Crítica:CLÁSICA - GIL SHAHAM

Vivir dentro de un violín

Tiene 29 años Gil Shaham y es un fenómeno, lo cual no le impide planificar su carrera con un pie en el rigor y otro en la diversión, simultaneando el espíritu violinístico de Bartok con el de Paganini, por poner un ejemplo sacado de sus grabaciones discográficas, y tocando maravillosamente bien tanto a uno como a otro.Prueba de este sentido lúdico fue su recital de Madrid el viernes. Empezó con Bach, siguió con un primoroso, sutilísimo Prokofiev, y concluyó mirando de reojo a la ópera con una deslumbrante incursión llena de gracia en los valses de El caballero de la rosa, de Richard Strauss, e...

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Tiene 29 años Gil Shaham y es un fenómeno, lo cual no le impide planificar su carrera con un pie en el rigor y otro en la diversión, simultaneando el espíritu violinístico de Bartok con el de Paganini, por poner un ejemplo sacado de sus grabaciones discográficas, y tocando maravillosamente bien tanto a uno como a otro.Prueba de este sentido lúdico fue su recital de Madrid el viernes. Empezó con Bach, siguió con un primoroso, sutilísimo Prokofiev, y concluyó mirando de reojo a la ópera con una deslumbrante incursión llena de gracia en los valses de El caballero de la rosa, de Richard Strauss, en la transcripción para violín de Vasa Prihoda, y una no menos apabullante excursión por el mundo de Carmen, a través de las fantasías elaboradas a partir de la ópera de Bizet por Pablo Sarasate, Franz Waxman y Jenö Hubay.

Liceo de Cámara Gil Shaham (violín), Akira Eguchi (piano)

Obras de Bach, Prokofiev, Bartok, Strauss, Copland y Bizet. Fundación Caja Madrid, Auditorio Nacional, 24 de marzo.

Gil Shaham toca el violín con una facilidad extraordinaria. Tiene un sonido lírico, dulce, incluso podríamos decir que familiar.

En la Rapsodia número 2, de Bartok, la exhibición técnica no impedía sino, al contrario, facilitaba el desentrañamiento de temas populares y la interrelación de estos motivos con los parámetros lingüísticos y complejos del universo musical del compositor húngaro.

Desenfadada y alegre en primer plano fue su versión de la serenata Ukelele, de Copland, y, en fin, todo el recital se movió a ritmo de sonrisa en un terreno de descarada lucidez.

Fue una fiesta del violín como instrumento para vivir, por encima de precisiones historicistas, quizás en esta ocasión en un segundo lugar de preferencias.

Shaham transmitió una contagiosa capacidad de disfrutar haciendo lo que hace. La mayoría de los espectadores estuvimos encantados con su generoso desparpajo.

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