FERIA DE ALICANTE

Vanidades en las hogueras

Las hogueras de San Juan, que ya lucen en las calles de esta amable Alicante, arderán como las vanidades que lucen los taurinos en los apartados, callejones y otros recovecos del taurino orbe. También sobre el albero pero allí al menos se juegan, cuando menos, un revolcón, como le pasó a Rivera Ordóñez con su primero. Eran legión las seguidoras de ¿quién? De un torero de dinastias: los Rivera, por un lado; los Ordóñez por otro. O ¿ admiradoras de su madre Carmina o de su esposa Cayetana? Pues debió ser esto último porque, además de los gritos de pánico en los dos revolcones que se llevó Rivera...

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Las hogueras de San Juan, que ya lucen en las calles de esta amable Alicante, arderán como las vanidades que lucen los taurinos en los apartados, callejones y otros recovecos del taurino orbe. También sobre el albero pero allí al menos se juegan, cuando menos, un revolcón, como le pasó a Rivera Ordóñez con su primero. Eran legión las seguidoras de ¿quién? De un torero de dinastias: los Rivera, por un lado; los Ordóñez por otro. O ¿ admiradoras de su madre Carmina o de su esposa Cayetana? Pues debió ser esto último porque, además de los gritos de pánico en los dos revolcones que se llevó Rivera, lo más jaleado fue que la montera cayera boca abajo. En definitiva el toreo rosa lo impuso el público de sol, al que Rivera dedicó sonrisas y lágrimas ante los achuchones. En el que cerró plaza ¡qué pena de toro no caer en otras manos! consiguió el madrileño una oreja a base de pico, y distancia. Entiéndase, entre él y la res cabía un tren, pero eso era, debía pensar la parroquia riverista, ¡puro capricho de los puristas!Tampoco estos hubieran aprobado en un examen riguroso a Ponce. Pasitos, también distancia y pico y muchos pinchazos en su primero y una faena de esas de porfiar y porfiar. Con el cuarto, astigordo y regordío, desaprovechó un cornúpeta que metió bien la cabeza hasta desengañarse en la tercera tanda. Empezó desarmado y así terminó un trasteo con su habitual esteticismo pero que tampoco rubricó con la toledana.

Puerto / Ponce, Finito, Rivera Toros de Puerto de San Lorenzo, chicos, sospechosos de manipulación; manejables 1º, 2º y 4º; aplaudidos en el arrastre 5º y 6º, encastados

Enrique Ponce: dos pinchazos -aviso- pinchazo y estocada (silencio); pinchazo y estocada baja (saludos). Finito de Córdoba: estocada (oreja); pinchazo -primer aviso-, cinco pinchazos, se echa el toro, lo levanta el puntillero -segundo aviso- y descabello (saludos). Rivera Ordóñez: cinco pinchazos, cuatro descabellos -aviso-, y se echa el toro (silencio); pinchazo y estocada (oreja). Plaza de Alicante, 22 de junio. 4ª de feria. Lleno.

La mejor parte de aquella fiesta de vanidades se la llevó un enrachado Finito de Córdoba, que toreó templado y con sitio a su primero. Un animal que tomó la muleta al natural haciendo el avión. Por el pitón derecho era otro cantar. Pero el de Sabadell consiguió la suficiente ligazón y temple para seguir en éxito. Lo alcanzó al matar de un estoconazo hasta la gamuza. Con el que hizo quinto pudo armarla. Estuvo muy puesto con el capote y ajustó bellas verónicas. Peleó el animal con codicia en el caballo pero la "armada Brancaleone", en general, metió los hierros con saña inaudita. Del peto salió el bicorne perdiendo las manos y llegó a la muleta aplomado, tras un tercio de banderillas en el que destacó Gregorio Cruz. Finito toreó de nuevo con temple y ligando los pases. No pudor ir a más pues si le bajaba la mano el animal doblaba las suyas. Cuando se dio cuenta siguió faena a media altura pero ya era demasiado tarde pero aún se tragó un par de tandas al natural. Quiso matar recibiendo pero desistió y tras largas probaturas para cuadrar, y tratar de rubricar lo hecho, el fallo a espadas le privó, quizá, de salir por la puerta grande.

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