Tribuna:

Academia arbitraria

JUSTO NAVARRO

No aceptó a José Manuel Caballero Bonald la Academia Española, Real institución que parece históricamente empeñada en ser irreal e increíble. Era Caballero Bonald el único candidato al sillón E, y fue el único rechazado, el jueves 16 de diciembre. Por primera vez la Academia no aceptaba entre los suyos, no habiendo más candidatos, a uno que iba presentado por académicos de excepción, tan excepcionales como Francisco Ayala, Carlos Bousoño y Alonso Zamora Vicente. La Academia desdeñó al candidato y a los tres académicos que lo acompañaban, y lo hizo de una manera displicente...

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JUSTO NAVARRO

No aceptó a José Manuel Caballero Bonald la Academia Española, Real institución que parece históricamente empeñada en ser irreal e increíble. Era Caballero Bonald el único candidato al sillón E, y fue el único rechazado, el jueves 16 de diciembre. Por primera vez la Academia no aceptaba entre los suyos, no habiendo más candidatos, a uno que iba presentado por académicos de excepción, tan excepcionales como Francisco Ayala, Carlos Bousoño y Alonso Zamora Vicente. La Academia desdeñó al candidato y a los tres académicos que lo acompañaban, y lo hizo de una manera displicente, ausentándose o guardando silencio. Sólo trece hablaron, con su voto, a favor de Caballero Bonald. La Academia confundió autoridad con arbitrariedad.

Creo que la negativa decisión de la Academia empequeñece a la Academia y engrandece a Caballero Bonald. De repente la Academia recobró una imagen de capricho decimonónico, pura arbitrariedad sin autoridad ninguna, inverosímil y decrépita asamblea de académicos disfrazados de académicos, exposición de condecoraciones, lugar de aburrimiento mortal si no escondiera una fortaleza de manías e intrigas íntimas. Sé que la Academia no es esto, pero el jueves escapó de su cripta el fantasma de aquellas difuntas academias que los literatos de vanguardia querían abolir. El más joven de los académicos, Antonio Muñoz Molina, y un escritor poco académico y en la plenitud de su juventud, Felipe Benítez Reyes, coincidieron en distintos sitios y a la misma hora:

-Es la Academia la que sale perdiendo, no Caballero Bonald.

La Academia vela por la lengua española, y pocos escritores son tan cuidadosos, limpios y fulgurantes con las palabras como Caballero Bonald. ¿Por qué tantos académicos miraron a otra parte cuando llegó el momento de invitarlo a sentarse en su Casa? Caballero Bonald hubiera honrado a la Institución y a sus miembros. Es una figura central de la generación literaria que está en el centro del siglo, y ha escrito dos libros que contribuyeron a cambiar la poesía, Las adivinaciones y Las horas muertas, y, renovando la literatura española y renovándose a sí mismo, dos novelas que fueron dos vueltas de tuerca: Dos días de septiembre y Ágata, ojo de gato. Su último libro de poemas, Diario de Argónida (Árgonida es el nombre que Caballero Bonald da al Coto de Doñana) es un diario de sabiduría, publicado doce años después de su anterior libro de poemas. Saber escribir es también saber callar.

José Manuel Caballero Bonald es ahora más grande. Su altura no cabe en esta Academia: crece mientras mengua la de esos académicos anónimos e indiferentes que lo rechazaron y emitieron, callando, una sentencia que los define más a ellos que al desdeñado. No sé si en su muda votación aplicaron su microscopio crítico o miraron a otra parte, al espejo quizá. No sé si olvidaron méritos o recordaron cuentas personales pendientes. Estos académicos empañan el nombre de la Academia porque dejan en el aire el temor de que la norma académica puede ser absurdamente arbitraria.

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