Tribuna:

Si va tan bien, ¿por qué cambiar?

La prensa de Euskadi informaba ayer de que la economía vasca está creciendo a un ritmo del 4,7%, siete décimas por encima de la española. Es un dato más de los varios que parecen confirmar que el País Vasco ha conseguido escapar de la tendencia declinante que ha seguido afectando al resto de la cornisa cantábrica. Desde 1996, el PIB vasco ha crecido en conjunto tres puntos más que la media española. El paro, que todavía en 1995 era del 23,4%, superior en 1,3 puntos al del conjunto español, se situó a fines de 1999 en el 14,9, cinco décimas por debajo, y se espera que no supere el 11% a fines d...

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La prensa de Euskadi informaba ayer de que la economía vasca está creciendo a un ritmo del 4,7%, siete décimas por encima de la española. Es un dato más de los varios que parecen confirmar que el País Vasco ha conseguido escapar de la tendencia declinante que ha seguido afectando al resto de la cornisa cantábrica. Desde 1996, el PIB vasco ha crecido en conjunto tres puntos más que la media española. El paro, que todavía en 1995 era del 23,4%, superior en 1,3 puntos al del conjunto español, se situó a fines de 1999 en el 14,9, cinco décimas por debajo, y se espera que no supere el 11% a fines del año próximo. Todos los expertos coinciden en señalar la importancia que en esa evolución ha tenido la inversión pública, que se ha multiplicado por ocho desde la aprobación del Estatuto de Gernika, y que ha compensado con creces la fuerte reducción de la privada.En recientes intervenciones públicas, el lehendakari ha expuesto esos datos como prueba de las excelentes expectativas de futuro (a futuro, dice él con un barbarismo que se ha generalizado entre los suyos) de la sociedad vasca ante el siglo XXI. Tales expectativas se deben, según Ibarretxe, a la utilización inteligente de las posibilidades de progreso y cohesión social que brinda el sistema autonómico. Pero entonces, ¿por qué tanto empeño en liquidar ese sistema en nombre de un soberanismo que los propios nacionalistas consideran lleno de incertidumbres? Hay una posible respuesta a esa pregunta, pero tanto el lehendakari como otros dirigentes del PNV evitan referirse a ella.

El tema podría ser objeto de discusión mañana mismo en el Parlamento vasco, si Unidad Alavesa no retira, como le han pedido el PP y el PSOE, una proposición no de ley mediante la que pretende que los grupos se pronuncien sobre la validez actual del Estatuto de Gernika. La proposición incluye la constitución de una ponencia encargada de "evaluar el grado de satisfacción con el actual marco estatutario, y, en su caso, la puesta en escena de los mecanismos oportunos para modificar tal marco".

Con independencia de que el mecanismo resulte discutible -no parece serio que una norma refrendada por el cuerpo electoral pueda someterse a cuestionamiento en una votación parlamentaria coyuntural-, el debate podría ser interesante para comprobar cómo responde el nacionalismo institucional a la pregunta que encabeza estas líneas. Si fueran sinceros, los portavoces del PNV y de EA tendrían que reconocer que sus partidos viven en la contradicción de actuar como fuerzas gobernantes de la Comunidad Autónoma Vasca y pertenecer al mismo tiempo a una alianza cuyo objetivo político es acabar con las instituciones autonómicas. Pero ambos partidos se proponen responder al emplazamiento llevando su desafío hasta el final: han presentado una enmienda a la totalidad en la que no sólo se abstienen de ratificar la validez del Estatuto, sino que proclaman expresamente la del pacto de Lizarra. Es la primera vez que hacen explícita de manera tan clara la contraposición entre Gernika y Lizarra; hasta ahora sólo lo habían manifestado de manera oblicua.

Si les iba tan bien, ¿por qué ese giro? No por insatisfacción con la autonomía, o por una repentina subida de la fiebre patriótica de la comunidad nacionalista, sino por el espejismo de que una aproximación a los planteamientos de HB haría desistir a ETA. Una vez dado el paso, el chantaje de la vuelta de la violencia, y luego el de la eventual restauración de la tregua, fue obligando a esos dirigentes a ir cada vez más lejos en la ruptura con su tradición de partido democrata-cristiano, moderado, autonomista. Lo sorprendente ha sido que una vez comprobado que ni aun así iba a desistir ETA, esos dirigentes, en lugar de reconocer que su cálculo había sido equivocado, han interiorizado como propia la argumentación coyuntural de Lizarra, e incluso la han convertido en doctrina oficial. No porque de repente se hayan convertido a la fe independentista, sino porque no quieren renunciar a lo que podría considerarse programa mínimo de Lizarra: el mantenimiento del frente abertzale, que les hace sentirse (psicológicamente) a resguardo.

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