Crítica:CLÁSICA

Nunca fue dicha mayor

La iglesia de San Juan de los Reyes de Toledo, la Missa L'homme armé de Francisco de Peñalosa y Bruno Turner como maestro de ceremonias: parece imposible imaginar una conjunción de elementos más propicia para hacer de un concierto una experiencia única e inolvidable. De hecho, asistimos a la primera interpretación moderna de una obra maestra compuesta a comienzos del siglo XVI, probablemente ya en pleno reinado de Carlos V, cuyo centenario está recordando el ciclo Los Siglos de Oro.Peñalosa sirvió en la capilla musical de su abuelo, Fernando el Católico, impulsor, con Isabel, de la construcció...

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La iglesia de San Juan de los Reyes de Toledo, la Missa L'homme armé de Francisco de Peñalosa y Bruno Turner como maestro de ceremonias: parece imposible imaginar una conjunción de elementos más propicia para hacer de un concierto una experiencia única e inolvidable. De hecho, asistimos a la primera interpretación moderna de una obra maestra compuesta a comienzos del siglo XVI, probablemente ya en pleno reinado de Carlos V, cuyo centenario está recordando el ciclo Los Siglos de Oro.Peñalosa sirvió en la capilla musical de su abuelo, Fernando el Católico, impulsor, con Isabel, de la construcción de San Juan de los Reyes. Aunque su nombre apenas significa hoy nada para el gran público, es uno de los compositores señeros de nuestro primer Renacimiento. De sus seis misas completas conservadas, la más difundida es quizás la basada en la canción Nunca fue pena mayor, de Juan de Urrede. La que toma como punto de partida la famosa melodía de L'homme armé, sin embargo, seguía siendo una perfecta desconocida, a pesar de integrarse en una riquísima tradición europea.

Los siglos de oro

Pro Cantione Antiqua. Dir.: Bruno Turner. Obras de Peñalosa. Iglesia de San Juan de los Reyes. Toledo, 6 de mayo.

Polifonía compleja

Martyn Imrie, como editor, y Bruno Turner, como impulsor, son los artífices de esta ansiada resurrección, muy bien glosada por Tess Knighton en el programa de mano. La obra contiene una polifonía tupida, compleja, en el mejor estilo franco-flamenco, y muchos expertos no se rasgarían las vestiduras si la vieran firmada por el mismísimo Josquin. Para esta música grande Turner reservó una interpretación sabia y emocionante. Sin el más mínimo asomo de ese prurito de protagonismo o coautoría tan habitual en el mundo de la música antigua, el director inglés dejó que fueran las voces las que levantaran, piedra a piedra, el colosal edificio ideado por Peñalosa. Con un juego dinámico constante, Turner supo imprimir el pulso justo a cada sección y cuando el ajetreo contrapuntístico se apaciguaba y las texturas se volvían acórdicas, como en Et incarnatus y Et homo factus est, las voces obraron maravillas.

El programa del concierto se completó con varios motetes y con dos himnos de Peñalosa. Los primeros los dirigió con corrección (y algo más, en Ave verum corpus) el bajo Adrian Peacock, pero la emoción y la fuerza expresiva fueron otras cuando retomó las riendas Bruno Turner, que demostró la bondad de sus teorías sobre la correlación de tempo entre las secciones polifónicas y monódicas de los himnos con dos versiones excepcionales de Sanctorum meritis y Sacris solemniis, otras dos joyas olvidadas del compositor toledano. Al final, las caras de satisfacción del público lo decían todo: once ingleses entusiastas y entregados a una causa muy necesitada de abogados de su talla nos habían regalado un concierto histórico.

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