla. De hecho, hace tiempo que las declaraciones públicas de organizaciones específicamente antinacionalistas dejaron en un segundo plano la personalidad de la persona asesinada, la solidaridad con la familia, incluso la propia condena del delito, para centrar su atención sancionadora en el nacionalismo democrático. Un ejemplo, uno de tantos, sería el documento que dio a conocer el Foro Ermua tras el asesinato de José María Martín Carpena: de los diez párrafos del texto sólo uno, estrictamente informativo, aludía al atentado; otros cinco, sin embargo, se explayaban en consideraciones acerca del nacionalismo democrático. Bien se ve cuál es el interés que inspira la redacción de determinados documentos y cómo sólo necesitan para su emisión un enganche informativo.

Aludir hoy día al espíritu de Ermua, que nos reunió a tantos miles de vascos en torno al hartazgo de la violencia, es otra fórmula retórica. Es dudoso que las concentraciones del Foro logren la misma multitudinaria aceptación cuando se sabe que acudir a ellas implica un acto de hostilidad hacia el legítimo Gobierno que los vascos se han dado en virtud de elecciones democráticas. Por supuesto que es lícito convocar actos pacíficos pidiendo la dimisión del lehendakari, pero al menos sería deseable que no se organizaran bajo la apelación a la unidad democrática.

La constatación de todo esto y el reconocimiento de los meritorios esfuerzos que ha realizado el nacionalismo democrático para dar salida a la presente situación no supone que los partidos que sostienen al Gobierno estén eximidos de ejercitar una saludable autocrítica. ETA chantajea constantemente al PNV y a EA. Desde una perspectiva política, ETA está acosando al nacionalismo democrático de un modo absolutamente inaceptable, inaceptable al menos para muchos de sus votantes, que contemplan desesperanzados cómo la fuerza de los votos valen muy poco ante la fuerza de quienes detentan las pistolas.

Pero el nacionalismo democrático podría plantearse devolver el chantaje con la misma contundencia. ETA y sus lacayos saben que poco pueden hacer, de cara a la construcción nacional y a la configuración de presuntas mayorías políticas, sin la masa social del nacionalismo democrático. Quizás es ya hora de que PNV y EA esgriman esa fuerza. El nacionalismo democrático puede muy bien suspender cualquier iniciativa para cambiar el actual marco político y promover (a efectos provisionales, si se quiere) una escrupulosa política constitucional y estatutaria hasta que ETA renuncie al uso de las armas. El nacionalismo democrático puede lanzar ese ultimátum a sus hijastros porque cuenta con una larga historia, porque sus objetivos finales son del dominio público e incluso porque, sinceramente, a la masa del nacionalismo le preocupa hoy más el cese de la violencia que cualquier otra cosa. Si durante casi dos décadas el nacionalismo democrático supo gestionar el marco estatutario, no estaría mal recordar al fascismo etarra que puede seguir haciéndolo y que, en tanto en cuanto la construcción nacional se alimente de sangre, no está dispuesto a colaborar en la tarea.

Urge definir una barrera nítida entre construcción nacional, objetivo legítimo, y el asesinato, la amenaza y la extorsión. Y urge que sea el propio nacionalismo el que, puestos a construir algo, reconstruya la unidad de los demócratas, incluso con la conciencia de que muchos de sus compañeros de viaje persiguen fines muy distintos. Le va en ello su propia dignidad moral, pero le va en ello también la viabilidad futura de un proyecto nacionalista respaldado por ciudadanos pacíficos y honestos.

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