Editorial:

El sida como amenaza

En línea con lo que propugna Kofi Annan desde la ONU, la Administración de Clinton ha clasificado por primera vez el sida como una amenaza a la seguridad de Estados Unidos: por la capacidad que tiene la pandemia para desestabilizar sistemas políticos, socavar los avances hacia la democracia y la economía de mercado y generar guerras y conflictos étnicos en regiones como el África subsahariana. Washington ha venido a reconocer lo evidente, al incluir el VIH entre las llamadas nuevas dimensiones de la seguridad, que no se protege a tiros, sino por medio de la prevención. Pero el sida es una amen...

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En línea con lo que propugna Kofi Annan desde la ONU, la Administración de Clinton ha clasificado por primera vez el sida como una amenaza a la seguridad de Estados Unidos: por la capacidad que tiene la pandemia para desestabilizar sistemas políticos, socavar los avances hacia la democracia y la economía de mercado y generar guerras y conflictos étnicos en regiones como el África subsahariana. Washington ha venido a reconocer lo evidente, al incluir el VIH entre las llamadas nuevas dimensiones de la seguridad, que no se protege a tiros, sino por medio de la prevención. Pero el sida es una amenaza para la seguridad de todos, no sólo de EE UU.Es el redescubrimiento de un viejo criterio: que las diferencias económicas -de las que también se nutre el sida- son un factor esencial de inestabilidad. La pandemia es uno de los aspectos perversos de la globalización. De 50 millones de casos estimados en el mundo, casi la mitad corresponden a África, donde ya en 1998 murieron por esta enfermedad 2,2 millones de personas, 10 veces más que en las guerras. La malaria, desconocida en el mundo desarrollado, provocó otras tantas muertes. Pero Asia, con India a la cabeza, puede superar pronto a África en esta trágica tasa capaz de provocar en ambos continentes una auténtica catástrofe demográfica.

El objetivo fijado por la ONU es no sólo frenar el avance del sida, sino reducir en una cuarta parte el número de casos en cinco años, frente a los 5.000 nuevos que se producen cada día. Para ello resultarán insuficientes los programas que están poniendo en pie la propia ONU, la Unión Europea, Japón o EE UU, cuya Administración solicita al Congreso 257 millones de dólares (unos 47.000 millones de pesetas) para 2001 para ayudar a combatir esta plaga. En primer lugar, hace falta dinero: las medicinas para sortear el sida son muy costosas y el mundo pobre no se las puede permitir. Pero también se requerirá un cambio de mentalidades. En algunas partes de África, las resistencias de los hombres a usar preservativos y el papel de sumisión de las mujeres favorecen la extensión de la enfermedad.

El paso dado por la Administración de Clinton al incluir el sida, junto al terrorismo o el narcotráfico, como amenaza a la seguridad nacional e integrar este aspecto en la política exterior puede servir para fomentar, de una vez, un programa internacional de envergadura contra esta terrible enfermedad. Ésa sí sería una intervención humanitaria de nuevo cuño.

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